El balance incómodo: lo blanco y lo negro de los primeros siete años de la 4T

El Radar
Por Jesús Aguilar

Hay un ejercicio que en México se rehúye por razones de militancia política, pero que resulta obligado para quien observa la vida pública con distancia profesional: evaluar con rigor. Siete años de la autodenominada Cuarta Transformación —seis bajo Andrés Manuel López Obrador y uno bajo Claudia Sheinbaum— permiten ya un corte de caja lo suficientemente amplio para mirar luces, sombras y también contradicciones estructurales.

No se trata de emitir un juicio definitivo, sino de entender qué cambió, qué se erosionó, qué se consolidó y qué quedó pendiente en un proyecto que prometió refundar al país. La 4T, guste o irrite, transformó la conversación pública; pero transformar la conversación no equivale siempre a transformar el Estado.

I. Lo blanco: los avances innegables

1. Una reducción histórica de la pobreza

Aquí está el trofeo indiscutible de la 4T.
Entre 2018 y 2022, el Coneval registró una caída de 51.9 a 46.2 millones de personas en pobreza, una reducción atribuible—en buena medida—al incremento del salario mínimo y al aumento masivo de transferencias sociales. Es el dato que más orgullo genera dentro del proyecto y el que más resonancia tiene en escenarios internacionales.

Reducir pobreza monetaria no es menor. Y mucho menos en un país con desigualdades que suelen reproducirse a pesar de las alternancias políticas.

2. Los aumentos sostenidos al salario mínimo

Después de tres décadas de estancamiento, el salario mínimo logró recuperar parte de su poder adquisitivo. Las alzas anuales, negociadas sin sobresaltos inflacionarios, constituyen uno de los cambios estructurales más significativos del periodo.

3. Estabilidad macroeconómica contra pronósticos

Contra discursos catastrofistas, México mantuvo:

• Inflación controlada

• Estabilidad cambiaria

• Crecimiento moderado pero constante

• Remesas en niveles récord

La economía no colapsó; al contrario, resistió embates globales como la pandemia.

4. El combate a ciertos privilegios de élites políticas

La narrativa anticorrupción no siempre se tradujo en resultados medibles, pero sí trajo una consecuencia institucional:
la reducción de gastos superfluos y prebendas del alto gobierno, una vieja deuda con la ciudadanía.

II. Lo negro: las grietas que crecieron bajo el proyecto

1. Militarización sin retorno

La 4T prometió regresar al Ejército a los cuarteles; hizo exactamente lo contrario.

Las Fuerzas Armadas asumieron tareas civiles: aduanas, puertos, aeropuertos, obras públicas, seguridad pública y hasta distribución de libros de texto. El país quedó más militarizado que en cualquier momento del siglo XXI.

El costo institucional: debilitamiento de controles civiles, opacidad presupuestaria y un riesgo creciente de normalizar la excepcionalidad.

2. Un sistema de salud colapsado

Aquí está la herida más profunda.

El desmantelamiento del Seguro Popular, la fallida creación del INSABI y los bandazos posteriores dejaron al país en su peor crisis sanitaria en décadas. La falta de medicamentos, el abandono de tratamientos oncológicos y la fragmentación del sistema representan el mayor fracaso social de la 4T.

La pobreza bajó, sí; pero la pobreza por carencias de salud aumentó. Ese contraste lo explica todo: regalar dinero no sustituye la eficiencia del Estado.

3. Retrocesos en transparencia y contrapesos

La desaparición fáctica de órganos reguladores, los ataques al INAI, la captura discursiva de instituciones y el debilitamiento de organismos autónomos generaron un ecosistema menos plural y más vulnerable a decisiones unilaterales.

4. Violencia y criminalidad sin contención

El proyecto prometió una política de “abrazos, no balazos”. La realidad ofreció otra cosa: homicidios sostenidos en niveles récord, expansión territorial del crimen organizado y regiones enteras bajo control de grupos armados.

Es el gran pendiente que la narrativa no logró ocultar.

III. Entre la continuidad y el relevo: el primer año de Sheinbaum

Claudia Sheinbaum heredó un legado ambivalente: conquistas sociales, legitimidad electoral y popularidad; pero también sistemas debilitados, polarización y enormes presiones fiscales.

Su primer año ha sido uno de continuidad programática, con los mismos aciertos y los mismos riesgos:

• Mantiene las becas universales.

• Amplía apoyos a mujeres y jóvenes.

• Afianza la militarización administrativa.

• Preserva la política energética estatista.

• No corrige el desastre del sistema de salud.

• Sostiene la centralización política heredada.

La diferencia más visible es el estilo, no el rumbo.

IV. La contradicción central: el éxito social que esconde un hueco fiscal

El mayor acierto de la 4T —la reducción de la pobreza— proviene de una política simple: transferencias masivas de recursos.
Pero el propio éxito plantea un dilema estructural:

¿Cuánto tiempo puede el Estado regalar dinero sin fortalecer los pilares que sustentan el desarrollo?

Hoy México destina una porción histórica del presupuesto a programas sociales. Sin embargo:

• No se incrementó progresivamente la recaudación.

• No se combatió —de fondo— la corrupción estructural.

• No se invirtió lo suficiente en salud, ciencia, educación o infraestructura social.

• No se reformaron los sistemas de pensiones y seguridad social.

La ecuación es insostenible: más gasto asistencial + menos inversión en capacidades públicas = un futuro fiscal comprometido.

El país avanzó en alivio inmediato, pero descuidó capacidades de largo plazo.

No se combate la pobreza solo distribuyendo dinero; se combate construyendo un Estado funcional que genere movilidad social, salud pública y justicia.

V. Conclusión: el espejo inevitable

Siete años después, la 4T es un proyecto que produjo logros evidentes y fracasos incontestables.

Logró lo que otros gobiernos no:
alivió la pobreza, aumentó el salario mínimo, mantuvo estabilidad macroeconómica y reconfiguró la agenda pública.

Pero dejó heridas profundas:
desmanteló el sistema de salud, militarizó el país, debilitó contrapesos e ignoró la violencia.

La paradoja final es potente:
la mayor victoria social del obradorismo se sostiene sobre el mayor descuido del propio Estado social.

La 4T transformó expectativas, pero no transformó instituciones.
Redistribuyó dinero, pero no reconstruyó capacidades.
Movilizó emociones, pero no profesionalizó al gobierno.

El futuro del país dependerá de si la próxima etapa —la de Sheinbaum— logra corregir esa asimetría y convierte la transferencia en oportunidad, no en muleta permanente.

El desafío, para ella y para México, es simple y monumental:
pasar del alivio inmediato a la transformación profunda.

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