Por Mario Candia
2/12/25
INCENDIOS México arde. No como metáfora, sino como diagnóstico. La Sierra Madre Occidental vivió este año la peor temporada de incendios en una década: más de 281 mil hectáreas convertidas en hollín en apenas seis meses. No fue el cambio climático, ni la sequía, ni la mala suerte. Fue el crimen organizado, ese amo no declarado del territorio que incendia bosques para abrir rutas, expulsar comunidades, apropiarse de tierras y cubrir sus operaciones con el humo de la impunidad.
ARMA DE GUERRA El fuego ya no es un accidente: es un arma de guerra. Y lo peor es que el gobierno lo sabe. Las comunidades de Sinaloa, Durango y Chihuahua lo vienen gritando desde hace años: los cárteles provocan los incendios para desplazar familias, sembrar minas, colocar campamentos y abrir paso a la tala ilegal. Hoy utilizan explosivos activados con drones, artefactos caseros que tienen más potencia de la que el Estado admite, y minas terrestres que ni la Guardia Nacional se atreve a desactivar.
MENSAJE La violencia ambiental es la violencia política de un país roto. Cuando un cártel incendia un bosque, está lanzando un mensaje más claro que cualquier narcomanta: aquí mando yo. Y cuando el gobierno responde con silencio, o con la eterna letanía de “ya se está atendiendo el reporte”, confirma su papel secundario en su propia geografía. En la Sierra Madre Occidental no gobierna la Federación, gobierna el Código del Fuego impuesto por los grupos criminales.
TERRITORIOS No es casual que estos territorios coincidan con los puntos más críticos del desplazamiento forzado. Quemar el bosque es quemar la vida comunitaria: obligar a huir a campesinos, ejidatarios, indígenas y familias que ya no pueden resistir la presión de los grupos armados. Es la misma lógica del “austericidio” que incendia instituciones: arrasa con todo para imponer una narrativa de control que solo existe en los boletines.
ECOSISTEMAS Mientras tanto, en Palacio Nacional se sigue vendiendo la idea de que México es un país feliz. Un país donde los incendios no son un asunto de seguridad, sino de protección civil. Un país donde se planta arbolito para la foto mientras las verdaderas selvas se reducen a ceniza. Un país donde la extinción de ecosistemas enteros se normaliza como si fuera el precio natural del “progreso”.
INDIFERENCIA Y lo peor: la complicidad de la indiferencia. Porque si los incendios fueran provocados por opositores, empresarios, ambientalistas o transportistas, ya habría conferencias, discursos, investigaciones exprés y detenciones espectaculares. Pero como el fuego viene del narco, la respuesta es un silencio administrativo que quema más que las llamas.
ESPECTADORES México arde porque el Estado dejó de ser bombero para convertirse en espectador. Hacemos fila para votar, pero no para sobrevivir a los incendios provocados. Queremos un gobierno, pero nos entregan un comité de comentarios que administra el desastre sin intención de resolverlo. Los bosques, como la democracia, no se pierden de un día para otro. Se incendian lentamente, hasta que un día —cuando todo está negro— descubrimos que ya no queda nada por salvar. Y que quienes debían cuidarlo, solo miraron cómo ardía el país.
Hasta mañana.