El Eco de las Vallas Derribadas

El Radar
Por Jesús Aguilar.

Imagina un Zócalo capitalino, corazón latiendo de México, donde miles de voces juveniles irrumpen como un tsunami contra el muro de concreto y mariposas que el gobierno erigió para ocultar su rostro.
El 15 de noviembre de 2025, la marcha de la Generación Z no fue solo un desfile: fue un estallido, un grito colectivo contra la inseguridad que devora 100 vidas diarias, contra el narcoestado que Sheinbaum heredó y que aunque seguramente quiere combatir, no puede. Pero al llegar al Palacio Nacional, el gas lacrimógeno y los toletes transformaron la esperanza en caos: 120 heridos, 20 detenciones, un saldo de represión que evoca los fantasmas del 68.
¿Fracaso o victoria? El efecto reverbera: convocan ya al 20N, y el país despierta de su letargo.
La marcha, nacida del hartazgo por el asesinato del alcalde de Uruapan y la ola de violencia que deja 200 mil desaparecidos, reunió a miles en la CDMX y ecos en 50 ciudades incluyendo a San Luis .
Jóvenes con pancartas inspiradas en “One Piece” –símbolo de libertad rebelde– se aliaron a madres buscadoras, médicos sin medicinas y opositores hartos. Su pliego: revocación presidencial, transparencia y seguridad real. Pero el gobierno, temeroso, blindó el centro con vallas y 5 mil antimotines, un despliegue que la dirigente de Morena, Luisa Alcalde tildó de “operación de los de siempre”, culpando a influencers y una supuesta campaña de desinformación orquestada por Atlas Network y Ricardo Salinas, con 90 millones de pesos invertidos. Triquiñuela clásica: arguyeron desde el poder que infiltrados del “bloque negro” provocan vandalismo para justificar la respuesta brutal, gases a quemarropa contra mujeres y niños, como documentan videos virales.
La prensa libre nacional no calla. Aristegui Noticias denuncia la represión como “ensañamiento” y celebra la convocatoria al 20N como resistencia.
Proceso y La Jornada destacan cómo Morena minimiza el movimiento como “artificial”, mientras que El Financiero narra los disturbios como clímax de un descontento genuino.
CNN Español reporta la marcha como catalizador contra la inseguridad Sheinbaumista, con la presidenta culpando a “provocadores” sin asumir responsabilidad.

Internacionalmente, el eco es ensordecedor. LA Times ve en ella “más críticos que jóvenes”, un frente anti-Sheinbaum que expone fracturas.
DW y Perfil cifran heridos y detenciones, alertando sobre un “gobierno que reprime la disidencia”. Swissinfo la cataloga de alzamiento contra violencia y autoritarismo, mientras el PAN acusa “guerra sucia” y Morena responde gritando montaje.
El efecto trasciende: disuelve el mito de la “4T pacífica”, obliga a Sheinbaum a responder y polariza un México al borde.
Pero el gobierno contraataca con maña: bots amplifican “fracaso” –como Fernández Noroña en Facebook–, censuran hashtags y vigilan tuiteros. Intentan diluir el impacto etiquetándola de “ultraderecha”, ignorando que sumó a todos: de la Z al boomer. TV Azteca lo resume: “De pacífica a guerra campal por infiltrados”.
Sin embargo, el muro cayó, simbólico y literal; el gas no ahoga la rabia.
Hoy, 17 de noviembre, México no olvida: la Generación Z no marcha por capricho, sino por supervivencia. Si el régimen persiste en triquiñuelas y toletes, el próximo estallido no derribará vallas, sino tronos.
El reloj corre; el pueblo, no se detiene.

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