Hace veinte años recibí en Barcelona una carta de mi amigo el periodista cubano Reinaldo Escobar en la que me decía: “Conocí a una bella filóloga, se llama Yoani Sánchez y le gustó mucho tu libro La quinta nave de los locos”
Desde entonces quería conocerla en persona. Pero durante años el gobierno le negó hasta veinte veces la salida de Cuba. Mientras tanto, sus premios internacionales se acumulaban y su merecidísima fama creció como la espuma. Finalmente las autoridades insulares la dejaron viajar y ella escogió, para leer en el avión, mi novela Un viejo viaje, distinguiéndome así con ese inesperado honor.
La esposa de mi amigo había iniciado una gira internacional tan larga como su ya emblemática cabellera. Su vuelta al mundo en ochenta días, la trajo a México procedente de Europa la madrugada del 9 de marzo. Acudí a recibirla en el aeropuerto. Después de tantos mensajes en el ciberespacio y llamadas telefónicas, por fin pude abrazarla.
Ya en Brasil algunos grupúsculos favorables al gobierno cubano la habían insultado con inusitada virulencia. Ante la posibilidad de que un episodio tan desagradable se repitiera en México, solicité protección oficial para Yoani y le fue concedida.
Cuando ella vio los guardaespaldas y los vehículos blindados, me dijo en tono jocoso: “oye, muchachón, te pasaste con la escolta. Yo no estoy acostumbrada a que la policía me cuide sino a que me persiga”.
Salvo uno de mis alumnos encargado de registrar las imágenes de su llegada, nadie sabía el día ni la hora del aterrizaje de Yoani en México. Ese secreto celosamente guardado evitó que aquí se reprodujera el recibimiento hostil que la célebre bloguera sufrió en Recife.
Sentados en una cafetería del aeropuerto, exclamó: “¡qué ciudad más luminosa, desde el avión se ve llena de luz!”, y agregó, “¡qué triste nuestra Habana con tan pocas luces y tantos apagones!”.
Inmediatamente organizamos su agenda que abarcaba cinco días entre Puebla y el DF. Noté que le faltaba un diente, lo cual le confiere un aire de niña traviesa cuando se ríe. Esa pieza la perdió en un forcejeo con cuatro mujeres policías cubanas cuando quisieron quitarle la ropa en un calabozo. Yoani cayó al suelo y se golpeó la boca con la puntera metálica de la bota de una de las policías.
Le dije: “Te pareces a Amy Winehouse, a quien le faltaba el mismo diente y en el mismo lugar”. “Pero yo no sé cantar, contestó, ya me hubiera gustado cantar como ella”.
Enseguida se puso a teclear en la pantalla táctil de su inseparable tableta digital. “Trabajo como una hormiguita”, comentó. Pero aquella tableta electrónica le daba más bien la apariencia de una remota escriba sumeria imprimiendo cuneiformes en la arcilla del siglo XXI. Además, su chal anaranjado echado sobre los hombros me traía a la memoria los monjes budistas con túnicas azafranadas que desfilan en fila india por las calles de Nueva Delhi. Algo exótico, entre místico y oriental, emana de su frágil figura sin por ello dejar de ser cubanísima.
Mi labor consistía en concertar encuentros con los innumerables medios que querían entrevistarla, pero también sería su cicerone. La llevé a conocer las ruinas del Templo Mayor que la deslumbraron y su rostro se iluminó con los retablos barrocos en la Iglesia de la Enseñanza y en la Catedral del Zócalo donde nos esperaba “Cachita”, nuestra Caridad del Cobre. Visitamos el Sagrario, donde José Martí se casó con Carmen Zayas Bazán en 1877. Yoani compró estampitas de la Guadalupe y de San Judas Tadeo para cumplir con un encargo de su mamá. Quedó fascinada con el Sanborns de los Azulejos y el Palacio de Bellas Artes. Luego fuimos al mercado de artesanías de La Ciudadela donde le obsequié un huipil verde. Su infinita curiosidad cultural la hacía sacar fotos de todos los detalles, desde un mural de Orozco hasta el motivo ornamental de una puerta de vidrio esmerilado.
Su afán de explorarlo todo se extendía a la gastronomía mexicana. Con antojo infantil, comió tacos al pastor y de arrachera, huitlacoche, escamoles, pozole, quesadillas, pollo con mole, tortillas de maíz azules y verdes, tamales de rajas…
Pero los gritones no se hicieron esperar. Aparecieron en Puebla, frente al hotel donde ella se hospedaba y en cuyos salones tenían lugar las sesiones de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) de la que Yoani es vicepresidenta regional. Desde la banqueta coreaban arcaicas consignas y desplegaban pancartas. No pasaban de veinte. Unos cuantos lograron colarse en el hotel y durante un minuto armaron su show. Puesto que yo moderaba la conferencia de prensa de Yoani, exigí un tono respetuoso en las preguntas. Finalmente, no pudieron reventar su disertación.
Una de las preguntas más recurrentes se refería a la financiación de su viaje supuestamente sufragado por laCIA: monumental mentira destinada a desacreditar su poderosa imagen. Su iPhone 5 fue un regalo que le hicieron en España. La maleta que arrastraba, así como la tableta digital: obsequios de admiradores brasileños. Amigos mexicanos y cubanos la agasajaron con diversos presentes, desde sandalias hasta gafas de sol pasando por una Catrina de barro con pintura vidriada para su hijo Teo, a quien le gusta la música gótica. Muchos se desvivían por invitarla a comer. Otros gastos mayores -pasajes de avión y hoteles- corrieron por cuenta de las instituciones que la invitaron: la SIP en Puebla y la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México.
Pero los vociferantes no atienden a razones, insisten en repetir sus mantras con una obstinación digna de Goebbels, quien afirmaba que”una mentira mil veces repetida se transforma en verdad”. Todos los totalitarismos se parecen, así que no es raro que el nazismo y el comunismo guarden más de una simetría.
En el Senado de la República reaparecieron los vocingleros. Tampoco pasaban de veinte manifestantes. Agitaban banderas rojas que ya no se ven ni en Rusia. Ya que están tan interesados en la financiación del viaje de Yoani, cabría preguntarse quién los subvenciona a ellos. ¿De dónde sacan dinero para andar gritando a todas horas en vez de estar trabajando o estudiando? ¿De dónde sacan recursos para el traslado en camionetas, para la comida o los refrigerios, las banderas que queman, los carteles, la megafonía, los globos y los dólares falsos que arrojan a puñados?
Aparte de defensora de los derechos humanos en la mayor de las Antillas, Yoani es más que una filóloga, unabloguera, una tuitera o una periodista: ha devenido una escritora. Su capacidad para elegir la palabra precisa, las profundas lecturas que atesora, su sintaxis impecable que también se expresa en su elocuencia, la contundencia de sus conceptos y la elegancia de sus símiles, la han convertido en una ensayista a ritmo de blog. Apremiada por la urgencia de reportar su propia vida y la de sus conciudadanos, esa cadencia trepidante no afecta la calidad literaria de su prosa. Quizá la limitación de twitter a 140 caracteres la ha obligado a sintetizar sus ideas llegando así a la concisión del estilo lapidario. Ella tiene el pensamiento compacto y afilado, algo difícil de encontrar incluso entre escritores laureados con el Premio Nobel. Las viñetas de la vida cotidiana cubana que publica en su blog combinan hábilmente pasajes narrativos con relámpagos ensayísticos. Para ella, la literatura -el arte de narrar- es mucho más que un simple entretenimiento para gente ociosa.
Durante cinco días solamente tuvo que soportar dos actos de repudio en los que participaron unas cuarenta personas en total. ¿Qué son cuarenta detractores comparados con los cientos de admiradores que la saludaban afectuosamente en todas partes? Una gota de agua en el océano. La gente en la calle la besaba, los meseros le estrechaban la mano, otros venían con su libro Cuba libre pidiéndole un autógrafo, todos querían tomarse fotos con ella.
A los organizadores de los dos actos de repudio les salió el tiro por la culata. Con esos mítines no hicieron más que aumentar su cobertura de prensa, multiplicando a escala mundial su imagen y su palabra.
En la Universidad Iberoamericana, donde doy clases desde hace ocho años, la Vicerrectoría Académica y el Departamento de Comunicación organizaron una charla de Yoani con maestros y alumnos. El evento logró reunir a más de doscientas personas, muchas sentadas en el suelo. Los aplausos al final fueron tan atronadores que hasta el estrado donde yo estaba con ella vibró.
Esa era la impresión que yo quería que ella se llevara del noble pueblo mexicano.
Temprano en la mañana del 14 de marzo voló rumbo a Nueva York. Tampoco esta vez le dije a nadie ni el día ni la hora de su partida. Desde el avión, ella tuiteó: “México me ‘robó’ el corazón, confieso que tuve ganas de no tomar este avión y de quedarme más tiempo allí”.
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