Pese a los operativos, el barrio bravo se mantiene como el principal abastecedor de droga en la ciudad. Estuvimos en una bodega clandestina
Un balón roído va y viene, rebota, vuela, acaricia zapatos, sacude cabezas. Cuatro piedras hacen la vez de porterías en una cancha de futbol empastada con cemento. Los pequeños inquilinos de esta vecindad se disputan la pelota como si en ello se les fuera la vida. Todos dan su máximo esfuerzo, gritan, se enojan, sudan la camiseta, convirtiendo este hábitat gris en un verdadero estadio con alaridos.
Vestidos con la playera de algún equipo de futbol o incluso con el uniforme de la primaria, los menores de entre cinco y 10 años sortean el ir y venir de las personas que recorren estos pasillos durante todo el día.
A diferencia de un encuentro profesional, el partido que se lleva a cabo en este lugar no cuenta con árbitro, jueces de línea ni gradas para los aficionados. Aun así, cada jugada tiene un entorno especial, porque los espectadores que celebran los goles o brincan de júbilo ante un buen remate de cabeza son los transeúntes que vinieron a comprar drogas. Y es que estamos en la vecindad conocida como “el 17”, uno de los principales puntos de venta que existen en Tepito.
Aquí vienen a surtirse muchos vecinos del barrio pero también los mayoristas que más tarde repartirán mariguana, cocaína y tachas en otros rumbos de la ciudad de México.
Ubicado en la calle de Tenochtitlan, “el 17” es uno de los seis grandes puntos de venta fijos que hay en las vecindades de esta calle, y una de las 27 “tienditas” de narcomenudeo que
EL UNIVERSAL identificó en inmuebles ubicados en las calles de Jesús Carranza, Aztecas, Matamoros, Libertad, Peñón, Estanquillo, Tenochtitlan y Avenida del Trabajo. Estamos en una de las zonas más bravas del barrio bravo.
Aquí, el pasado 6 de julio, fue asesinado un vigilante que mantenía vínculos con Jorge Ortiz, El Tanque, cabeza visible del grupo delictivo conocido como La Unión. Versiones policiacas señalan que un comando armado mató la tarde de ese jueves a Jesús Roberto Torres Rivera, un ex presidiario de 27 años que cuidaba “el 13”, uno de los principales puntos de venta de droga de la calle Tenochtitlan. Horas más tarde ocurriría la ejecución de cuatro personas en el gimnasio Body Extreme, de la colonia Morelos.
Días antes, el 26 de mayo, 12 personas fueron sustraídas del Bar Heaven, en la Zona Rosa. Muchos de los desaparecidos son vecinos del barrio de Tepito, incluido Jerzy Ortiz, hijo de El Tanque, hechos que han generado que las investigaciones oficiales se muevan hacia un probable ajuste de cuentas entre bandas que se disputan la venta de drogas en la ciudad México.
Aunque es complicado conocer el volumen de drogas que se mueve en Tepito, la Secretaría de Seguridad Pública capitalina (SSPDF) estima que en las delegaciones Gustavo A. Madero, Iztapalapa y Cuauhtémoc —donde se ubica Tepito— se vende 49% de los estupefacientes ilícitos que se comercian en la ciudad de México, y calculan que en estas mismas demarcaciones existen mil 700 puntos de venta.
Los multifamiliares
Para la gente que vive y suele frecuentar el barrio, no es un secreto que en el lugar se vendan y consuman drogas en las vecindades. Para ellos y para las personas que ofertan comida, así como mercancía legal e ilegal en los puestos, no es una novedad que las calles de Tenochtitlan y Jesús Carranza sean los principales puntos de venta al mayoreo y al menudeo de droga que hay en la colonia Tepito, una de las principales abastecedoras de estupefacientes que existen en la ciudad.
Y es justamente en la vecindad que es conocida como “el 17”, ubicada en la calle de Tenochtitlan, donde se encuentra uno de los principales puntos de venta que hay en el barrio. A semejanza de una casa de seguridad, el lugar pasa inadvertido en una colonia donde no está permitido mirar.
Para los visitantes, que sólo de vez en cuando incursionan en el barrio en busca de mercancía legal e ilegal, el lugar es visto como un inmueble más que se pierde entre los puestos ambulantes que se encuentran en la calle. Pero a diferencia de otras vecindades, este lugar —habilitado después del temblor de 1985 como un espacio multifamiliar— tiene un secreto a voces que trata de ocultarse a los foráneos: las puertas que conducen a su interior permanecen cerradas en todo momento y sus alrededores son vigilados por jóvenes que portan radios para informar sobre la visita de extraños.
A excepción de las personas que habitan en los departamentos que se encuentran en su interior, ingresar no es algo sencillo. Aquí prevalecen códigos de seguridad que inician metros antes de llegar a la puerta.
En las calles que conducen a la entrada se encuentran halcones que vigilan la zona, listos para informar sobre cualquier movimiento o visita extraña, que salga de lo habitual.
Entre los puestos, los jóvenes vigilantes de entre 15 y 25 años observan y son capaces de distinguir con sólo analizar la vestimenta, la forma de hablar, mirar o caminar, si una persona es residente de la colonia o sólo va de paso y en busca de mercancía de cualquier tipo.
Aunque una y otra vez la puerta es abierta durante el transcurso del día, traspasar la aduana que permite la entrada a la vecindad sólo es posible si el comprador visita la zona frecuentemente o si alguna de las personas que habita en su interior lo identifica.
Como el cazador que asecha a su presa, los vigilantes abordan al aspirante a comprador que quiere ingresar al punto. En caso de que ambos se conozcan, intercambian algunas palabras antes de que una pequeña reja habilitada en la puerta se abra, tras la aprobación que da el vigía por el radio de comunicación.
Al pasar el umbral, un joven que, sin recato, muestra el arma de fuego que lleva entre sus ropas, aprueba el ingreso del comprador, no sin antes recibir una compensación por sus servicios.
Al caminar por sus pasillos, la vecindad suele ser como cualquiera de las que se encuentran en colonias antiguas de la ciudad de México. En su interior es común ver menores jugando, distinguir jaulas habilitadas como tendederos, observar imágenes religiosas y ver objetos viejos e inservibles colocados a un costado de los departamentos.
El escenario no parece salir de lo habitual que enfrentan cientos de familias que habitan en vecindades o edificios de todo el país, porque aquí, como en otros multifamiliares de escasos recursos, los foráneos e inquilinos conviven una y otra vez durante el trascurso del día bajo un código, la regla: mirar y callar.
El gran abastecedor
De la puerta al punto de venta el comprador tarda en llegar menos de un minuto. No es difícil distinguirlo, y mucho menos cuando a la entrada se encuentran hombres y mujeres, de entre 15 y 50 años de edad, vigilando.
En sólo unos minutos una voz que emerge del interior del departamento reza: “El que sigue”. Una vez adentro, el pequeño espacio que fue planeado como una vivienda para una familia de no más de cuatro integrantes ofrece la apariencia de puesto de dulces, en el que se oferta calidad y sabor al mejor postor.
En lo que alguna vez fue una sala de recibimiento, se encuentra una mesa en la que son colocadas bolsas con distintos tipos de droga a la vista del comprador. A las espaldas del tendero o vendedor, un cuadro de la Santa Muerte y dos jóvenes menores de 25 años con armas automáticas apostados a los en ambos extremos de la sala vigilan la compra, mientras en la radio se escucha el anunció de la siguiente canción.
Al interior del departamento, ahora punto de venta, se proporciona mariguana, cocaína o drogas de laboratorio como las que se ofertan en centros nocturnos de clase media y alta en las colonias Roma, Zona Rosa, Condesa o Polanco.
En el caso de la mariguana, los compradores pueden adquirir la llamada hidropónica, la roja, la cultivada en casa o incluso la que es sembrada en algunos estados de la República donde se produce ese enervante.
El precio puede variar según la calidad y la cantidad de la droga que se adquiera. El estupefaciente se entrega en bolsas con valor de entre 50 o 100 pesos. Si el comprador lo desea también se pueden adquirir de mil gramos en adelante. Todo depende de la oferta y la demanda.
En el caso de la cocaína los más habituales son los “papeles”, cuyo precio es de 50 pesos; pero si el cliente lo desea se puede adquirir desde un gramo —por un costo de 250 a 350 pesos— hasta una “pelota” o cantidades mayores a los 500 gramos. Toda compra en gramos es pesada en una báscula electrónica a la vista del comprador.
Aquí es común encontrar distintos tipos de cocaína, pero la de mayor calidad y demanda es la llamada “coca lavada”, la cual produce un efecto mayor en el organismo, al ser purificada a través de un proceso de evaporación.
En drogas sintéticas, las de mayor demanda son los ácidos o metanfetaminas, conocidas en las calles como drogas comerciales, las cuales se consumen principalmente en centros nocturnos a los que asisten jóvenes y adultos de entre 18 y 40 años.
Su costo es de 90 pesos; sin embargo, éste puede variar si es adquirida por cuadros —menudeo— o por tiras —para la venta—, todo depende del efecto al que se quiera llegar.
Algunos de los compradores explican que además de adquirir este tipo habitual de droga, también se puede comprar heroína, aunque la venta de este tipo de estupefaciente sólo es para personas que logren pasar cierto filtro de confianza.
Una vez hecha la compra, el visitante puede probar la mercancía que adquirió en los pasillos de la vecindad, o bien salir del lugar para dirigirse al escape más habitual que utilizan los consumidores que no habitan en Tepito: la estación Lagunilla, de la Línea B del Metro.
Los mirones son de palo
Adquirir droga en Tepito es como comprar un dulce en la tienda de la esquina. Además de la vecindad conocida como “el 17”, y los puntos de venta que se ubican en vecindades de la colonia, en los corredores y en los puestos ambulantes también se puede encontrar droga en pequeñas cantidades.
Desde el puesto que vende dulces hasta el que vende yumbina —una sustancia que provoca excitación sexual—, en las calles del barrio de Tepito se ofertan los estupefacientes sin necesidad de ingresar a las vecindades o puntos de venta que hay en algunas calles.
A la entrada de los corredores que se ubican principalmente sobre el Eje 1, son visibles jóvenes vestidos con gorras y pantalones entubados o abultados que ofrecen droga a los visitantes que se acercan a preguntarles por algún “toque o un papel de cocaína”.
La droga es la misma que venden en las vecindades, pero para evitar que más personas conozcan la tienda principal los jóvenes, que también funcionan como vigilantes, ofrecen los estupefacientes antes de llegar a los inmuebles.
La competencia es muy alta, mencionan los distribuidores, y más cuando se trabaja en un punto donde conviven distintos vendedores, como suele ser en las calles de Tenochtitlan, Jesús Carranza o Libertad. Aquí todo se vale y se ingenia. Desde ofertar droga de alta calidad y entregar una de baja estimulación, hasta hacer pasar pedazos de cartón como droga sintética y cobrar por ellos, al menos, 200 pesos.
En algunos otros puntos, como es “el 6”, los consumidores de droga suelen ser, por lo regular, adictos que viven en la zona o en colonias aledañas.
En “el 25”, conocido como La Peseta, se suele encontrar droga a bajo precio, pero de muy mala calidad.
En la calle de Libertad, en las vecindades marcadas con el 134, 138 y 150 se pueden adquirir sustancias ilegales de buena calidad y a un buen precio, que son ofertadas por distribuidores que en ocasiones llegan a contar con vigilancia en las azoteas o incluso de policías a pie, que se encuentran a la espera de los posibles compradores para detenerlos y dejarlos libres, siempre y cuando proporcionen una suma de dinero.
¿Y dónde quedó el policía?
Aunque a partir de los recientes hechos ocurridos en un bar de la Zona Rosa y el homicidio de cuatro personas en la colonia Morelos las autoridades capitalinas incrementaron la vigilancia en el barrio, esta sólo se presenta sobre el Eje 1 y no en las calles que integran el resto de esta colonia.
Durante recorridos realizados por
EL UNIVERSAL en la zona, se observó que en la noche existe la presencia de patrullas de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina, que realizan recorridos sobre el Eje 1, y a veces en algunas calles.
Sin embargo, durante el día no existe la presencia de elementos de seguridad. Incluso en la calle de Libertad, otro de los principales puntos de venta en la zona, los policías realizan recorridos ocasionales sobre la calle de Carranza, pero no ingresan a las vecindades.
Es muy frecuente ver dialogar a los elementos con jóvenes que portan radios de comunicación que se ubican sobre el Eje 1, así como en algunos puntos de venta que están sobre la calle Jesús Carranza.
“Se agradece que hayan enviado elementos a la colonia, pero de nada sirve, ellos saben bien dónde se encuentran los puntos de venta y no hacen nada. No sé si tengan una orden de dejarlos trabajar o qué pasa, porque si ellos quisieran ya hubieran acabo con la venta de droga”, menciona una comerciante que tiene su puesto en la calle Jesús Carranza.
Algunos locatarios narran que las escasas detenciones que realizan los policías son en contra de personas que acuden a Tepito a comprar droga por primera vez o en pequeñas cantidades.
“Ellos saben identificar quién viene a comprar droga por primera vez o en pequeñas dosis. A ellos son a los que detienen, a muchachitos de entre 16 y 22 años que en el caminar se les puede distinguir el miedo, de que llevan la bronca”, explica otro comerciante que por 10 años ha laborado en la calle de Jesús Carranza, en el centro de la ciudad.
El aumento de la demanda de drogas, así como la falta de seguridad que afirman algunos comerciantes, ha originado que cualquiera puede pasar de consumidor a distribuidor en la misma zona o en colonias alejadas.
Aquí no hace falta tener un contacto que brinde protección para poder adquirir más de un kilo de drogas, sólo se necesita tener los suficientes recursos para pagar a los distribuidores.
Y es que pese a los operativos policíacos, Tepito sigue siendo el gran “almacén” que abastece de drogas al DF.
Con información de: http://www.eluniversal.com.mx/ciudad/117586.html]]>