De niño reclutado a asesino: el testimonio de quien mató a su amigo por el narco

Daniel cuenta que creció en una casa donde la violencia y la pobreza eran parte del día a día. Su padre golpeaba a su madre, no había dinero suficiente y él no podía continuar sus estudios. A los 12 años, un grupo criminal lo reclutó ofreciéndole dinero y la promesa de que así terminarían los problemas en su hogar.

Él recuerda con dolor la decisión más terrible: matar a su mejor amigo para demostrar que era leal al cártel. Dice que su amigo cometió un error y que, dentro de esa lógica violenta, ese error se pagó con la vida. “Lo maté para comprobar mi lealtad; era él o una parte de mi familia”, relata, y afirma que, aunque han pasado 17 años, todavía vive con ese peso.

En la Ciudad de México empezó vendiendo droga para poder llevar algo de dinero a su casa. Contó que con ese peso que llevaba a veces esperaba que su padre dejara de golpear a su madre. Después aprendió a usar armas, a secuestrar y a participar en actos cada vez más graves, incluso en delitos como la venta de órganos.

Con el tiempo le ofrecieron ser “jefe de plaza”: a los 13 años ya tenía a otras personas a su cargo y muchos niños bajo su mando. Describe escenas en las que, siendo un niño, dirigía a grupos armados para secuestrar o matar. “Era un niño con 10 personas detrás de mí, todos con armas”, dice, y subraya que hoy ve también a más mujeres reclutadas en el narco.

Durante su adolescencia fue detenido varias veces por posesión de drogas y armas, pero asegura que había acuerdos que lo dejaban en libertad hasta cumplir 18 años. Fue cuando esos arreglos dejaron de funcionar y quedó claro que seguir así no tenía salida segura.

Al recordar la cárcel, la llama “un infierno”, aunque cuenta que incluso ahí seguía relacionado con actividades delictivas. Con los años comprendió que el dinero y los lujos no daban lo que más extrañaba: la libertad y la familia. “De nada sirve todo eso si no puedes estar con los tuyos”, afirma.

A sus 33 años reflexiona sobre el reclutamiento infantil y lo atribuye en gran parte al vacío en el hogar. Señala que en muchas casas faltan tiempo y cariño de los padres, y que eso deja a los niños vulnerables a ofertas de dinero y poder que parecen soluciones rápidas.

También explica con crudeza cuánto se paga por cada acción: “Por cada papelillo ganas cinco pesos, por cada bolsa de marihuana son diez pesos. Es dinero rápido, pero te empuja a buscar la muerte o la de tu familia”, dice, y advierte que la entrada al mundo del crimen suele traer consecuencias irreversibles.

Hoy, Daniel cree que lo que lo podría haber salvado fue un poco más de atención y afecto en su niñez. Dice que le hubiera gustado estudiar mecánica o ser aviador y hace un llamado directo a los padres: si no quieren perder a un hijo, pongan atención y den amor de calidad.

Su testimonio es un llamado de alarma sobre cómo la pobreza, la violencia familiar y la falta de oportunidades facilitan el reclutamiento de niños y adolescentes por parte de grupos criminales. Daniel habla desde la experiencia y pide que se proteja a los menores antes de que lleguen a tomar decisiones que marcarán su vida para siempre.

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