EL GOLPE DE CLAUDIA EN LA MESA DE MORENA

DESTACADOS, OPINIÓN, RADAR

El Radar

Por Jesús Aguilar

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La Presidenta Claudia Sheinbaum hizo algo inédito: envió una carta formal a la militancia de Morena que no fue un llamado de auxilio, sino un acto de desafío. 

Hoy no hablamos de un grito desesperado, de un “¡detengan la decadencia!” lanzado desde el gobierno; hablamos de un golpe de timón que redefine quién tiene la batuta en el movimiento obradorista.

Desde septiembre de 2024, la Presidenta había sido cuidadosa: se desmarcó del partido, prometió no dirigir discursos ni dar línea a la militancia, y defendió la separación estricta entre gobierno y organización. 

Aquella Sheinbaum parecía dispuesta a limitarse a gobernar, dejando las riendas de Morena en manos de sus dirigentes. Hoy sabemos que fue un paréntesis. Un arco de subsitencia política personal, midió los terrenos de los entenados de AMLO y sus alcances, en donde evidentemente hay dos paladines sobrados Adán Augusto y Monreal, incluso confrontados entre ellos en su influencia en sus cámaras.

La misiva difundida la semana pasada marca una nueva etapa. Por primera vez, la jefa del Ejecutivo cuestiona abiertamente quién manda en Morena y se coloca a sí misma como la voz con autoridad moral y política para dictar principios. 

No es ya la Presidenta que da recomendaciones con modestia: es la dirigente de los dirigentes, estableciendo desde el tono de las campañas hasta el guardarropa y los destinos de viaje de sus correligionarios.

En el texto, Sheinbaum no aludió con nombres directos, pero fue clara: basta de vuelos en primera clase para turismo político (Gerardo Fernández Noroña, esto te incluye), cesen las fiestas de realeza ranchera y los helicópteros partiendo de San Lázaro (Pedro Haces y Ricardo Monreal), corten los vínculos familiares en la sucesión de cargos (Andrea Chávez, Félix Salgado Macedonio y Saúl Monreal quedaron en la mira), respeten las leyes electorales sin pactos oscuros (Adán Augusto López) y lo mismo aplica para las alianzas con los asociados cómodos o incómodos como el Verde y el PT (Caso San Luis Potosí).

Más allá del listado de prohibiciones, la carta es un bautizo: Sheinbaum se proclama la principal líder del partido. Quiere ser quien recuerde a la militancia su origen de “austeridad republicana” y, sobre todo, quien tenga licencia para vigilar —y sancionar— las conductas que contravengan ese espíritu.

Probablemente lo que además es aún más fuerte que la grilla por si misma, es el dardo envenenado en el que acepta que hay ligas latentes con el crimen organizado, es un aviso de que irán contra quien deban de ir, aunque sean de su partido y que entregarán su cabeza sin remordimientos.

Hay contraste. A la Presidenta de hace meses le bastaba advertir sobre la corrupción y la simulación. A la Sheinbaum de hoy le queda chico ese rol de “guardián moral”: se ha cansado de solo observar. Y, al hacerlo, pone en evidencia la ineficacia o la falta de voluntad de otros dirigentes —Luisa María Alcalde, Andrés López Beltrán, los coordinadores legislativos— para enderezar al partido.

¿Y ahora qué sigue? El verdadero desafío ocurrirá cuando estos códigos de conducta salten del papel. En las próximas campañas estatales —Chihuahua, Guerrero, Zacatecas— se verá si el Estado Mayor Presidencial de Morena respeta la sobriedad que se le exige. Porque el punto no es solo prohibir el lujo o el nepotismo; es demostrar que hay quien, de verdad, decide imponer disciplina.

Quizá lo más relevante de la carta no sean las sanciones internas, sino la redefinición del papel de la Presidenta en el partido. Ya no será solo la mandataria nacional: entra de lleno al terreno de la política interna, marcando línea, midiendo alianzas y delineando candidaturas. Es un giro que convierte a Sheinbaum —la “austera” que renunció al espectáculo— en la estratega principal de Morena y en eso hay que leer clarito, SE ACABARON LOS COMPROMISOS DE AMLO.

En ese sentido, la misiva no fue un manotazo al aire ni un lamento público; fue un parteaguas. Los tiempos cambian y, con ellos, los roles. Sheinbaum ha decidido retomar el control político de su fuerza, y con él, redefinir la correlación de fuerzas en un partido que, hasta hace poco, parecía haberla marginado de su propia estructura.

Hoy la pregunta no es si los lineamientos se cumplirán al pie de la letra, sino cuándo y cómo alguno de los aludidos romperá las reglas. Porque, como todo buen bautizo, este viene acompañado de un reto: quien se atreva a desafiar a la madrina de Morena descubrirá muy pronto quién tiene el verdadero poder en el partido.

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