El Día del Padre llega con dolor y vacío para muchas familias migrantes en Estados Unidos. En miles de hogares, el miedo ha reemplazado las celebraciones. Desde que Donald Trump regresó al poder hace cinco meses, las redadas y detenciones por parte del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) se han intensificado, separando a padres de sus hijos y dejando preguntas sin respuesta.
Desde enero hasta mediados de junio, más de 139 mil personas han sido deportadas y otras 51 mil permanecen detenidas, según cifras del Departamento de Seguridad Nacional (DHS) y el centro TRAC Immigration de la Universidad de Syracuse. Aunque no se sabe con precisión cuántos de ellos son padres, los datos históricos indican que la mayoría son hombres adultos, muchos de ellos pilares en sus familias.
Una de las historias más dolorosas es la de Estefanía, madre guatemalteca que vive en Long Beach. Su esposo fue detenido en una redada a finales de mayo. Desde entonces, sus hijos no han podido hablar con él. “Mis hijos hicieron un dibujo para su papá, pero no saben dónde enviarlo. Les dije que está en un lugar donde no dejan pasar cartas. ¿Cómo les explico que está encerrado por trabajar duro?”, cuenta entre lágrimas.
La psicóloga Helena Rodríguez, quien dirige un programa de salud mental para migrantes en San Bernardino, afirma que este Día del Padre es uno de los más tristes que han vivido las familias. “Vemos niños con ansiedad, depresión, trastornos del sueño e incluso retrocesos como volver a mojar la cama. Esto es un trauma colectivo”, explica. Algunas escuelas del sur de California cancelaron actividades relacionadas con el Día del Padre porque los menores no pudieron contener el llanto.
En Pico Rivera, la maestra Valeria Pérez vivió escenas conmovedoras: “Un niño me preguntó si podía hacerle una tarjeta a su papá, aunque esté en la cárcel. Otro dijo que su papá ya no festeja porque está en Guatemala”. Son escenas que se repiten en muchas aulas donde el miedo y la tristeza se han vuelto parte de lo cotidiano.
En Georgia, Manuel, un jornalero salvadoreño detenido en Texas, cumple su cuarto mes bajo custodia de ICE. No tiene antecedentes penales ni ha sido acusado de ningún delito, pero fue arrestado por no tener documentos al salir de una obra. Su hija de 14 años escribe todas las noches en su diario, pidiendo a Dios que su papá regrese.
Frente a esta situación, abogados como Daniela Rojas, de CARECEN, explican que “el verdadero terror es que hoy en día nadie sabe si regresará a casa cuando sale por el pan”. Asegura que hay cientos de padres encerrados sin antecedentes, sin juicio, y sin poder defenderse. “Eso no es justicia”, afirma con firmeza.
La política migratoria no solo ha afectado a padres. También hay madres que han sido deportadas o están detenidas. Ana María, madre hondureña de tres hijos, fue deportada en marzo sin previo aviso. Su esposo la esperaba afuera del centro de detención en Bakersfield, pero nunca volvió a verla. Ahora él y sus hijos preparan un desayuno entre lágrimas. “Yo era el proveedor, pero ella era el corazón de esta familia”, dice Luis.
En Boyle Heights, el Padre Brendan Busse celebra una misa especial por los padres ausentes. “Nunca imaginé hacer una homilía con tantos bancos vacíos. Hay mujeres solas rezando por sus esposos, niños pidiendo ver a sus papás en sueños. Esta política detiene corazones”, comparte con tristeza.
A pesar del dolor, muchas familias no se rinden. Organizaciones como CHIRLA, ImmDef, RAICES, CARECEN y Unión del Barrio han creado redes de apoyo con comida, vigilias y cuidado para padres y madres que enfrentan esta crisis solos. En las iglesias se reza con fotos de los detenidos, en las escuelas se escriben poemas para “papás lejanos pero presentes”.
Y en medio del silencio, la esperanza sigue viva. Matías, un niño de ocho años, lo resume así: “Yo sé que mi papá está vivo y que no se fue porque quiso”.