Desde la Mano Izquierda: Cuidado con el cerdo

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Por: Claudia Almaguer

Es un día normal, son casi las diez de la mañana y el lugar es concurrido, a esa hora precisamente muchas familias van a una calle aledaña para desayunar, como justo planeo hacer yo misma, nos hemos bajado del auto y caminamos encima de la banqueta cuando se acerca un hombre de unos 40 años y nos saluda como si nos conociera. Al volver decido cruzar la calle, pero es inútil, el tipo se atraviesa llega a la otra acera continúa hablándome mientras camina detrás nuestro.

 

Calculando todas las posibilidades me encuentro limitada debido a que vengo con mi familia, su acoso nos ha arruinado el desayuno, a mí por lo pronto me dan nauseas, aunque con el paso de los años estas han disminuido para transformarse en ira, pienso en lo útil que sería una señalética similar a la que utilizan para los perros bravos, pero advirtiendo: “Cuidado con el cerdo acosador”.

 

Al igual que miles de mujeres en nuestro país era adolescente la primera vez en que fui víctima de acoso callejero, cuando de camino a la preparatoria un hombre fue capaz de conducir a la vez que me mostraba el pene. Desde entonces la cantidad de machistas que me han dicho improperios en la vía pública o que me han ofrecido sus favores sexuales es interminable.

 

La trampa que tiene el acoso sexual en sociedades como la nuestra es que inmediatamente que uno platica su asco la gente se pone a pensar en qué habremos hecho las mujeres para recibirlo, tal vez es que traíamos ropa sugerente, o que no nos dimos a respetar, si no de plano terminan por decir “eso te pasa por guapa” o “los hombres son hombres”, pero no hay que equivocarse, ni es lo guapa que pueda ser una mujer, ni actos como estos pueden resumirse a una pulsión sexual irrefrenable, sino a un abuso de poder.

 

Dudo mucho que los hombres que hacen esto crean que vas a voltear encantada de que te digan porquerías, dispuesta a tener sexo y no como lo es, a vomitar. Saben que es incomodo para nosotras, que es indeseable, que es repugnante, por lo tanto, el mensaje de fondo dice algo como: “Ya sé que te doy asco, pero yo te puedo decir lo que quiera, porque eres mujer y no vales nada”.

 

Precisamente debido a ello hay quienes se están cuestionando seriamente que tipo de escollos y de miserias condujeron a la masculinidad machista a ser el criadero de agresores que actualmente es, un destino aparentemente cómodo para el hombre promedio, aunque en realidad conduzca no sólo a que sea un participante mediocre en su propia familia, sino también una persona proclive al consumo de sustancias, a las enfermedades mentales y al suicidio.

 

Independientemente de si los hombres están conformes con la manera en que fueron formados (o deformados), lo cierto es que nosotras no estamos obligadas a continuar tolerando comportamientos como el acoso callejero, pero cada que abordamos el tema siempre hay un par de listos que retroceden diciendo que ya no se sabe que es acoso y que no lo es.

 

Sin ir más lejos en la ultima columna de Javier Marías para el diario El País, señala que los movimientos feministas contra estas conductas como el #MeToo se han exagerado al grado de que en ciertos espacios se está recomendando a los hombres evitar todo contacto con las mujeres para no ser denunciados, porque aparentemente ya cualquier cosa puede ser acoso sexual, pedir el teléfono, invitar a almorzar, etcétera.

 

Leyendo estas cosas una se imagina que Javier Marías vive en una ciudad de acosadores romántiquisimos, patanes educados que ponen el saco en el charco de agua para que pasen las damas y que terminan detrás de los barrotes por ello, pero no es así, puede ser este escritor, o cualquier político o funcionario público, inclusive el ciudadano común molesto porque ya se le recriminan los piropos en lugar de agradecérselos, y siempre estarán hablando desde su experiencia como hombres, o sea una bien distinta a la que hemos tenido nosotras.

 

Porque usted querida lectora, a diferencia de cualquier varón, sí sabe lo que se siente recibir el acoso sexual del que le escribo, tiene su camino medido cada mañana hacia la escuela o el trabajo, se viste de acuerdo a él, se baja de la banqueta y le dice a sus hijas que no anden solas por la noche en la calle, porque las encamina al igual que alguna vez hicieron con usted, porque si un tipo le dice una porquería en el camión, en el taxi o en el medio de la banqueta de un día soleado, usted vuelve a casa, rumiando la rabia y conteniéndose el asco. En esto todas tenemos una historia que contar. A más ver.

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