Jesús Argüelles Palos era conocido como ‘Chuy el Diablo’ no por su condescendencia. Se le había ligado a más de una decena de asesinatos contra narcomenudistas en Ciudad Juárez y era el máximo líder de la pandilla Los Aztecas, aliada del violento Cártel de Juárez. Luego de pasar tres años en prisión, en febrero de 2005 fue absuelto por otro cargo de asesinato en contra de un distribuidor de droga y dejado en libertad. A una semana del Día del Niño, Jesús Argüelles fue asesinado a tiros frente a su esposa mientras salía del restaurante Degá en el centro comercial Río Grande. La página de Facebook de Leslie delata su interior. De foto de portada está una leyenda que dice: “Ojalá te hagan lo mismo para que veas como duele”. Sólo una de sus fotografías es de ella, las demás son memes de “forever alone” o de dos dedos de una misma mano abrazándose entre ellos. El estigma que carga Leslie es el mismo de millones de niños en México. Una voz incesante les pregunta si ellos mismos llevarán el gen de la violencia, si en algún momento serán capaces de cometer los crímenes de sus padres. Encontrar cifras que apunten al número de sicarios operando en México es casi imposible; sin embargo una estimación reciente de las autoridades federales es de 500 mil miembros de los cárteles de la droga, muchos de ellos con hijos. Por otro lado la Red por la Infancia de Ciudad Juárez, una ciudad que en 2010 fue tildada como la más violenta del mundo por registrar más de 3 mil 100 homicidios en 12 meses, ha estimado que existen entre 8 mil y 12 mil hijos de sicarios o narcotraficantes tan solo en aquella urbe. Según explica la Doctora Helen Morrison, sicóloga forense, especialista en infancia y quien ha entrevistado a más de 135 asesinos seriales durante su carrera, es la sociedad la que implanta esa “mala semilla”. Morrison reconoce la distinción entre los asesinos sociópatas más comunes en Estados Unidos y un sicario, un asesino a sueldo. Explica que la falta de moral y de consciencia es lo que está detrás de sus crímenes y que esto mismo es lo que podría acercar a sus hijos a repetirlos. “Los sicarios no tienen consciencia, quieren dinero y harán lo que sea para obtenerlo, como asesinar personas. Eso es lo que puede llegar a sus hijos”, dice. Pero para José Luis Flores, coordinador de la Red por la Infancia en Ciudad Juárez, el sicariato es una “construcción social”. “La violencia es una construcción social; es decir, cuando una persona opta por el delito es porque otras opciones le han sido vedadas, y eso no se cuestiona, en cambio se cuestiona y se criminaliza a la persona”, dice Flores. Además, dice, México es un país de estigmas donde el simple hecho de no tener uno o ambos padres crea un rechazo entre los mismos niños y los padres de sus compañeros de clases. “Entonces cuando uno de sus padres o ambos son criminales, se sobreestigmatiza la situación del niño”. HERENCIA QUE PESA Leslie tiene ahora 15 años y ha comenzado a preguntarse si la violencia de su padre estará en ella. Si habrá heredado el asesinato como heredó sus ojos. Esta misma pregunta se la ha formulado la comunidad científica desde la década de los 60 cuando los genetistas intentaron ligar los crímenes violentos como el asesinato con el gen del “super-hombre”, una alteración que añade una Y más al regular XY, de tal manera que su formación cromosómica es XYY. No obstante, una década después, la investigación fue desechada y considerada no concluyente. El debate fue reabierto en la década de los 90, cuando científicos de un hospital en Nijmegen en Holanda encontraron una pequeña variación genética en cinco generaciones, 14 miembros, de una familia alemana que no había cesado de cometer crímenes cada vez más violentos desde 1978. Los doctores que analizaron a la familia encontraron una pequeña marca sobre una de las astas del cromosoma X que hacía que el comportamiento violento se exacerbara en los miembros de la familia que la poseían. Sin embargo, la conclusión final afirma que esa variación es particular de aquella familia alemana y la posibilidad de que suceda es de una en 5 mil. La Doctora Morrison, también autora del libro Mi vida entre asesinos seriales, abre la posibilidad al modelo de rol que podrían estar jugando los padres. Dejando a un lado la ciencia, lo que se sabe es que estos niños necesitan atención. Muchos de ellos, a pesar de no expresarlo abiertamente se han sentido perseguidos por los delitos de sus padres. Se han sentido delincuentes, como ha dicho el mismo hijo de Pablo Emilio Escobar Gaviria, el narcotraficante colombiano más conocido en el continente. “Me siento perseguido por el delito de ser portador del ADN de Pablo Escobar y no porque haya cometido alguna falta contra la ley”, dijo Sebastián Marroquín –el nuevo nombre de Pablo Escobar Junior– en una entrevista con un medio colombiano. FALTA DE ATENCIÓN Y APOYO Tanto Flores como Morrison coinciden en una cosa: los hijos de los delincuentes de este tamaño necesitan una atención sicológica que no se les está dando. En 2011 el estado de Chihuahua, una entidad que ha concentrado más de 30% del total de homicidios en México, creó un fondo para ayudar a los niños víctimas de la violencia, “incluyendo a los hijos de los sicarios”, según dijo entonces Mario Trevizo, titular de la dependencia fundadora. No obstante, la Red por la Infancia en Ciudad Juárez afirma que el apoyo ha sido ofrecido a una población “muy pequeña” y con un tratamiento incompleto. Sé que Leslie no recibe este apoyo, pero cada mañana se levanta temprano para ir a la escuela secundaria donde menos de su círculo cercano de amigos conoce la historia de su padre. Ese es su apoyo, el camino a estudiar algo que algún día la hará una profesionista hasta salir de ese oscuro lugar poblado por hienas y cadáveres de animales. http://www.sinembargo.mx/13-05-2013/614252]]>
El gen del sicario, un estigma familiar
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