De la ignominia a la tristeza (o de lo que admira una parte de México)

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Luego de concluir, el pasado 13 de Julio el mensaje a los medios y la posterior ronda de preguntas que respondió el Secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong sobre la fuga de Joaquín Guzmán Loera, la ignominia pulsó lo suficiente para escribir una columna que tres días después he tenido que cambiar.

Ya la explicación del gobierno federal, está hecha. Consistió en una composición discursiva que se concentró en explicar que el penal de alta seguridad del Altiplano cuenta con estándares internacionales, 750 cámaras de seguridad, puntos de revisión, bardas perimetrales, aduanas, torres, filtros, además de la presencia de la policía federal y el ejército. De ahí que el escape, producido gracias a la confección hecha a medida de un túnel, amplio, iluminado, con ventilación, de más de 1,500 kilómetros, ha producido que Osorio Chong lo califique de insólito.

A éste punto el hecho de ser uno de los hombres con mayor fortuna en el mundo y luego de que en 2001, Guzmán se escabullera por primera vez del penal de Puente Grande, escondido en un carro de lavandería, hace innegable que entre los adjetivos a reconocerle es aquel que define a una persona capaz de resolver problemas, de entender o comprender, con habilidad, destreza y experiencia. Un hombre inteligente.

Así es como lo perciben algunos de sus coterráneos, en palabras de Armando Rodríguez, sinaloense entrevistado por Pablo Llanas para El País: “Que gane el más vivo pues. Él se aventó y se salió. Se durmieron y se chingaron. Se les peló el carajo. Se les peló por pierna, ni el polvo les dejó. Que gane el bueno, el triunfador”. Así hay quienes le defienden o le componen corridos, como hay quienes se alegran de que haya escapado y los que hasta en Culiacán, marcharon a su favor: “El Chapo y su gente estarán siempre al mando” se leía en una cartulina blanca sostenida por un chaval larguirucho.

Habrá que esperar y ver, si las televisoras, en su búsqueda por el producto narco de moda, no buscarán hacer una “serie” de todo esto, como ya han demostrado, la vida criminal puede maquillarse lo suficiente hasta ponerla deseable y desde los hogares de México, otros jóvenes soñaran con usar pistolas con cachas de marfil y ser el narco hecho a sí mismo, que es “bueno” con los pobres y que no asesina a personas inocentes.

Sin embargo, la inteligencia la puede tener cualquiera, lo frágil y que por momentos pareciera invisible es que cada persona decide al servicio de que pone sus talentos, y en esto Joaquín Guzmán erró desde el principio. Su vida, no es el ejemplo de una persona que por sus propios esfuerzos o dones le planta cara a la adversidad, no es, como dijo Rodríguez, “el bueno, el triunfador”. Un narcotraficante, el que sea, se enriquece de la debilidad de otros seres humanos, atentando contra su salud por dinero, el que diversifica sin miramientos sus negocios fuera de la ley, moviendo armas y personas, porque si miles de mujeres, de hombres, niñas y niños son explotados y prostituidos en lo que éstas letras se leen, es debido a ellos.

Loera, como tantos otros criminales, no puede escapar de quién es y del rastro de sangre de gente inocente que deja tras de sí, no hay túnel para salir de ese personal infierno, si es que aún es posible allí, sentir algo. Tarde es para saber, si en algún momento tuvo la oportunidad de modificar su camino y corregirlo, seguramente con esa inteligencia que le caracteriza pudo haber triunfado en sendas más honestas y hoy, en lugar de estar siendo perseguido nuevamente, estaría disfrutando de su familia, pensando en a donde ir a descansar, con paz en la conciencia, siendo padre de sus hijos, compañero de su esposa, hijo de la madre que casi nunca puede ver. No era un imposible, otros y otras han modificado sus circunstancias a través de los estudios, del trabajo, de la creatividad.

Pero Guzmán Loera, decidió mal, no hay otra palabra posible y esa “vida” tiene de todo pero admirable no es. De allí lo que queda, fue usar esa inteligencia para salir de prisión haciendo lo mismo que hacen muchos a mayor o menor escala, encontrar gente sin escrúpulos y corromperles, comprar silencio, ingeniería, materiales, esperar y desaparecer del penal, para volver a esconderse, o para pelear sus caminos con la sangre de otros, o para que algún joven larguirucho al saber de él se ponga una cartulina y sueñe con ser igual, un perseguido, un criminal, un sincasa.

¿Es ese el personaje que hoy admira una parte de México?

No le he dicho aún porque cambié la columna, pero ya termino con esto y es que no bastaba vea, con la ignominia, ni con burla, había que mirar, que hay gente contenta, genuinamente feliz de que Loera escapara, orondos de su fuga y de su impunidad, mientras que del otro lado del mar, un presidente demasiado corto para comprender, homenajeó a un verdadero héroe sin que nadie en México se diera cuenta.

A lo mejor es que el reconocimiento hecho a Don Gilberto Bosques un personaje que recibe honores en el peor momento del país que le vio nacer, se da también justo al punto en que ese país no se lo merece. Después de todo, la memoria inmensa que contiene su nombre, la labor honesta y proba de sus acciones, no hace huella en la mentalidad actual, no puede ser el ejemplo a un México enfermo, torcido y habituado a la violencia.

Al menos no a ese que admira criminales, y eso no es ignominia, eso es tristeza. A más ver.

Twitter: @Almagzur

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