¿Política ficción?
Roberto Monroy
A pocos habrá sorprendido lo revelado por la encuesta del diario Reforma publicada el pasado domingo en la cual el puntero en conocimiento e intención de voto rumbo a los comicios presidenciales de 2018 no es otro que Andrés Manuel López Obrador. El estudio de medición arroja que el tabasqueño una vez más será el rival a vencer del aparato gubernamental, tal y como sucedió a partir de las elecciones intermedias de 2003, 2009 y si por historia está condenado, también lo será después de la jornada del pasado 7 de junio.
Los datos arrojados por el estudio de Reforma sugieren que el 42 por ciento de los encuestados tiene una inclinación por el líder de Morena, 14 puntos porcentuales por encima de Margarita Zavala -quien aparece en segundo lugar-, mientras que Miguel Ángel Mancera obtiene el 25 por ciento de las simpatías. Jaime Rodríguez “El Bronco” y Miguel Ángel Osorio Chong aparecen muy alejados en las preferencias, con rezagos de 23 y 24 por ciento con respecto de López Obrador. Otros de los llamados presidenciables, como Rafael Moreno Valle y Luis Videgaray, apenas alcanzan el doble dígito.
Al analizar estudios estadísticos hechos por el mismo medio a lo largo de los últimos 12 años encontramos algunas similitudes que aportan a la profundización del contexto actual y el presumiblemente venidero: una medición de septiembre de 2003 de cara a las elecciones de 2006 daba a López Obrador una intención de voto del 37 por ciento frente a un 23 por ciento de Santiago Creel y un 20 por ciento de Roberto Madrazo. 12 años después nos encontramos con exactamente los mismos porcentajes de diferencia de AMLO en relación a otros políticos que buscan la presidencia.
En junio de 2009, Reforma ya posicionaba a López Obrador en el segundo lugar rumbo a la sucesión de 2012 con una preferencia del 16 por ciento, por debajo de los 39 puntos del entonces gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto, pero arriba de Santiago Creel, quien entonces se ubicaba como el panista mejor posicionado -con 13 por ciento- y de Marcelo Ebrard, quien contaba con ocho puntos porcentuales. El supuesto planteaba una elección con dos candidatos de la llamada izquierda, Ebrard como abanderado del PRD y su antecesor en el GDF compitiendo por la fórmula PT-Convergencia.
Quienes fueran presidentes durante la coyuntura de ambas encuestas -Vicente Fox y Felipe Calderón-, sistemáticamente utilizaron herramientas jurídicas y mediáticas para contrarrestar el avance de AMLO y debilitar su posicionamiento. Casos tan emblemáticos en el sexenio foxista como los videoescándalos, el desafuero y el fraude electoral de 2006 son prueba contundente de ello. La intromisión grosera del gobierno federal calderonista en la vida interna del PRD durante su mandato y su colusión con el TEPJF para arrebatar a la lopezobradorista Clara Brugada la candidatura perredista al gobierno de Iztapalapa en 2009 son algunas muestras inequívocas de dicha agenda.
Tras la asunción al poder de Peña Nieto, y tras haber sido derrotado por casi 7 puntos de diferencia en 2012, la apuesta de López Obrador bien pudo haber sido retirarse a su rancho La Chingada ubicado en el municipio de Palenque, Chiapas; no obstante, la institucionalización del Movimiento Regeneración Nacional como partido político le ha abierto la puerta a una tercera candidatura presidencial que francamente se analiza igual o más factible que la construida a partir de su gobierno en la Ciudad de México entre 2000 y 2005, dadas las condiciones políticas, económicas y sociales en las que se encuentra el país actualmente.
Sin comulgar con muchas de las prácticas políticas y electorales de Morena, ni mucho menos concediendo que “es la esperanza de México”, en el análisis obligado de la actual partidocracia mexicana, se debe reconocer que hoy por hoy este instituto representa la única fuerza que en la territorialidad, plataforma y discurso rompe con algunas viejas estructuras y antiguos paradigmas sobre los cuales está cimentada la tradicional clase política nacional, lo cual representa una amplia ventana de oportunidad para que AMLO finalmente pueda acceder al gobierno de la república, tal y como Luiz Inácio “Lula” da Silva lo consiguiera en su cuarta candidatura presidencial.
Si al interior del PRI y en el círculo más íntimo de Peña Nieto consideran que la renovación externa del partido pasa por la elección de Aurelio Nuño como líder nacional por tener un rostro joven y fresco o si el panismo apuesta por Ricardo Anaya única y exclusivamente por las mismas razones, sin que exista una verdadera autocrítica e introspección que revitalice sus prácticas y posicionamientos de forma y fondo, ambos partidos estarán partiendo rumbo al 2018 en franca desventaja frente a un López Obrador al cual, aunque lo intenten, en tres años difícilmente le encontrarán otro Bejarano, algún escándalo de “moches” o una Casa Blanca.
Nos leemos en la próxima.
Twitter: @robertomonroy