El Radar
Por Jesús Aguilar
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El ejercicio del poder conlleva desafíos intrínsecos que pueden intensificarse cuando un líder acumula una autoridad desmedida. En tales circunstancias, es común que el dirigente experimente un proceso de aislamiento, desconfianza hacia sus colaboradores más cercanos y tome decisiones erróneas que precipitan la caída de su popularidad. Este fenómeno no solo pone en riesgo la estabilidad del gobierno, sino que también afecta la confianza de la ciudadanía en las instituciones democráticas.
Riesgos y condiciones en un gobierno con liderazgo autoritario
El liderazgo autoritario se caracteriza por la centralización de decisiones, control estricto y comunicación unidireccional. Aunque puede ser efectivo en situaciones de crisis que requieren respuestas rápidas, su aplicación prolongada presenta desventajas significativas. Entre ellas, la falta de innovación y creatividad, ya que al limitar la participación del equipo, se sofoca la generación de nuevas ideas y soluciones.
Además, este estilo puede desmotivar a los funcionarios y asesores, quienes al no sentirse valorados ni escuchados, disminuyen su compromiso y productividad. También puede generar conflictos internos debido al resentimiento y resistencia hacia el control excesivo
A medida que el líder se aísla y desconfía de sus colaboradores, se incrementa el riesgo de tomar decisiones desacertadas.
La falta de retroalimentación y la ausencia de perspectivas diversas pueden llevar a errores estratégicos que afecten la gobernabilidad y la percepción pública.
Este aislamiento también puede propiciar una cultura de miedo, donde los subordinados evitan expresar opiniones contrarias, exacerbando la desconexión entre el líder y la realidad social (Levitsky & Ziblatt, 2018).
Históricamente, múltiples líderes han transitado este camino. Un ejemplo paradigmático es el de Nicolás Maduro en Venezuela, quien, tras consolidar su poder, ha recurrido a la eliminación de opositores internos y externos, erosionando las instituciones democráticas del país. De manera similar, el presidente Richard Nixon en EE.UU., en el escándalo de Watergate, mostró signos de paranoia y aislamiento, desconociendo incluso a sus aliados más leales, lo que aceleró su caída (Woodward & Bernstein, 1974).
Detección temprana y prevención de riesgos
Para mitigar estos riesgos, es esencial implementar mecanismos que promuevan la participación y la transparencia en la toma de decisiones. Fomentar un liderazgo más democrático, que valore la colaboración y la comunicación bidireccional, puede contrarrestar las tendencias autoritarias. Establecer sistemas de retroalimentación continua permite identificar señales de alerta, como la desmotivación del equipo o la disminución en la calidad de las decisiones (Diamond, 2019).
Además, es crucial fortalecer las instituciones democráticas y los mecanismos de control y equilibrio. La creación de espacios donde se escuchen y consideren las voces de diversos actores sociales contribuye a una gobernanza más inclusiva y efectiva.
La transparencia en la gestión y la rendición de cuentas son fundamentales para mantener la confianza ciudadana y prevenir el abuso de poder.
Por otro lado, el papel de la prensa y la sociedad civil resulta determinante en la detección y denuncia de estos procesos de aislamiento. Como indica Steven Levitsky, “las democracias mueren no solo con golpes de Estado, sino con líderes que gradualmente socavan las normas e instituciones que las sostienen” (Levitsky & Ziblatt, 2018).
Por ello, una ciudadanía informada y activa es una de las mejores salvaguardas contra el exceso de poder.
La detección temprana de tendencias autoritarias y la implementación de estrategias preventivas son esenciales para salvaguardar la estabilidad gubernamental y la salud de la democracia y la de un estado, sus finanzas y la interacción positiva de los sectores sociales.
Los contrapesos en la sociedad civil fomentando la participación de alta intensidad son claves y la tolerancia a los mismos fomentando un diálogo de respeto y altura son indipensables para difuminar la sombra del autoritarismo que nunca termina bien, ni para quien lo ejerce, ni para el pueblo que lo padece.
Un liderazgo que promueva la participación, la transparencia y la colaboración no solo fortalece la gobernabilidad, sino que también enriquece el tejido democrático de una nación y de un estado como el nuestro.