Por Mario Candia
29/10/25
MUJERES Noviembre es el mes de la no violencia contra la mujer. En un país donde cada día son asesinadas en promedio diez mujeres, el calendario debería ser una herida abierta y no una efeméride burocrática. Pero la realidad mexicana insiste en lo contrario: mientras los discursos se barnizan de morado, el poder sigue hablando desde el desprecio.
MISOGINIA Hace unos días, en plena conferencia matutina, el director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, calificó un libro de poesía escrito por una mujer como “horriblemente asqueroso de malo”. Frente a esa agresión verbal —misógina, arrogante y violenta— la presidenta, que se encontraba a su lado, simplemente hizo una mueca burlona y complaciente. No hubo una sola palabra de desagravio, ni una mínima muestra de empatía hacia las escritoras que él ofendió, ni hacia las lectoras que sostienen la mitad del país. Al día siguiente, cuando se le preguntó, sólo atinó a decir que Taibo era “un gran compañero”. Así, la sororidad se volvió cortesía de partido.
PATRIARCADO No es un hecho aislado. En el mismo púlpito político, López Obrador se refirió alguna vez a la diputada trans Salma Luévano como “un señor vestido de mujer”. No pidió disculpas. Cuauhtémoc Blanco y Félix Salgado Macedonio, ambos acusados de violación, fueron defendidos por la misma maquinaria política que hoy presume haber alcanzado la igualdad. Adán Augusto López llamó “víbora” a la senadora Lilly Téllez y nadie lo corrigió. Y mientras tanto, las madres buscadoras siguen esperando ser recibidas por la presidenta de la República, como si su dolor no mereciera la cortesía del Estado que presume sensibilidad social.
SILENCIO La paradoja es cruel: un gobierno encabezado por una mujer que mantiene intacta la estructura patriarcal. Un Estado que presume feminismo desde el poder, pero que niega la voz de las mujeres cuando incomoda. No hay diferencia entre el funcionario que las llama “locas” o “resentidas” y la mandataria que guarda silencio: ambos sostienen la misma violencia simbólica.
JUSTICIA El discurso oficial repite la palabra “igualdad” como una oración, pero sus actos la desmienten. La misoginia de Estado no se combate con hashtags ni con conferencias; se combate con justicia, con presupuestos transparentes, con políticas públicas que protejan y no simulen. La indiferencia del poder frente a la violencia de género no es un error: es una elección.
DIGNIDAD México parece atrapado en una contradicción dolorosa: presume una transformación, pero repite los mismos gestos de soberbia masculina. Un Estado que se niega a escuchar a las mujeres no puede llamarse transformador. Un gobierno que se ríe ante el insulto de un escritor no puede hablar de dignidad.
VERTICAL Tal vez el verdadero rostro de esta administración no sea el de una mujer al frente, sino el del silencio que legitima al agresor. Porque en México, incluso con rostro femenino, el poder sigue siendo masculino, vertical y violento. Y mientras las instituciones pintan de morado sus logotipos, las calles se llenan de cruces rosas y nombres borrados.
RESPETO La transformación que prometieron no será real mientras la risa sustituya a la indignación, mientras el silencio sea cómplice y la violencia siga siendo política de Estado. Porque un país que no respeta a sus mujeres está condenado a no respetarse a sí mismo.
Hasta mañana.
 
				


 
								