POR ADRÍAN IBELLES.
Por muchos años desprecié con saña todas aquellas funciones que tenían la leyenda DOB a un costado de los títulos. Me parecía una aberración acudir a alguno de esos maravillosos blockbusters (cintas que son generalmente las que reciben este tratamiento) y perderme de los genuinos diálogos que emiten las estrellas de la industria. Sentir que veo una película del canal 5, con censura y deformada para que quepa en la tv.
Con el tiempo este desprecio fue desdibujándose. Fui programado por la necesidad para acostumbrarme a esto. Conocer a la gente que hace posible lo que vemos en pantalla me ayudó a valorar el quehacer fílmico; reconocer que sin el esfuerzo de todos aquellos nombres que aparecen en los créditos, la cinta no sería igual.
Tengo esta amiga, por ejemplo, que trabajó en un doblaje de alguna de las películas de Narnia. Un papel no muy importante, pero que bastaba para hacerla sentir orgullosa. Los traductores forman parte indirectamente de la producción, pero su trabajo es fundamental, ya que para algunos es inconcebible ver una película donde Mark Ruffalo o Bruce Willis suenen distinto a Mario Castañeda. Es más, no hay un número suficiente de espectadores que prefieran la voz original de Gokú interpretada por Masako Nozawa a la del mismo Mario.
Los doblajes están enfocados en cierto nicho, pues difícilmente veremos doblada una película de Leos Carax o Bella Tarr. Pero muchas veces las malas traslaciones de un texto pueden deformar la trama misma. Alterar los hechos de forma irreversible.
El último altercado que recuerde se dio durante la proyección del trailer de The Force Awakens (2015) en el que la línea “Chewie, we’re home” se cambió por –“Chewie, casa”. En un primer momento, parece una licencia muy brusca la de transformar a Han Solo en un teletubbie. A veces, por más que uno quiera defender el oficio, se vuelve muy complicado ante estas circunstancias.
Y es ahí donde radica el principal problema, ya sea en la literatura o en el cine, el trabajo del traductor debería ser el capturar el sentido del texto y trasladarlo sin alteraciones al otro idioma. Pero esto es una empresa tan compleja, como tratar de llevar íntegra una cubeta llena de agua a través de un viejo puente colgante a ciegas y en pleno sismo. Algunas palabras, significados y juegos de palabras gotean y se derraman, es inevitable.
El doblaje ya no es exclusivo de los filmes animados. Es prácticamente imposible ver uno de los estrenos veraniegos en las salas de cine comerciales con subtítulos en un horario adecuado. No digamos en 3D, donde la cantidad de espectadores que no quieren perderse las juguetonas explosiones por estar leyendo, nos supera a los pocos puristas que seguimos buscando las letritas.
Cuestión de gustos, de idiosincrasias. La verdad es que no creo que la filosofía trascendental de Hollywood se pierda en la traducción. Lo que sí se pierde es la concepción original de la obra. Entiendo lo de oferta y demanda, pero no siento que me dejen elegir. Por eso, y por muchas cosas más, ya no disfruto ver cine en el cine.