Alcalde de Oaxaca contrae matrimonio con un… ¿Cocodrilo?

Aquel amanecer, el pueblo se quedó sin autoridad. Las calles de San Pedro Huamelula estaban preparadas para la fiesta grande. Un viento de luz reverberaba entre los cerros ensombrecidos por las lluvias indecisas del Istmo de Tehuantepec, ocultando entre sus mezquites el Pacífico distante.

Pero en la plaza, las mujeres esperaban con vestidos de gala y flores recién cortadas detrás de las orejas, y los niños tenían los cabellos relamidos de las ocasiones solemnes, y el mundo en general tenía el semblante atónito de aquello que sólo ocurre una vez y para siempre en la vida.

Una procesión de calor y de vida recorría las calles del pueblo, con los músicos repiqueteando el trombón y las tamboras, y desquehacerados felices yendo de casa en casa y de puerta en puerta ofreciendo tragos de mezcal a cualquiera que se les cruzara en el camino. Liderando la muchedumbre, como un santo de carne y hueso, y encandilando con un hábito paloma, Víctor Hugo Sosa, el alcalde de San Pedro Huamelula, se encaminaba a su destino. 

EFE

Aguardando su encuentro, lo esperaba una mujer inaudita. Estaba vestida de blanco, del mismo modo que su próximo prometido, pero adornado de diamantes. Iba cargada por mujeres con una autoridad que sólo tienen las reinas en la tierra, y con un respeto incuestionable que suscitaba suspiros. Tenía la mirada verde y la piel escamosa y fría, y la boca amarrada en un nudo para que no lastimara al esposo con los puñales minúsculos de sus fauces. Aquel año, fue bautizada con el nombre de Alicia Adriana Gallegos González, imposible de traducir a su lógica reptil: era un cocodrilo.  

Año con año, San Pedro Huamelula, Oaxaca, se rinde al llamado de la sangre y del tiempo, y sus habitantes realizan la misma costumbre de sus antepasados, desde hace siglos: la boda entre el humano y la princesa reptil, el 30 de junio, para pedir agua, paz y abundancia entre su gente.

ESPECIAL

En San Pedro Huamelula conviven dos comunidades indígenas distintas, huaves y chontales, y el casamiento es la unión, el acto de paz entre ambas culturas, un hermanamiento que los unifica y los convierte en el pueblo guapi. La princesa lagarto, por su parte, representa la madre tierra, la deidad antigua que les concede lluvias, prosperidad y alimentos, y su matrimonio simbólico con el presidente municipal es la ley incuestionable de la tradición indígena. 

Victor Hugo Sosa, el alcalde, rodeado de su gente, se entregó con la frente en alto al llamado del pueblo. Cargó al reptil entre sus brazos, y selló decenios y decenios de historia y de sangre con el beso dado a la princesa. Las tamboras sonaron, las mujeres gritaron, los aplausos resonaron como disparos y un cataclismo de alegría se desbordó por todas partes. Aquella noche, no se durmió nadie. 

Informador

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