El fotógrafo que captó la cara de la muerte

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Desde los nueve años, Enrique Metinides no ha dejado de verle la cara a la muerte: su cámara plasmó, durante medio siglo, “historias al estilo Al Capone” con México DF como plató, en fotografías de asesinatos, accidentes y suicidios, que llegan ahora a Madrid en la exposición “Tragedias mexicanas”.

Metinides tiene 81 años, pero le siguen llamando “El Niño”. No en vano a los once años se montaba cada mañana en la ambulancia de la Cruz Roja, para llegar el primero a fotografiar la muerte que salpicaba la gran metrópolis mexicana y las páginas de periódicos “de nota roja”, especializados en grabar en tinta, día tras día, las tragedias cotidianas del país.

La madrideña SpainMedia Gallery recoge ahora, hasta el 6 de junio, una retrospectiva de su trabajo a pie de accidente que le ha costado, entre otras cosas, “siete costillas rotas, dos atropellos, un dedo roto y un infarto mientras tomaba fotos”, cuenta Enrique Metinides, en conversación telefónica desde su hogar mexicano.

Cuando el fotógrafo vio su primer cadáver, a los diez años, no se impresionó“demasiado”, porque las sesiones de cine negro a las que era aficionado lo habían preparado para la sangrienta postal.

 

Sin embargo, el cine de Al Capone no se habría apoderado de su cámara si no es por una casualidad familiar: su padre regentaba un pequeño negocio donde “vendía carretes y cámaras a los turistas.” Y cuando lo cerró, le regaló a Metinides su primera cámara.

“Entonces empecé a sacar fotos de los coches accidentados fuera de las delegaciones policiales”, cuenta el fotógrafo, quien añade que su padre después montó un restaurante “donde iban personas de la Policía”, que lo invitaron “a tomar fotos de cadáveres y de personas detenidas”.

A los once años sus fotos se publicaban con su nombre en el diario La Prensa y pasó a formar parte de la plantilla: “me iba a sacar fotos toda la mañana, y después iba a la escuela primaria en el turno de tarde”, rememora “El Niño”.

El fotógrafo intentaba grabar en su carrete, cada día, “una historia al estilo de las películas de los años veinte“, por lo que rehusaba dar siempre el papel protagonista a la víctima y buscaba poner el foco sobre lo que la rodeaba: “si había un muerto a tiros, retrataba la pistola, la bala o los peritos sacando huellas”, explica Metinides.

La figura del “mirón” también es una constante en muchas de sus obras, donde se ven círculos de gente rodeando al cadáver y al fotógrafo, que “sonreían y saludaban, porque querían estar en la foto, sabiendo que saldrían en el periódico”, cuenta.

 

Su particular forma de retratar las historias tras los crímenes la ejemplifica contando un antiguo caso que le tocó cubrir, en el que tres hermanas habían sido asesinadas mientras saqueaban su casa:

“Primero fotografié la fachada, después la entrada, la tercera foto era una jaula con un perico y, después, fotos de retratos de las mujeres en vida. En cuarto lugar, los cartuchos y, para rematar, los cadáveres”, rememora Metinides.

De todas ellas, la foto elegida fue la del loro, explica el mexicano, que aún recuerda el titular que ocupó, junto a su instantánea, la primera plana: “El testigo del crimen”.

Paradójicamente, en su fotografía más icónica el rostro del cadáver de una mujer, fallecida en un accidente de trafico, es el indiscutible protagonista: “A la gente le gusta porque está muy bien peinada y no parece muerta”, señala Metinides, que explica que la víctima, una periodista, “iba tan arreglada porque se dirigía a la presentación de su libro”.

“Mi trabajo antes era más fácil porque la policía era más amiga de la prensa”, dice Metinides, quien, además de compartir vehículo con los médicos que salían a socorrer a los accidentados, disponía de una radio que sintonizaba la frecuencia de la Policía y le permitía llegar al mismo tiempo que las autoridades a fotografiar sus “tragedias”.

 

“Teníamos muy buena relación”, cuenta el mexicano, que añade que le cedía las fotografías a las autoridades para sus investigaciones y los vídeos -que comenzó a hacer más tarde- a los bomberos “para que los novatos aprendiesen las técnicas”.

Medio siglo de violencia y sangre diarias, hasta su jubilación como fotógrafo de tragedias, en 1997, han hecho mella en el cuerpo de Metinides, más allá de las cicatrices de sus fracturas: “El trabajo a veces me ponía tan mal el estómago que ya no puedo comer carne”, confiesa.

Por ello, considera que, para el documental que están grabando sobre su persona, y que tiene previsto su estreno a finales de este año, han elegido un muy buen título: “El hombre que vio demasiado”.

Fuente: El Debate

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