Nagoro es un pequeño pueblo enclavado en el Valle de Iya, Japón, en el cual, al igual que en muchas zonas rurales, la población ha desaparecido, sin embargo, los pocos habitantes que quedan decidieron darle un giro para no sentirse solos, reemplazar a sus vecinos con muñecos de trapo.
El único camino que lleva a Nagoro es tan estrecho que difícilmente pasan dos automóviles juntos, un pequeño río fluye a su lado y está majestuosamente rodeado por montañas. Por lo que, a primera vista, la ciudad da la impresión que está llena de vida: agricultores en los campos, familias esperando en la parada del autobús y las señoras mayores reunidas para echar el chisme.
Estos muñecos son obras de Ayano Tsukimi, una de las pocas residentes de carne y hueso que quedan en Nagoro, ella nació en esta localidad pero se mudó a Osaka, al regresar a su pueblo hizo su primer espantapájaros para alejar a las aves del jardín.
Después empezó a hacer más espantapájaros para darle vida a la ciudad y atraer a los turistas.
Desde entonces, ha creado más de 350 espantapájaros, los cuales sólo duran tres años expuestos al exterior, así que únicamente tiene 150 colocados alrededor de Nagoro. A medida de que los residentes van falleciendo o mudándose, ella hace un muñeco para recordarlos, por ejemplo, cuando la escuela cerró, ella hizo espantapájaros de profesores y alumnos y los colocó en el interior.
Aunque es un experimento interesante, tiene su lado aterrador, como no hay negocios en Nagoro, la vida de este pueblo va desapareciendo quedando únicamente los muñecos.
¿Qué les parece?
Con información de: Sopitas