POPOL VUH 242

Por Mario Candia

27/10/25

TAMTOC Allá, en las salas frías del Palacio de Linares en Madrid, reposa una mujer de piedra nacida en el corazón de la Huasteca potosina. Es el monolito hallado en Tamtoc, en el municipio de Tamuín, una de las joyas más antiguas del México prehispánico. En su superficie, el tiempo talló la silueta de una deidad femenina que presidía un mundo regido por las mujeres: un matriarcado indígena que floreció siglos antes de la conquista. Hoy, esa misma figura encabeza la exposición La mitad del mundo. La mujer en el México indígena, con la que España y México buscan reconciliarse después de los desencuentros diplomáticos recientes. Pero más allá de la diplomacia del arte, lo que viaja a Madrid no es sólo una escultura: es el eco de una civilización que el propio San Luis Potosí ha decidido olvidar.

MATRIARCADO Resulta paradójico que mientras Europa celebra la sensibilidad y el poder de las mujeres huastecas, aquí, en la tierra que las vio nacer, no haya una sola palabra oficial que las reivindique. La Secretaría de Cultura estatal, siempre presta a las fotos y los boletines, guarda un silencio pétreo sobre Tamtoc y su legado. No hay un programa educativo que explique su importancia, ni una exposición que muestre al público ese esplendor femenino que la historia relegó. Es como si el matriarcado huasteco incomodara a los despachos masculinos que administran el patrimonio cultural: reconocerlo sería admitir que, en el origen de esta tierra, la autoridad tenía rostro de mujer.

OLVIDO Tamtoc no fue una aldea menor. Fue una ciudad-ritual, una urbe de agua y piedra donde las sacerdotisas gobernaban el calendario y la fertilidad. Su monolito no es sólo arte: es la prueba de una cosmogonía que concebía el poder como ciclo, no como dominio. Pero de esas mujeres no se habla; no aparecen en los murales oficiales ni en los discursos de los funcionarios que presumen “inclusión” desde el aire acondicionado de la burocracia cultural. El olvido se volvió política de Estado: a los pueblos originarios se les invita a los festivales, pero no a la memoria.

MEMORIA En cambio, la agenda pública se rinde ante el Xantolo, festividad regional del Día de Muertos que las autoridades estatales han convertido en marca turística. Prefieren celebrar a la muerte antes que reconocer a las mujeres que dieron vida a esta civilización. Es la visión patriarcal de siempre: ensalzar lo fúnebre, lo ornamental, lo vendible. Festejar a los muertos en un país partido por los desaparecidos, enlutado por los feminicidios y por las víctimas del crimen organizado. En esa contradicción resplandece la hipocresía cultural: un país que adora la muerte porque teme a la vida. Quizá no fue el monolito el que viajó, sino nuestra vergüenza. Porque mientras el mundo celebra la mitad del mundo, nosotros seguimos actuando como si la otra mitad no existiera.

Hasta mañana.

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