Las almas de los que se fueron hacen olvidar diferencias; cada quien a su manera los recuerda
Las almas de quienes se adelantaron regresan cada año para unirnos entre ofrendas y flores, y también para dejar atrás las diferencias. En San Luis Potosí, el Día de Muertos es más que una tradición: es una reconciliación colectiva con la memoria, desde el Xantolo huasteco hasta los altares del Altiplano.
En todo México ocurre lo mismo: desde los tapetes del Bajío hasta las velaciones de Pátzcuaro y Mixquic, cada región conmemora a sus difuntos a su manera, pero con un mismo propósito: recordarlos con respeto, color y alegría.
La Huasteca, corazón ritual del Xantolo
En la Huasteca potosina, el Xantolo conserva el sentido más profundo de esta celebración: un diálogo entre vivos y muertos que combina danzas, máscaras y música tradicional. Las comunidades se preparan durante semanas para recibir a las almas con comida, copal y tamales, en un ambiente de fiesta que honra la continuidad de la vida.
En la capital, la memoria florece entre panteones y arte
En la capital potosina, los panteones de El Saucito y El Españita concentran, desde el 31 de octubre, a miles de familias que llegan con flores, velas y música. Los corredores se llenan de color y de guitarras que interpretan los temas preferidos de quienes partieron.
En barrios como Tlaxcala, San Sebastián y Santiago, los vecinos organizan concursos de catrinas y altares, mientras que el Centro Histórico se transforma en una galería al aire libre con tapetes de aserrín y representaciones teatrales nocturnas.
Zona Media: el recuerdo que une familias
En la Zona Media, la conmemoración tiene un carácter más íntimo. En Rioverde, Ciudad Fernández y Cárdenas, el recuerdo de los muertos se mezcla con la convivencia entre familias. Las plazas se adornan con altares escolares y comunitarios que muestran panes artesanales, calaveras de azúcar y retratos antiguos.
En los pueblos, los niños recorren las calles disfrazados de ánimas pidiendo la tradicional “calaverita”, costumbre que se mantiene viva entre generaciones.
Altiplano: espiritualidad y silencio
En el Altiplano, las celebraciones conservan un tono más sobrio y espiritual. Matehuala dedica misas y altares en templos; en Real de Catorce, las calles empedradas se iluminan con velas que guían el camino al panteón. En Cedral y Vanegas se trazan caminos de pétalos desde las casas hasta las tumbas, símbolo del retorno de los seres queridos al hogar.
La capital, entre tradición y arte contemporáneo
En la zona Centro, universidades, museos y colectivos culturales han incorporado miradas contemporáneas al homenaje. El Museo del Ferrocarril organiza recorridos temáticos, mientras que la UASLP y el Centro de las Artes presentan altares monumentales dedicados a personajes emblemáticos del estado.
México entero celebra la vida en el recuerdo
Fuera de San Luis Potosí, México entero también se viste de flores y luz.
En Pátzcuaro, Michoacán, las islas de Janitzio y Yunuén se iluminan con cientos de velas que cruzan el lago durante la noche del 1 de noviembre.
En Mixquic, al sureste de la Ciudad de México, las familias velan toda la noche entre campanas y rezos; mientras que en Xochimilco, las trajineras se llenan de flores, música y calaveras.
Estas manifestaciones, junto con las potosinas, conforman un mismo tejido cultural que atraviesa el país: la certeza de que los muertos no se van del todo.
Cada altar, cada vela y cada flor de cempasúchil confirman que México celebra la vida a través del recuerdo, y que en esas noches de noviembre el país entero respira al unísono, guiado por la luz de quienes regresan.


