A héroes anónimos les duele el recuerdo

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Por la ventana asoman las cortinas roídas por el fuego. Paredes y moviliario están teñidos de negro. En la entrada aún están los zapatos quemados de una mujer y un pizarrón que pende de la endeble pared con el último anuncio hecho a los padres de familia de la guardería ABC, en donde los convocaban a una junta informativa para el sábado 6 de junio [de 2009], a las nueve de la mañana.

Cuando el incendio del 5 de junio comenzó, Rosario de Martín Raymundo estaba trabajando en las oficinas de la gasolinería que está en contraesquina de la guardería. Sus trabajadores le avisaron gritando que se estaba quemando el inmueble con niños adentro. Lo acompañaron Odón y José Ángel.

Rosario, especialista en Protección Civil, corrió con extintores y de inmediato intentó ingresar por una puerta anexa a la entrada principal, pero estorbaba una cuna.

“Entramos tratando de apagar el fuego por esa área; luego me dieron a un niño y yo intenté darle respiración de boca a boca y nada más se inflaba y se le salía el aire, pero ya había fallecido, un bombero nos lo dijo”.

Rosario escuchó entonces un grito desesperado. “Su papá estaba detrás de mí y me gritó que estaba vivo y yo estuve luchando por revivirlo, y su papá, yo y uno de Protección Civil nos lo llevamos al hospital y todo era un caos, había mucha gente desmayada y el Periférico estaba bloqueado”.

Minutos después, cuando regresó a la colonia Y Griega, donde se ubicaba la guardería ABC, quiso reingresar a las instalaciones, pero ya no le fue posible. “Ya no se podía, ya no había tiempo y el niño que tuve en brazos ya había fallecido”.

Cuando se conoció la muerte de los 49 niños, Rosario buscó al pequeño que intentó revivir, pero su mente borró su rostro: “Era güerito, y veo las fotos pero no lo reconozco”.

A cuatro años de distancia, Rosario insiste: “Yo realmente intenté revivirlo pero no, sacaba el aire que yo metía en su boca”.

Rosario recuerda que nunca antes hubo algún incidente en la guardería, pero meses atrás asegura que personal de ese centro se acercó a la gasolinería para preguntar si, en caso de una emergencia, estarían dispuestos a apoyarlos. Él y sus empleados, sin dudarlo, dijeron que sí.

Y lo cumplieron. El 5 de junio ayudaron en las labores de rescate y mitigación de fuego. Cuando Rosario llegó a casa intentó dormir y olvidar, pero no pudo: “Esa noche fue de mucho sobresalto en toda la ciudad”.

El 6 de junio es el cumpleaños de su esposa, pero ese año no pudo complacerla. “Yo le regalaba flores cada año, pero ese día me preguntaron a nombre de qué niño iban, y eso era en toda la ciudad; ya no le regalé sus flores, nunca se me olvidará”.

Rosario es uno de los héroes anónimos que intentaron rescatar a los niños del incendio. Francisco Manuel López, conocido como El Ángel desde la tragedia, porque derribó parte del muro de la ABC con su camioneta, prefiere ya no hablar de lo ocurrido. Tampoco Cayetano, el vagabundo de la colonia que también entró a la guardería en llamas. “Él quedó muy afectado, en cada aniversario lo buscan, pero se pone muy mal”, dijo su hermana.

 

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