El 14 de febrero de 1992, justo en el Día del Amor y la Amistad, se registró uno de los crímenes más impactantes en la Ciudad de México. En la colonia Parque de San Andrés, en la alcaldía Coyoacán, la policía encontró los cuerpos sin vida de una familia dentro de un automóvil Renault Alliance. Algunos estaban en el asiento trasero y otros en la cajuela. Todos habían sido golpeados y apuñalados brutalmente.
La noticia estremeció a la capital, no solo por la violencia del acto, sino por el hecho de que el responsable fue un miembro de la misma familia: Alejandro Cota Quiróz, un joven de apenas 18 años que terminó con la vida de su madre Lydia, sus hermanas Claudia y Cynthia, y su hermano mayor Héctor, a quien atacó con más violencia, dándole cerca de 30 golpes en la cabeza con una llave de perico.
Lo más desconcertante para las autoridades fue la reacción de Alejandro cuando le informaron sobre los asesinatos. No mostró emoción alguna. Dijo que había estado celebrando San Valentín con amigos, pero su comportamiento frío llamó la atención de los policías, quienes comenzaron a investigar más a fondo hasta que las pruebas lo señalaron como el principal sospechoso.
Después de varios días, Alejandro no soportó la presión y terminó confesando los asesinatos. En su declaración, mencionó que nunca se sintió amado por su familia. Dijo que su madre no le mostraba afecto, que su hermano Héctor lo golpeaba y que era excluido de los cumpleaños de sus hermanos. Todo eso lo habría llevado a tomar la decisión de matarlos.
Pero Alejandro no actuó solo. Se supo que tres personas participaron con él en el crimen. Dos de ellos fueron detenidos; uno murió en prisión y otro sigue encarcelado. El tercero, quien supuestamente era su pareja sentimental, logró huir y hasta la fecha permanece prófugo.
Actualmente, Alejandro Cota Quiróz cumple una condena de 50 años en el Reclusorio Oriente de Iztapalapa. Ya ha pasado más de la mitad de su sentencia tras uno de los casos criminales más recordados en México.
Este caso marcó a una generación y convirtió a Alejandro en una figura sombría conocida como “el asesino de San Valentín”, no solo por la fecha del crimen, sino por la forma cruel y despiadada en que actuó contra su propia sangre.