El pesado orgullo de ser periodista

El Radar 

Por Jesús Aguilar  

X @jesusaguilarslp

Hoy es 8 de septiembre y se celebra el día internacional del periodista. 

Ser periodista en México es un motivo único, acelera el pulso, te exige buscar generar certezas de un esfuerzo compartido; nuestro riesgo es un arma contra la oscuridad y a veces contra nosotros mismos.

En estos tiempos turbulentos, donde la verdad se convierte en un bien escaso y peligroso, ser un periodista libre no es solo una profesión; es un acto de rebeldía, un juramento de lealtad a la sociedad que nos observa con esperanza y, a veces, con temor.  Para ser un periodista en pueblo quieto, hay muchas opciones pero para vivir tu día a día en libertad, hay mucho que debe confluir, empresarios comprometidos en instituciones sólidas, equipos firmes en un pacto de integridad profesional y humanidad indispensable. Pero por encima de todo, saberte parte de algo que es mucho más grande que tu y a lo que tienes que servir.

Me ha tocado con orgullo cubrir historias que me han marcado el alma y la vida. Hoy mismo estoy demandado, junto con el dueño de Astrolabio y Antena San Luis y autoridades universitarias por haber dicho la verdad, haber apelado a la memoria tan convenientemente fallida en el estado y haber con eso evitado un abuso monumental a la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Interesante y demoledor ha sido ver cómo nadie apoyó, al menos de manera pública y abierta a nuestro instigador, pero tampoco levantó la voz, al menos de manera abierta para también señalar al impresentable puntal del ridículo fenómeno.

Un sinfín de momentos no aptos para cardíacos se suman a nuestro día a día, pero todo pasa, sin embargo los que pasan por lo publico, los que se ofenden o violentan con cualquier señalamiento, olvidan que no son eternos y que la verdad permanece. Por más que se niegue o se oculte, la verdad siempre se asoma y termina por poner a cada quien en su lugar. Por eso vale la pena hoy poner énfasis en la importancia de nuestro rol en un país donde más de 150 periodistas han sido asesinados desde el año 2000, según organizaciones como Artículo 19.Cada nota que publicamos es un grito por la democracia. 

Podría parecer estúpidamente pretencioso querer ser los guardianes de la transparencia, pero el periodista libre en el peor México posible es el que destapa las redes de narcotráfico que se entretejen con la política, los que exponemos la impunidad que devora a comunidades enteras.  

Sin una prensa libre, México sería un eco vacío de mentiras oficiales, un lugar donde las desapariciones forzadas se convierten en estadísticas olvidadas y las elecciones en farsas manipuladas. Imagínense: ¿quién contaría las historias de las madres buscadoras en Sonora, o las denuncias de los indígenas desplazados en Chiapas? ¿Quién señalaría los excesos de los gobernantes diminutos que se creen eternos? ¿Quién tendría espacio y valor para hablar y escribir de

las fosas de Rioverde o las componendas de los impresentables de la Universidad?

¿De los abusos de poder y la ley mordaza que se aplica a rajatabla. Somos el puente entre el dolor silenciado y la conciencia colectiva, y en eso radica nuestra relevancia vital. 

Compañeras y compañeros han recibido amenazas anónimas al igual que yo, llamadas en la madrugada que nos recuerdan que “la curiosidad mató al gato”. 

Avisos anónimos de cosas macabras que “están por suceder”.

Amigos o colegas han caído, como Miroslava Breach, Javier Valdez, o Edgar Daniel Esqueda Castro, cuya muerte sucedió hace casi 8 años aquí, cuando, por cierto, el actual Secretario General de la Universidad Federico Garza Herrera era Fiscal General del Estado. Esa investigación nunca prosperó y sus asesinos siguen libres. Sin embargo, en medio del miedo, encontramos empatía en las miradas de quienes nos confían sus verdades: una viuda en el altiplano que me entrega documentos temblando, un activista en Valles que susurra nombres prohibidos, un colega que a pesar de las vicisitudes gana premios de periodismo aún criticando al poder, personas que aún nos paran en la calle y nos dicen que nos leen, o nos escuchan, o que les gusta que tenemos postura, y que se identifican con ella. 

Ellos me recuerdan por qué persistimos. 

Hoy reconozco a mis compañeros y maestros, compañeros de vida y oficio, periodistas libres en San Luis Potosí que prefieren abrazar la vulnerabilidad, elegir la ética sobre la comodidad. Es orgullo porque, a pesar de los riesgos, contribuimos a un cambio real: investigaciones que llevan a juicios, revelaciones que movilizan a la sociedad. A los Abelardos, Juan Antonios, Adrianas, Iraíses, Carlos, Blakelys, Marías, Desirees, Fernandas, Marcelas, Jorges, Oswaldos, Patys y Victorianos.

En estos tiempos de polarización y fake news, donde las redes sociales amplifican la desinformación, nuestro compromiso con la veracidad es más crucial que nunca. Siento empatía por mis compañeros que, como yo, equilibran el periodismo con el miedo por sus familias. Pero también por la gente, que merece saber la verdad para decidir su futuro. 

Al final, sigo creyendo  en un México donde la libertad de expresión no sea un lujo, sino un derecho inquebrantable. 

Y mientras siga latiendo esta idea seguiremos aquí, por mí, por ellos, por mis hijos, los tuyos, por todos nosotros.  

Para Miguel y Gilberto que permiten que sigamos haciendo de nuestro trabajo un motivo de vida.

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