Educación contra la “maldición” de ser discapacitado

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Los discapacitados en Camboya sufren una falta de inversión en educación y sanidad que se ven agravados por una sociedad y religión que justifican su marginación.

El aprendiz sortea el cableado con su silla de ruedas y ajusta el circuito eléctrico. Positivo-Negativo. Em Na, de 30 años, se mueve entre polos opuestos; siempre sujeto al maniqueísmo. Monje budista desde niño, hace siete años tuvo una parálisis y le obligaron a colgar la kasaya —tradicional túnica azafrán budista—. “Quise ordenarme monje otra vez cuando me recuperé, pero no me aceptaron. Nunca lo entendí, aunque no les culpo”, acata religiosamente Em Na; que vio su fe rechazada tras dedicar más de 20 años de vida a un culto. El antiguo monje aprende ahora electrónica, agricultura y alfabetización en la escuela de Banteay Prieb, a las afueras de la capital de Camboya.
El centro de formación profesional para discapacitados cercano a Phnom Penh es el segundo más antiguo y de los pocos que siguen funcionando en el país. En Banteay Prieb, Em Na comparte estancia un centenar de discapacitados que asisten a cursos de mecánica, reparación de teléfonos o costura. La escuela, que ahora atiende a todo tipo de personas con discapacidad, fue creada por jesuitas en 1991 para ayudar a las decenas de miles de lisiados a causa de los 30 años de guerra que asolaron Camboya.
A finales de los años noventa el Banco Asiático de Desarrollo estimaba que un 9,8% de la población camboyana era discapacitada. Las cifras actuales varían. El Consejo Ejecutivo para la Discapacidad estima que hay 300.000 (un 2% de los habitantes). Pero el Instituto Nacional de Estadística lo eleva al 4%. El principal problema, sin embargo, es la discriminación social e institucional que sufren.
El padre indonesio Gregorius Pryady, director del centro de Banteay Prieb, detalla lo que significa ser discapacitado en Camboya: “Se entiende como una maldición, resultado de pecados cometidos en vidas anteriores. Las familias esconden a los que las sufren”. El jesuita explica que los cursos sirven para que las personas se desarrollen con dignidad, aprendiendo habilidades que les permitan ser independientes.
Camboya ha mejorado el sistema educativo en la última década, pero la discriminación continúa. El primer informe Mundial sobre Discapacidad (2011) de la Organización Mundial de la Salud (OMS), establece que la relación entre niños con y sin discapacidad que reciben educación primaria es de 1 por cada 4. La desigualdad no es reciente, sino que organizaciones locales camboyanas señalan que un 56% de los discapacitados son analfabetos sin acceso a formación y empleo, en un país que además carece de un sistema integrado de asistencia psicológica para ellos.
Tang Sopeak, de 24 años, tiene parálisis desde los 15. Estuvo tres años inmóvil en un hospital sin atención especializada —Camboya es uno de los países del mundo en que los discapacitados pierden más años de salud, según la OMS­—. “Mis hermanos se reían porque no pude hablar durante meses y en la calle se burlaban de mi forma de andar”. Tang recorre el taller de costura tambaleándose pero con decisión. Atrás dejó las mofas ajenas y hoy es ella la que acompaña cada respuesta con una carcajada: “Confío en mí misma y quiero abrir mi propia tienda para ayudar a mi familia”.
El centro de Banteay Prieb no sólo es especial para la formación de discapacitados, sino que fue pionero en producir la única silla de ruedas adaptada a la superficie irregular del sureste asiático. La silla del Mekong (en alusión al río que cruza la región) fue diseñada con tres ruedas y un eje central ajustable, lo que le da más flexibilidad y equilibrio. Replicada en Indonesia, Sri Lanka y Bangladesh, la silla es un ejemplo de cooperación entre países del sur y un medio de locomoción excepcional para discapacitados físicos desde principios de los noventa.
“La movilidad es un término muy profundo… Esta silla de ruedas nos permite llegar a pueblos aislados; algo vital para saber las necesidades educativas de la gente”, explica el jesuita español Enrique Figueredo, promotor del invento y fundador de Banteay Prieb. Lokopok Kike —padre Kike, como lo conocen sus amigos—, atendió a mutilados camboyanos de los campos de refugiados en los ochenta hasta que se hizo cargo del centro de formación. La fama de Banteay Prieb y más de 20 años dedicados a los discapacitados, le han valido el sobrenombre de Obispo de la silla de ruedas.
El padre Kike reconoce que el tratamiento de la discapacidad en Camboya ha mejorado: se creó el Consejo para la Discapacidad, dependiente del Ministerio de Asuntos Sociales, que aprobó la Ley sobre Discapacidad (2009) y la política educativa para niños discapacitados. Sin embargo, el informe de la Organización Camboyana de Personas Discapacitadas (CDPO) de 2013 recoge los casos en que no se cumple la ley: las escuelas privadas disponen de descuentos y no todos los edificios públicos están preparados para ellos. Además, el estudio indica que el sistema de enseñanza igualitario no incluye a discapacitados intelectuales y psíquicos.
“El Gobierno tiene que cambiar las prioridades. Se invierte más en defensa que en discapacidad sin estar en guerra con nadie. La educación y la sanidad se han convertido en negocios y por eso no funcionan bien”, analiza el padre Kike; a sabiendas de que la pobre inversión nacional en salud (8% del total) obliga a las familias a gastar el 30% de sus ingresos en atención sanitaria. El ahora prefecto apostólico de Battambang, continúa su misión de ayudar a discapacitados en el noroeste del país; la región donde viven el 78% de los lisiados por explosivos remanentes de guerra.
El Centro Arrupe de Battambang ofrece educación y vivienda a 44 mutilados, afectados por poliomielitis y por parálisis cerebral de zonas rurales; donde viven la mayor parte de los discapacitados. El proyecto está financiado por la organización española SAUCE y también sirve como plataforma para atender a 500 familias de aldeas remotas.
La asistencia a discapacitados en áreas rurales dio lugar a un programa educativo en pueblos aislados, donde vive el 80% de la población y escasean los recursos. “La situación en los colegios de las aldeas es más grave que la de las ciudades. Los profesores no van a la escuela”, cuenta Hang Srey Poth, economista de 30 años y una de las encargadas del proyecto que asiste a 1.600 niños de 16 colegios de pueblos perdidos en la selva. Este programa combina salarios dignos con el entrenamiento de maestros locales y la inclusión de ayudas en forma de alimento para evitar el absentismo del profesorado por la precariedad salarial; un mal común en todo el país.
Según el Informe de la UNESCO sobre educación en el Sureste Asiático de 2014, el sueldo medio de un profesor en Camboya es de 50 dólares mensuales (46 euros), por lo que casi el 90% confirman dar clases extras o tener otro empleo. Los maestros compensan la escasez de sus ingresos recibiendo sobornos de los estudiantes o con el rien kuo —lecciones para preparar las materias de examen—, cobrando cinco dólares más por alumno. El absentismo y la economía sumergida se agravan en la Camboya rural, donde hay menor control institucional y más necesidades.
El éxito del programa de educación en pueblos remotos coordinado desde Battambang ha hecho que el Gobierno envíe profesorado estatal para enseñar a la red de 62 maestros de las aldeas. Hang Srey Poth describe la importancia de la iniciativa: “Es necesario hacer llegar la educación a estas zonas del país. Antes nadie tenía acceso aquí y no se podía descubrir el talento de estos discapacitados”.
Camboya sufre el mal común a muchos países en desarrollo: la falta de inversión en educación y sanidad para personas con discapacidad; agravados por una sociedad y religión que justifican la marginalización de los que la sufren. “Lo más importante ahora es sacarlos de sus casas y aceptarlos. Hay tanto que enseñar…”, concluye el padre Kike desde Battambang. Este centro y el de Banteay Prieb dan prioridad a la educación; único dogma para ayudar a los discapacitados, y para aceptarlos.

Fuente: La Razón

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