Psicólogas advierten: aplicar la “ley del hielo” a los hijos es violencia emocional

La llamada “ley del hielo” es una práctica que muchos consideran normal dentro de la familia, pero que en realidad afecta profundamente a los niños. Psicoterapeutas advierten que, aunque se use muy seguido en la crianza, se trata de una forma de violencia emocional que puede dejar secuelas importantes. Incluso si se aplica por unas pocas horas, el mensaje que recibe el menor es confuso y doloroso, ya que interpreta el silencio como un rechazo directo de la figura que debe cuidarlo.

Para una niña o un niño, que su mamá o su papá deje de hablarle provoca angustia, estrés y una fuerte sensación de incertidumbre. Según explica la psicóloga Erika Jañez, ellos detectan que hay un enojo, pero no logran entender todo lo que pasa en la mente del adulto. Esto hace que crezcan sin claridad sobre lo que hicieron mal ni cómo manejar sus emociones. Además, la falta de comunicación afecta su autoestima y puede generar frustración, miedo y dificultades para relacionarse con otros.

La especialista señala que este tipo de castigo, aunque no se diga nada, comunica mucho. De hecho, se considera un acto de manipulación que busca cambiar el comportamiento de la otra persona retirando afecto, atención o contacto. En muchas ocasiones es algo consciente, pero cuando se usa dentro del hogar termina normalizándose y heredándose de generación en generación. Es tan común que muchas personas lo mencionan como parte de su dinámica familiar: “nos dejamos de hablar y luego actuamos como si nada”.

A diferencia de este castigo silencioso, existe la “pausa consciente”, una herramienta recomendada para momentos en que los padres necesitan calmarse antes de responder a un berrinche o una conducta difícil. Esta pausa no rompe la comunicación, sino que permite tomar aire y volver a conectar con el niño desde la calma. Mantener el vínculo es clave para que los hijos aprendan a reconocer y expresar sus emociones sin miedo.

Ignorar totalmente a un niño también tiene efectos en sus habilidades sociales. Suelen presentar una comunicación ambivalente, les cuesta crear relaciones cercanas y es más probable que desarrollen ansiedad. Algunos de los síntomas pueden ser miedo a que no los recojan en la escuela, dificultad para dormir, problemas con los esfínteres, falta de concentración o comportamientos temerosos durante la noche.

Las especialistas recomiendan que, incluso cuando la situación sea muy tensa, los adultos hagan un esfuerzo por mantener la comunicación abierta. Preguntar qué sintió, qué lo molestó o cómo se puede mejorar la situación ayuda a que los niños aprendan a identificar lo que les pasa. También se sugiere nombrar sus emociones, modelar la regulación emocional y cuidar el propio estado mental como padres para evitar explosiones o reacciones impulsivas.

La crianza implica errores, y en algún momento cualquier adulto puede perder la calma y recurrir a ignorar al niño. Sin embargo, lo importante es reconocer el fallo, disculparse y explicar lo sucedido. Esto evita que se forme un ciclo donde se pide al niño regularse mientras el adulto no lo hace. Como explica la psicóloga Fernanda Cobos, esa incongruencia confunde y daña a los pequeños, quienes necesitan sentirse vistos y acompañados para desarrollarse de forma sana.

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