La verdad y el camino.
Por: Aquiles Galán.
Si te contara un poco de mí, te diría que soy un estudiante como cualquiera: con sueños grandes, metas claras y responsabilidades que pesan. Estudio, trabajo, practico deporte, tengo proyectos. Vengo de un contexto donde un golpe muy duro cambió la realidad de mi familia y la mía. Ese golpe me obligó a madurar antes de tiempo, a aprender a defenderme en la calle y a valerme por mí mismo.
Sé lo que es trabajar de noche y entrar al examen al día siguiente con el cuerpo cansado y la cabeza pesada. Sé lo que es sentir que, por más que lo intentas, la situación no mejora —y que tus metas se sienten, a veces, como un esfuerzo por negar lo que vives. Lo sé porque lo he vivido. Pero también sé otra cosa: que ese agotamiento no es el final de la historia; es una piedra en el camino que puede enseñarte a levantarte más fuerte. Esa es mi experiencia y la que muchos llevamos en silencio.
Hace poco la Universidad Autónoma de San Luis Potosí publicó un diagnóstico que obliga a mirarnos con honestidad. Los números son reales y duros: casi el 19% de estudiantes reporta depresión grave, cerca del 15% tiene riesgo de autolesión y más de la mitad experimenta niveles de ansiedad. Son cifras que no buscan etiquetar ni criminalizar: muestran una verdad simple y urgente —nuestros campus albergan a personas que necesitan apoyo real.
No quiero que estas cifras provoquen lástima. Quiero que provoquen energía. Porque la universidad tiene en sus manos una oportunidad histórica: ser mucho más que un lugar donde se imparten materias. Puede ser la cuna del liderazgo, la resiliencia y el crecimiento humano.
He visto modelos que funcionan: programas que integran atención psicológica, formación en habilidades socioemocionales, espacios de bienestar y políticas institucionales que priorizan la persona. Desde la UNAM con su programa de atención psicológica que normaliza pedir ayuda; hasta ecosistemas integrales de bienestar que combinan lo académico con lo emocional y lo físico. Incluso el Tec de Monterrey mostró que cuando la formación acompaña la salud, los estudiantes no solo mejoran su rendimiento: crecen como líderes capaces de transformar su entorno.
Eso es lo que propongo para la UASLP, y lo propongo con la convicción de quien quiere levantar a su comunidad, no de quien pide compasión. La propuesta se llama Fortaleza UASLP — Bienestar, Liderazgo y Crecimiento, y nace de lo que ya funciona en otras universidades, adaptado a nuestra realidad.
Fortaleza UASLP — pilares esenciales
- Detección temprana y acompañamiento real.
Tamizajes periódicos, autodiagnósticos y rutas claras de atención. Consejería profesional accesible (sesiones individuales y grupales) y protocolos de derivación para casos que requieran atención especializada. - Formación en competencias socioemocionales.
Talleres y micro-cursos prácticos sobre manejo del estrés, inteligencia emocional, resolución de conflictos y liderazgo. Que estas habilidades de vida formen parte del currículum complementario y no sean sólo “actividades extra”. - Red de mentorías y acompañamiento entre pares.
Círculos de confianza dirigidos por estudiantes entrenados, mentorías entre generaciones y redes de apoyo que reduzcan el aislamiento y fomenten el sentido de pertenencia. - Espacios físicos y culturales para el bienestar.
Áreas de descanso, salas de expresión artística, espacios deportivos y zonas de encuentro estudiantil. El bienestar también necesita lugares que permitan desconectar, crear y conversar. - Políticas institucionales humanas.
Flexibilidad académica en crisis (prórrogas, modalidades híbridas, pausas académicas sin sanción), presupuesto para salud mental, y capacitación a docentes y personal para detectar señales de alarma y acompañar con empatía. - Evaluación y mejora continua.
Indicadores claros (retención, bienestar percibido, reducción de crisis) y evaluación semestral para ajustar estrategias según lo que realmente funcione.
Quiero dejar algo claro: esto no es una “política bonita”. Es una inversión en talento humano. Cuando la universidad forma líderes que saben cuidarse y cuidar a los demás, está formando profesionales mejores y comunidades más fuertes.
Mi experiencia personal me llevó a dos certezas: la primera, que el dolor no define tu futuro; la segunda, que la universidad puede ser el lugar donde aprendes a transformar ese dolor en impulso. Agradezco lo que viví porque me hizo resistir y pensar en los demás. Esa gratitud no es debilidad; es combustible para construir.
Si la UASLP decide caminar hacia ese modelo, no será un esfuerzo para mostrar cifras en un informe. Será un compromiso con generaciones enteras que llegan con realidades diversas y con la expectativa legítima de que la universidad les abra caminos.
Bonito Dia.