“Soy la segunda de tres hijos del matrimonio formado por el joyero Alfonso Cuevas Navarrete y la campeona de tiro Carlota Castillo. Él escogió mi nombre porque amaba las arias, y quería que yo cantara ópera aunque fuera como pasatiempo”.
“Desde chiquillos, mi papá nos ponía a Alfonso, a Carlos y a mí a escuchar ópera y música de las grandes bandas; mi mamá oía tangos y mi abuelo a Antonio Aguilar; ahí me enamoré de la música ranchera, y mi gusto por cantarla inició a los tres años. Mi madre me inscribió sólo en colegios de mujeres, donde fui buena estudiante, siempre obtuve los terceros lugares”.
“A partir de los 11 años tomé clases de bel canto y participé en concursos de radio; a los 12 me pagaron mi primer sueldo, y a los 13 grabé mi primer disco, para lo cual mi papá vendió su auto y compré mis primeros trajes de charra en La Lagunilla. También estudié modelaje, gracias a lo cual viajé a España para mostrar los diseños de Pedro Loredo. Desde entonces me convertí en soporte de mi casa”.
“A los 18 años conocí a Uriel Alatriste, con quien me casé a los 19; en 1984 nos convertimos en padres de Rodrigo, a quien Juan Gabriel bautizó. Luego de que me invitó a trabajar con él, en 1985, inició mi calvario: fui víctima de violencia física y psicológica por parte de mi marido quien, justo con un golpe, me hizo perder el 60 por ciento de la audición en mi oído derecho”.
“Durante un año viví y trabajé con Juan Gabriel en Los Ángeles, California; me propuso matrimonio tres veces, pero no acepté por serle fiel a mi marido y por respetar nuestro compadrazgo. Si no hubiera sido mi compadre, me hubiera casado con él. Además, en 1987 nació mi hijo Diego. Me divorcié de Uriel en 1989, y nunca lo volví a ver ni buscó a mis hijos”.
“Rehice mi vida en un par de ocasiones: la primera, con Paco Guízar, exintegrante del grupo Ciclón; el matrimonio duró un año. A principios de los 90 conocí a Carlos Berganza, quien fue como un padre para mis hijos; nos casamos en abril de 1995, un año después nació Valeria, y nos divorciamos en 2010”.
“La primera década del milenio fue complicada para mí. El 24 de diciembre de 2003 murió mi padre. Al año siguiente me detectaron un tumor en la cabeza, que desapareció por obra de la Virgen de Guadalupe, y en 2010 mi madre falleció mientras dormía. Meses después, un asalto me obligó a migrar a Estados Unidos, y en 2011 murió Alfonso, mi hermano mayor”.
“En 2012 estudié Cienciología, que ayuda a asimilar y superar tus problemas; eso me ha permitido disfrutar plenamente a mi familia. Siempre he estado abierta al amor, pero no lo busco; sé que en algún momento va a llegar solo”.
“Celebro con gusto llegar a 61 años, guiada por mi filosofía de vida: vivir y dejar vivir. Sueño con ser recordada como digna embajadora de la música ranchera en todo el mundo. Estoy fascinada de que Valeria, mi hija, tome la estafeta para seguir cultivando este género maravilloso que Dios nos regaló”.
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