El Radar
Por Jesús Aguilar- @jesusaguilarslp
Este domingo 18 de febrero se celebró la tercera Marcha por la Democracia, en la que miles de personas se reunieron en el Zócalo de Ciudad de México y cientos más protestaron contra el Presidente Andrés Manuel López Obrador en diversas ciudades del mundo. Esta movilización ciudadana, impulsada por participantes voluntarios y organizaciones de la sociedad civil, tenía como objetivo hacer frente a un Presidente cuya retórica parece audaz, pero cuyas acciones se consideran engañosas y equívocas.
Las cifras oficiales del gobierno Morenista encargado a Martí Batres no superan los 400 mil (y sabemos cómo olvidan las matemáticas elementales para contar adversarios), Claudio X. González afirmó que eran más de 700,000. Las imágenes de una inmensa ola rosa, son incontrovertibles. En San Luis cerca de 8 mil personas salieron a levantar la voz contra el régimen y sus excesos.
A pesar del carácter pacífico de las manifestaciones ciudadanas, el Palacio Nacional fue fortificado con placas metálicas, evidencia clara de esta aprensión del Presidente hacia las críticas. Este temor fue evidente en instancias anteriores, como evitar los espacios públicos debido a las críticas políticas. La movilización, que desafiaba el liderazgo del Presidente, se enfrentó a obstáculos creados por el gobierno, incluido el cierre de los puntos de acceso al Zócalo.
La directiva del Presidente de impedir el izado diario de la bandera mexicana durante la marcha parecía ilógica, lo que ponía de manifiesto su deseo de controlar los símbolos de patriotismo. Este movimiento, facultado por su papel como comandante supremo de las Fuerzas Armadas, reflejó la inclinación del Presidente a priorizar su narrativa sobre los símbolos nacionales.
La actitud despectiva de López Obrador hacia los votantes disidentes y el hecho de etiquetar a los asistentes a la marcha como partidarios de la corrupción ejemplifica su estrategia para desviar las críticas.
El menú de preocupaciones incluye corrupción en Segalmex, transacciones financieras cuestionables que involucran a sus hermanos, investigaciones suprimidas y creciente evidencia de mala conducta por parte de sus hijos, junto con un manejo opaco de las obras públicas.
El discurso no cambia, puede salir medio país, pero AMLO los desdeña y sigue hablando del pueblo bueno, asumiendo otra vez el acto polarizante del “están conmigo o están contra mi.”
La vigencia de la incansable narrativa de López Obrador resulta agotadora para quienes no son AMLO y tienen que defenderlo, son pocos y su caja de resonancia está solo en la base ideologizada. Podrán recibir bien o mal programas sociales, como lo hacía la gente contenta con el Procampo o el Seguro Popular y no por eso votaron por el PRI.
Las despensas no votan decía el más abusado.
La movilización del domingo resonó con los ciudadanos expresando su oposición a la corrupción, buscando un cambio en la trayectoria política actual a través de las próximas elecciones. Más allá de la corrupción, la lucha por la nación, a la que se refirió el Presidente, se hace eco de la exploración histórica de modelos conflictivos realizada por Carlos Tello y Rolando Cordera en 1981.
La lucha actual en México no es sólo económica, divergente de las políticas neoliberales de los primeros años del gobierno de López Obrador. Ahora es una batalla por el poder y el control político unipersonal, reflejo de las tendencias mundiales en las que los modelos antiliberales desafían a los sistemas liberales.
La búsqueda de López Obrador de un profundo cambio de régimen, simbolizado por el respaldo a Claudia Sheinbaum como su sucesora, prepara el escenario para un choque entre un sistema liberal y uno antiliberal. Esta lucha ideológica no se limita a México, sino que refleja tendencias globales observadas en elecciones recientes en todo el mundo.
Mientras México se enfrenta a este dilema, las próximas elecciones del 2 de junio determinarán la preferencia de la mayoría. Para las masas movilizadas, la alternativa consiste en apoyar a Gálvez, posicionándose como candidato del cambio frente a la continuidad representada por Sheinbaum.
Las movilizaciones, como enfatizó Lorenzo Córdova, ex presidente del Instituto Nacional Electoral, no se trataron de apoyar u oponerse a candidatos específicos, sino de una defensa colectiva de la democracia misma. No se trata de una batalla doctrinaria entre izquierda y derecha, como la presenta López Obrador, sino de una lucha por las libertades fundamentales, un aspecto crucial en un panorama global en el que líderes de diversas ideologías están tomando partido a favor o en contra de la preservación de estas libertades. La disputa mexicana se reduce así a esta elección esencial, que insta a todos a contemplar el futuro de su nación.