Daño personal La iniciativa, que según Ramírez podría estar implementándose dentro de unos dos meses, en cierta forma refleja el cambio de actitud hacia el cannabis, que a nivel internacional ya se emplea en varios países en el tratamiento de condiciones vinculadas al menos una decena de enfermedades. En este caso, se trataría de ver si la marihuana puede ayudar a manejar el síndrome de abstinencia de adictos al bazuco interesados en dejar la droga, así como la ansiedad y los cambios de estado de ánimo propios de su falta o consumo elevado. Según Ramírez, de tener éxito la experiencia luego se escalaría como parte de una estrategia orientada a la reducción tanto del riesgo social como del daño personal de los adictos al bazuco, que en la capital del país ya tiene al menos 7.000 consumidores “problemáticos”. Las dramáticas consecuencias del uso prolongado del bazuco son más que visibles en los rostros desdentados de la gente que vive, literalmente, entre las basuras de esta calle, en sus balbuceos sin sentido –a veces agresivos, a veces divertidos– y su piel, marcada por las cicatrices y las enfermedades. “En la parte médica, lo que más encontramos son problemas dermatológicos, intestinales y respiratorios”, dice Javier Cortés, coordinador del Centro de Atención Médica a Drogodependientes (CAMAD) que opera en la zona del Bronx desde septiembre de 2012. Y como para recordar que la violencia también es parte de este drama –de los 277 homicidios de indigentes registrados en Bogotá en los últimos tres años, el 90% estuvo relacionado tanto con el consumo como con la venta de estupefacientes–, mientras conversamos son al menos dos las personas que llegan buscando les retiren los puntos de sutura: el recuerdo de un par de puñaladas.
Riesgo social
En los CAMAD, que son otra de las iniciativas con las que la alcaldía de Bogotá está intentando reducir el riesgo y daño asociado al consumo habitual de sustancias psicoactivas, también trabajan psicólogos y trabajadores sociales. Pero, al contrario de lo que muchos parecen pensar, estos centros móviles no distribuyen drogas de forma controlada entre los adictos, aunque la creación de “centros controlados de consumo” es otra de las ideas en las que está trabajando la alcaldía bogotana. “Nosotros no podríamos competir con la olla. Nos sacarían a tiros”, explica Javier Cortés, mientras caminamos por calles conflictivas. Efectivamente, a pesar de los recientes esfuerzos de la policía, y del “plan de recuperación del espacio público” que ha visto hacer presencia en la zona a numerosas instituciones municipales, aquí el consumo y el comercio de todo tipo de sustancias prohibidas todavía van de la mano. Y los silbatos que anuncian mi entrada, la de un desconocido, a las zonas de influencia de los grupos criminales que controlan el microtráfico están ahí para recordármelo.
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