Por Mario Candia
6/10/25
MAQUIAVELO Si Maquiavelo viviera, habría encontrado en Morena la confirmación de todas sus hipótesis. El florentino, que escribió El Príncipe como una advertencia envuelta en manual, entendería sin dificultad el modo en que el partido hegemónico en México convirtió la moral en instrumento y el poder en dogma. Morena no sólo aprendió a ganar elecciones: aprendió a gobernar con el instinto de un jugador de ajedrez que piensa en el jaque mate antes del primer movimiento.
MORENA Porque para Maquiavelo, el poder no es un fin noble ni un acto de fe: es un territorio que se conquista y se defiende con astucia, miedo y apariencia de virtud. Morena ha hecho de esa premisa su religión política. Se presenta como el partido del pueblo, pero actúa como un aparato de control total: absorbe a sus enemigos, recicla a los traidores, se alimenta de las ruinas de los partidos que vino a sustituir. El cambio prometido se volvió continuidad perfeccionada.
CONTROL En el México del siglo XXI, el maquiavelismo tiene rostro de movimiento social, discurso moral y abrazos paternalistas. Pero detrás del sermón se esconde el cálculo: la centralización del poder, la demolición de contrapesos, el uso de la justicia como herramienta política y la institucionalización del miedo como forma de disciplina. Maquiavelo aconsejaba parecer piadoso, no serlo; Morena, en cambio, presume pureza mientras multiplica los métodos del control político que antes denunciaba.
PARADOJA La paradoja es evidente: el partido que nació de la indignación moral terminó siendo el más eficaz en la administración de la amoralidad. En su nombre se justifican despilfarros, persecuciones y alianzas impensables. En su retórica, la voluntad del pueblo legitima cualquier exceso del príncipe. Y en su estructura, el poder se reproduce sin pudor, con la misma lógica que Maquiavelo describió hace cinco siglos: quien controla el miedo, controla la lealtad.
ÉTICA La historia enseña que ningún poder que se proclama moral sobrevive a la tentación del maquiavelismo. Pero Morena parece decidido a demostrar que sí puede hacerlo, mientras transforma la ética en espectáculo y la obediencia en virtud. Al final, el florentino tenía razón: la política no se trata de ser bueno, sino de parecerlo. Lo único que no previó es que, en México, el pueblo aprendería a aplaudir al príncipe mientras le quitan la corona de ciudadano.
Hasta mañana.