AL DOCTOR NO LE PUEDE TEMBLAR LA MANO

El Radar

Por Jesús Aguilar

En San Luis Potosí, los tiempos demandan más que discursos institucionales; reclaman liderazgo con convicción.

Imagínense que se van a someter a una cirugía, pero su médico, el hombre de confianza que ha llevado con certidumbre su tratamiento, que fue elegido por su familia y con altísimas recomendaciones de amigos y otros pacientes como el más adecuado para una tarea y a la hora de la hora, y antes de quedar fulminado por la anestesia, te das cuenta que está hecho un manojo de nervios. De terror sería descubrir que al Doctor le tiembla la mano…

Ayer 30 de septiembre, la Universidad Autónoma de San Luis Potosí se vio obligada a emitir un desplegado que pide a su comunidad “no caer en provocaciones ni invitaciones que buscan desestabilizar a la institución”, quedó al desnudo una vez más, no solo su fragilidad financiera, sino también una estrategia de contención que pareciera sobrepasada por la gravedad del momento.

Si bien es legítimo evitar el caos y mantener el orden, resulta indigesto que la rectoría, en la coyuntura más álgida de crisis institucional, opte por la tibieza como brújula. En ese tipo de momentos, los silencios pesan más que las palabras. La comunidad universitaria merece saber quién habla con fuerza en su nombre —y quién sólo murmulla desde su despacho.

La UASLP no está sola en esto: el gobierno estatal arrastra un “millonario adeudo” (como lo reconoce el propio desplegado) que ha golpeado su funcionamiento y el pago puntual a su comunidad. Pero reconocer la deuda no es lo mismo que exigirla con firmeza. Nadie está pidiendo favores, es un tema práctico y la defensa de una institución pública implica tamaños de manejo público tremendos.

En meses recientes, el rector Alejandro Zermeño Guerra se ha posicionado ante instancias federales, exhortando que “los gobiernos estatales cumplan el convenio de financiamiento paritario para las universidades” y presentando informes ante diputados federales para visibilizar la crisis educativa de las universidades estatales. Pero esos reclamos, aunque necesarios, no reemplazan una estrategia interna que galvanice resistencia moral, coordinación comunitaria y presión política sustentada desde adentro.

Al emitir un comunicado oficial en el Día de la UASLP para recomendar la abstención de manifestaciones, la rectoría envía una señal involuntaria: “No saldremos a la calle por ustedes”. Es una contradicción profunda para una institución que, al llamar “integridad de su comunidad”, reconoce que esa misma comunidad está herida, vulnerada por impagos pendientes.

Si la rectoría no acompaña con acción política audaz —gestiones firmes, alianzas externas, visibilización mediática— corre el riesgo de diluirse como interlocutor ante la ciudadanía y el gobierno. En ese vacío, otros actores (externos, políticos, mediáticos) pueden ocupar ese espacio con agendas propias, lo cual es precisamente lo que el desplegado advierte como amenaza.

El antecedente de Barros Sierra: ¿un estándar perdido?

Para encontrar un precedente rectoral ejemplar, no hay que ir muy lejos en el tiempo simbólico de la universidad mexicana. En 1968, cuando la UNAM fue escenario de abusos estatales contra estudiantes, el rector Javier Barros Sierra emergió como uno de los pocos actores institucionales dispuestos a confrontar al poder con dignidad y límite moral. El 1º de agosto convocó y encabezó una marcha desde Ciudad Universitaria por Insurgentes, con estudiantes, académicos y trabajadores, alzando la voz en defensa de la autonomía universitaria y la libertad académica. 

• Izó la bandera nacional a media asta como acto simbólico de duelo institucional, y pronunció discursos en los que advertía que la universidad no es un espacio neutral: “en la medida en que sepamos demostrar que podemos actuar con energía, pero siempre dentro del margen de la ley … afianzaremos no sólo la autonomía … sino que contribuiremos a las causas libertarias de México.” 

• Aunque buscó vías de diálogo racional con el gobierno, no cedió en lo esencial: denunció violaciones a la autonomía y exigió condiciones mínimas de respeto institucional antes de cualquier negociación. 

Ese liderazgo moral y simbólico, aun cuando la represión creció hasta la tragedia del 2 de octubre, quedó inscrito con fuerza en la memoria universitaria y en la idea de que una universidad digna debe tener quien se ponga al frente, no a un costado.

El propio Barros Sierra conocía los riesgos del poder autoritario al que se enfrentaba, pero entendió que el rector no puede limitarse a ser agente de gestión administrativa: debe ser guardián ético del alma universitaria.

A Zermeño le urge revisar la historia universitaria nacional y dejar de escuchar a quienes le tienen sordo en la burbuja de su chambismo disfuncional. 

La UASLP está ahora ante un punto de inflexión. Puede optar por el silencio administrativo, la moderación excesiva, la espera inerte; o puede asumir un papel protagónico, con coraje simbólico y acción real. Aquí algunas ideas de qué podría hacer:

• Visibilización estratégica: convertir la deuda pública en un asunto de ámbito nacional y mediático, con campañas de comunicación, testimonios de quienes sufren impagos y articulación con medios locales y nacionales.

• Articulación con la comunidad: convocar foros, asambleas y mesas de diálogo con estudiantes, trabajadores y profesores; integrar voces que la rectoría no puede dominar desde el escritorio.

• Alianzas políticas e interinstitucionales: sumar fuerzas con otras universidades estatales, redes de educación pública, instancias federales, organizaciones ciudadanas, para que la UASLP no flote sola en su demanda.

• Gestión ejecutiva arriesgada: no basta con exigir; hay que negociar activamente, presionar plazos, una ruta escalonada de movilización en caso de incumplimiento.

• Simbolismo rectoral visible: que el rector deje temporalmente el escritorio y camine con la comunidad, asista a eventos públicos, firme peticiones colectivas; que no sea un rector distante sino cercano y audaz.

La universidad no puede permitir que su rectoría sea interpretada como un bastión de moderación ante el poder. El valor de la autonomía, cuando está en juego, exige más que prudencia: exige determinación.

Si el rector no levanta la voz con autoridad institucional, otros lo harán con intereses ajenos al proyecto universitario. Y si la universidad pierde su voz colectiva, su proyecto educativo puede convertirse en rehen de financiamiento condicionante, de liderazgos externos o de clientelismos.

El enfrentamiento actual no es solo financiero: es ético, identitario, político. Que la UASLP esté en crisis no es mérito de la universidad, sino de quienes han permitido que la educación pública sea deuda impaga. Pero tampoco es momento de esperar salvadores externos: es el rector, y solo el rector, quien puede cargar con la responsabilidad institucional de convocar, representar y conducir la indignación civilizada de su comunidad.

La historia de Barros Sierra no es una reliquia del siglo XX; es un recordatorio vivo de lo que ocurre cuando una autoridad universitaria decide no abdicar ante el poder. En San Luis 2025, la pregunta es: ¿quién será ese rector que, con voz firme, protagonice la defensa de la universidad que queremos —o seguiremos en manos del silencio?

Zermeño tiene una oportunidad increíble, tal vez ya se le olvidó que el seguirá siendo Rector cuando Gallardo deje de ser Gobernador, pase lo que pase…

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