El mundo entre banderas rojas en 2026

El Radar por Jesús Aguilar

No es una columna para cerrar el año con brindis ni fuegos artificiales. Es, más bien, una hoja de advertencias. Señales que parpadean en rojo en el tablero global mientras avanzamos hacia 2026 con una mezcla incómoda de fatiga, cinismo y normalización del riesgo. La historia rara vez avisa con estruendo; casi siempre lo hace con síntomas que preferimos ignorar.

Estas son algunas de esas banderas rojas.

La normalización de la guerra rentable

La posibilidad de que Rusia logre imponer a Ucrania un acuerdo desfavorable no sería solo el cierre injusto de una guerra, sino la consagración de una lógica peligrosa: que la agresión funciona. Si el cálculo estratégico indica que invadir, resistir y aguantar sanciones termina siendo rentable, el orden internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial queda profundamente erosionado.

La bandera roja aquí no es Ucrania, sino el precedente. Para 2026, otros actores —estatales o no— podrían interpretar que la fuerza bruta vuelve a ser una herramienta legítima para redibujar mapas. Europa, debilitada por sus divisiones internas, aparece como el siguiente laboratorio de prueba.

Democracias que se vacían desde dentro

Otra señal inquietante es el avance sostenido de fuerzas nacionalistas, identitarias y abiertamente excluyentes en Europa. No se trata ya de protestas antisistema o partidos testimoniales, sino de proyectos con vocación de gobierno que han aprendido a usar las reglas democráticas para erosionarlas.

El riesgo hacia 2026 no es un golpe autoritario clásico, sino algo más sutil: elecciones limpias que producen gobiernos iliberales, parlamentos que legislan contra minorías y Estados que redefinen derechos como concesiones revocables. La democracia permanece, pero su contenido se adelgaza.

Estados Unidos: elecciones sin espíritu

En Estados Unidos, la bandera roja no es la suspensión de elecciones, sino su degradación progresiva. Reformas legales, presiones institucionales, manipulación de distritos y deslegitimación preventiva de resultados configuran un escenario en el que votar deja de ser sinónimo de decidir.

Para 2026, el peligro es que el ritual democrático sobreviva mientras la confianza pública colapsa. El daño es doble: interno, porque fractura el contrato social; externo, porque priva al mundo de un referente democrático creíble en un momento de alta inestabilidad global.

La migración como política del miedo

La intensificación del aparato de control migratorio estadounidense marca otra alerta clara. Cuando el hostigamiento, la detención masiva y la deshumanización se convierten en herramientas explícitas de gobierno, la frontera deja de ser un espacio administrativo y se transforma en un escenario punitivo.

La bandera roja hacia 2026 es la institucionalización del miedo como método de gestión social. No solo se persigue a personas; se envía un mensaje disciplinador a comunidades enteras. El impacto no es solo humanitario, sino político: sociedades que aceptan la crueldad como norma terminan justificándola en otros ámbitos.

Conflictos atrapados en la lógica de los extremos

En Medio Oriente, la ruptura de cualquier cese al fuego en Gaza y la consolidación de los actores más radicales representa otra advertencia. Cuando los extremos se refuerzan mutuamente, el conflicto deja de buscar soluciones y se convierte en identidad.

Para 2026, el riesgo no es únicamente una escalada militar, sino la desaparición de cualquier horizonte político viable. La violencia deja de ser un medio y se convierte en un estado permanente, con consecuencias generacionales.

Tecnología sin verdad compartida

La expansión acelerada de la inteligencia artificial añade una bandera roja transversal a todos los demás escenarios. La capacidad de producir desinformación masiva, contenido falso indistinguible y narrativas diseñadas a la medida de cada burbuja cognitiva erosiona el terreno común sobre el que se construyen las democracias.

Hacia 2026, el problema no será solo técnico, sino epistemológico: sociedades incapaces de ponerse de acuerdo sobre hechos básicos. Sin un mínimo consenso sobre la realidad, cualquier conflicto se vuelve insoluble.

Las tragedias que ya no indignan

Sudán encarna una alerta silenciosa: la de los conflictos que avanzan sin cámaras, sin presión internacional y sin costo político para nadie. Matanzas, desplazamientos forzados y violencia étnica ocurren ante una comunidad internacional saturada y selectivamente indiferente.

La bandera roja aquí es la costumbre. Cuando el exterminio deja de conmocionar, se convierte en una opción tolerada.

El terror como catalizador político

Finalmente, la posibilidad de un atentado terrorista de alto impacto —en un contexto simbólico global como un Mundial— representa una señal de alto voltaje. Más aún si el relato dominante vincula el hecho con la migración y la frontera mexicana.

Para 2026, el peligro no es solo el acto violento, sino su instrumentalización: cierres, políticas de excepción, estigmatización colectiva y decisiones tomadas al calor del miedo.

Nada de esto es inevitable. Pero todas son banderas rojas visibles para quien quiera mirar. La historia no suele castigar por falta de información, sino por exceso de negación.

El problema nunca ha sido no saber.
El problema es elegir no ver.

Veremos si en 2026 decidimos reaccionar…
o simplemente acostumbrarnos.

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