Por Mario Candia
20/11/25
DIVIDIDO México vive atrapado en un guion escrito desde el poder, un libreto que reduce a 130 millones de ciudadanos a dos bandos irreconciliables: derecha o izquierda, pueblo o élite, patriotas o traidores. Es una escenografía política deliberada, no un accidente social. El país no está dividido por convicción ideológica, sino por conveniencia gubernamental. La polarización dejó de ser una falla del sistema para convertirse en su combustible, la herramienta preferida para justificar decisiones, absolver errores y suprimir disidencias.
La división ya no surge de las diferencias, sino del diseño.
ETIQUETAS La retórica oficial repite que México vive una batalla histórica entre un pueblo despertado y una derecha neoliberal que resiste su derrota. Pero ese antagonista casi mítico —la “derecha”— se ha vuelto un saco donde cabe cualquiera que no repita el credo del gobierno. Un periodista crítico, un académico incómodo, un ciudadano que exige resultados, un juez que aplica la ley, un joven que protesta: todos pueden ser arrojados sin distinción al cajón de los “conservadores”. Es una estrategia banquete: se alimenta de etiquetas, no de ideas.
NEOLIBERALISMO Para que esta lógica funcione, el discurso necesita un enemigo eterno. Por eso el neoliberalismo fue transformado en un monstruo conceptual, un comodín discursivo que sirve igual para explicar un desabasto de medicinas que una ola de violencia. No importa si los programas sociales dependen de un sistema de mercado, si el gasto público crece como nunca o si las tecnológicas globales son las grandes beneficiadas de la propaganda oficial: la narrativa insiste en que todo fracaso proviene del viejo modelo económico, no del presente gobierno. El neoliberalismo no se combate; se administra como mito político.
ABSURDO El absurdo llega a su punto máximo cuando la supuesta izquierda radical reproduce las prácticas más ortodoxas del capitalismo que dice detestar. Se premia a contratistas favoritos, se multiplica el consumo electoral, se endeuda al Estado, se militarizan megaproyectos y se consolida un nuevo empresariado político que no tiene nada de progresista. La crítica al capitalismo solo opera en el discurso; en la realidad reina un capitalismo de Estado, opaco, discrecional y profundamente clientelar.
MANIPULACIÓN Lo más grave es que esta división forzada destruye el espacio común. Se ha estigmatizado el centro, el matiz, la moderación, la reflexión. Se castiga cualquier posición que no sea militante. El país dejó de debatir políticas y comenzó a debatir lealtades. México no discute qué hacer, sino de qué lado estás. Y en ese maniqueísmo rentable, la ciudadanía real desaparece, sustituida por masas emocionales, tribales y manipulables.
TRUCO VIEJO Porque al final, la trampa retórica no busca convencer; busca inmovilizar. Si la sociedad solo puede ser de derecha o de izquierda, entonces el poder siempre podrá colocarse del lado moral correcto y descalificar automáticamente a quien lo cuestione. Es un truco viejo, eficaz y profundamente peligroso: la división como gobierno, la polarización como legitimidad y el lenguaje como arma. Mientras la falsa batalla ideológica consume la vida pública, los problemas reales siguen esperando soluciones. Y el poder, feliz, administra su propio teatro.
Hasta mañana.