María Ruiz
Saúl Montenegro Mendoza, director del asilo de personas de la tercera edad Macondo, ha observado de cerca como el trabajo informal se convierte en una tabla de salvación para los adultos mayores que, a pesar de las precarias condiciones, encuentran en estas labores una forma de sentirse útiles y mantener su independencia.
Aun cuando carecen de las prestaciones básicas que ofrece un empleo formal, esta alternativa permite a muchos seguir adelante, salir de un entorno lleno de carencias y violencia.
Montenegro Mendoza resaltó que este sector de la población se encuentra entre los más vulnerables y enfrenta no solo el abandono familiar, sino también la indiferencia del Estado.
Muchos de los adultos mayores que llegan al asilo han vivido en condiciones extremas, pues llegan sin seguridad social, acceso a la salud o apoyo económico.
“Es desgarrador ver cómo estas personas son empujadas a trabajos irregulares, pero para ellos es lo único que les queda”, comentó.
Una de las historias que ejemplifica esta lucha diaria es la de Gérard Cortez Méndez, un hombre de 72 años conocido por todos como “El Toques”. Su vida ha estado marcada por las dificultades y la soledad, pero también por una resiliencia admirable.
Gérard es analfabeto y aunque no sabe con exactitud su edad, está seguro de que es “dos años mayor o menor” que su hermano. A pesar de sufrir diabetes e hipertensión, sigue trabajando para mantenerse.
Su apodo proviene de una peculiar máquina de toques eléctricos que usa en los bares del centro de San Luis Potosí y otras ciudades para ganarse la vida.
“El Toques tovia rifa”, solía gritar mientras ofrecía sus servicios a quienes buscaban un rato de diversión. Además, vende dulces en su canasta, todo con el fin de reunir dinero para su tratamiento médico.
Gérard llegó al asilo tras un incidente en el que su nivel de azúcar cayó peligrosamente. Fue trasladado al hospital y desde entonces ha estado bajo el cuidado del equipo de “Macondo”. Sin embargo, su espíritu independiente sigue intacto.
“Hace poco llevaron a una señora del asilo al Hospital Central y les pedían tiras reactivas para medir la glucosa. Entonces yo tengo que sacar para cuando me toque caer, pues no tengo quién me apoye ni quiero ser una carga para nadie”, expresó con la franqueza que lo caracteriza.
A lo largo de su vida, Gérard ha sido abandonado tanto por su familia como por el sistema. Vivía solo en un cuarto alquilado cuyo único mobiliario era una estufa, un tanque de gas y una cama. Su compañía eran sus siete perros, fieles amigos que lo acompañaron durante sus peores momentos.
Saúl Montenegro destacó que la historia de Gérard es solo una entre muchas en el asilo. La falta de atención y apoyo hacia los adultos mayores ha dejado a estas personas a merced de sus propios recursos, buscando cómo subsistir en una sociedad que poco a poco los ha dejado atrás.
En Macondo hacen lo que pueden para ofrecerles una vida digna, pero las necesidades superan los recursos. Gérard sigue con su canasta de dulces y su máquina de toques, sabiendo que, a pesar de todo, debe seguir adelante.
Como él mismo dice: “No quiero ser una carga, prefiero seguir trabajando”. Una frase que refleja el espíritu incansable de quienes, a pesar de las adversidades, no se rinden.