UN MÉXICO DONDE GOBIERNA LA CORRUPCIÓN Y EL BIEN ES SUPRIMIDO POR LEVANTAR LA VOZ.  TREINTA AÑOS DESPUES…

LA VERDAD Y EL CAMINO

Por: Aquiles Galán.

Un 6 de marzo de 1994 durante el 65º aniversario del PRI, en el Monumento a la Revolución, Ciudad de México, Luis Donaldo Colosio dijo:

“Veo un México con hambre y con sed de justicia.
Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley los que deberían de servirla.
Veo un México de campesinos que aún no tienen tierra;
de trabajadores que no pueden satisfacer sus necesidades más elementales porque el salario no les alcanza;
de mujeres y de hombres afligidos por el abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.”

Treinta años después, el eco de Colosio no se ha desvanecido.
Sigue resonando entre el abandono, la migración y la muerte de nuestro campo, en los salarios que no alcanzan, en la apatía social y en un maldito espíritu de inferioridad y desesperanza de quienes ven cómo la justicia se aleja mientras la impunidad se multiplica.
Colosio habló de campesinos sin tierra, de trabajadores sin salario digno, de autoridades arrogantes ante la ley.
Treinta años después, ese México sigue de pie… pero herido.

Herido por la corrupción que se volvió costumbre.
Por la impunidad que protege al poderoso.
Por la violencia que calla al valiente.

El pasado 1 de noviembre, México volvió a presenciar una tragedia que parece repetirse como destino.
Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, Michoacán, fue asesinado.
Un hombre que predicaba con el ejemplo, que entendía el servicio público no como privilegio, sino como deber.
Querido por su comunidad, incómodo para los corruptos.
Su muerte no fue un hecho aislado: fue un síntoma más de esa enfermedad que Colosio denunció antes de ser silenciado.

Porque en este país —donde se mata a quien incomoda y se premia a quien obedece— la justicia sigue siendo un sueño postergado.
Según datos del Secretariado Ejecutivo, solo en los últimos tres años más de cuarenta alcaldes, regidores y funcionarios locales han sido asesinados en México.
La violencia política ya no sorprende, se normaliza.
Y cuando la muerte se vuelve rutina, la esperanza comienza a doler.

En una entrevista, Carlos Manzo dijo que solo tenía tres caminos:
La cárcel, porque el poder castiga a quien lo desafía.
La muerte, porque hacer lo correcto es peligroso en un sistema de sombras.
Y el éxito, aquel en el que la justicia y la honestidad aún fueran posibles.
Hoy, sus palabras resuenan como advertencia… y como testamento.

Treinta años después, las frases de Colosio vuelven a cobrar sentido.
El México con hambre y sed de justicia sigue ahí, resistiendo entre las ruinas de la confianza.
Pero también sigue ahí su espíritu: el del mexicano que no se rinde, que aún cree que la política puede ser servicio y no negocio.

Y es aquí donde debemos preguntarnos:
¿cuánto más vamos a tolerar que la impunidad gobierne?
¿cuánto más vamos a callar frente a la corrupción y violencia que nos tocó vivir?

No podemos seguir viendo la historia repetirse mientras guardamos silencio.
Nos toca ser la generación que transforme la indignación en acción.
La que entienda que luchar por lo correcto no es ingenuidad, sino deber.
Que el cambio no nacerá de los partidos, sino de las personas.
De los jóvenes que se niegan a vivir anestesiados, de los ciudadanos que se cansaron de esperar héroes y decidieron serlo.

Porque luchar por lo correcto no garantiza el éxito, pero sí la dignidad.
Y en un país donde la verdad se castiga, el ser honesto ya es una forma de resistencia y luchar por un ideal y un hogar siempre será algo por lo que valga la pena luchar.

Colosio habló.
Manzo lo confirmó.
Ahora nos toca a nosotros, como joven puedo decir que quedarse en la conformidad y en el miedo, no es un camino que pienso seguir.

Por un México de justicia, libertad, unión, paz y progreso…

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