El Radar
Por Jesús Aguilar @jesusaguilarslp
“Mentira que la patria pertenece a todos los que nacimos en ella. Pertenece a una pequeñísima minoría de acaparadores de la tierra y de las riquezas del suelo. Pertenece a los terratenientes, grandes negociantes y banqueros.” — Librado Rivera periodista mexicano 1864–1932
El mercado inmobiliario en San Luis Potosí está enfrentando una crisis aguda que afecta tanto a los potenciales compradores como al medio ambiente.
En los últimos años, el precio de la vivienda ha aumentado de manera drástica debido a la especulación y la falta de terrenos disponibles para desarrollos económicos, además de la necedad de los tenedores de la tierra en el poniente por seguir exprimiendo una zona que ya dio de sí desde hace mucho tiempo.
¿Habrá también un desequilibrio congénito en la población potosina por “pertenecer” y “permanecer” en la misma zona como última voluntad de vida?
¿Es este extraño comportamiento alimentado por los propios terratenientes de la “zona dorada” que siguen manejándose sin escrúpulos creando un espejismo fatal para la economía de los potosinos y al mismo tiempo garantizando el inflado permanente de sus corruptos bolsillos?
Temas de estudio profundo con efectos reales en el día a día de la búsqueda de un lugar dónde vivir en el triste valle del Tangamanga.
Pero el efecto dominó es real, y ya contagia otros espacios de nuestro teritorio, algunas zonas alrededor de la ciudad han experimentado un incremento de hasta 300% en el valor de la tierra, lo que ha hecho prácticamente imposible acceder a vivienda asequible para la clase trabajadora. Y el costo exacerbado de la tierra en prácticamente todo el perímetro continúa siendo continuidad de la especulación de la tierra por parte de la complicidad rampante que han ejercido los barones del cemento y las autoridades genuflexas y convenientemente lubricadas por el dinero de este caótico sistema.
Este problema se ve agravado también por la escasez de vivienda económica. La Cámara Nacional de Desarrollo y Promoción de la Industria de la Vivienda (Canadevi) señala un déficit de más de 50 mil viviendas en la región, lo que afecta sobre todo a aquellos sin acceso a créditos hipotecarios tradicionales como el Infonavit o Fovissste, si a eso agregamos que hay una generación completa que se mantiene en trabajos flotantes, sin prestaciones en parte por el abuso de patrones y en buena medida también por su postura sin compromiso a mediano plazo para con sus centros de trabajo y como consecuencia no tienen acceso a crédito inmobiliario, el tema es tremendo con saldo a favor para los arrendatarios que también cada vez más se “ajustan” al comportamiento del mercado haciendo impagables muchas rentas especialmente en las zonas conquistadas por la alta burguesía tradicional.
En lo práctico el mercado tiende a privilegiar desarrollos de lujo o de gama media, mientras que las viviendas asequibles en zonas industriales, donde hay mayor demanda, son entonces insuficientes.
Si a eso agregamos el tremendo galimatías que implica el calvario de trámites y trabas burocráticas que hay que sufrir para construir, el tema hace implosión.
Además, el acelerado crecimiento urbano ha impactado negativamente el entorno natural, contribuyendo a la presión sobre áreas protegidas, como la Sierra de San Miguelito, donde se han intentado construir desarrollos residenciales, a pesar de la resistencia social y los riesgos ambientales asociados como aquí hemos denunciado constantemente al contrario de los medios que atravesados por este ruin interés prefieren mantener un silencio criminal en detrimento de la casa de todos.
A lo largo del tiempo, diferentes administraciones han permitido la expansión inmobiliaria sin una adecuada planificación urbana, exacerbando la problemática. La falta de regulación clara y la especulación han favorecido un círculo vicioso donde los precios aumentan, limitando el acceso a la vivienda y afectando tanto la cohesión social como la sostenibilidad ambiental en la región.
Podemos comprobar hoy que los mismos capitanes del barco del concreto, especuladores cicateros, roñosos “dueños” de las condiciones del mercado en el que solo ellos se benefician ya reciben beneficios institucionales en valores catastrales e ingenuos cálculos en los que terminan ingresando a las arcas municipales menos que la gran masa trabajadora que en una vivienda media o de interés social no solo batalla para llegar al último de mes, sino que sufre un intrincado viaje de regreso a “casa” acosados por la inseguridad y el persistente tema de la cada vez más compleja movilidad.