El trágico final del “dios” que quemó a su hijo y conmocionó a Chile

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Con jeans, una chaqueta y una soga al cuello. Así terminó en Cusco, Perú, la vida de uno de los principales prófugos de la justicia en Chile: Ramón Castillo, más conocido como “Antares de la Luz”.

Atrás quedó la barba y las ropas blancas, sus supuestos poderes sanadores y su autodenominado origen divino, con el que convenció a una decena de chilenos de seguirlo.

La misma secta que en noviembre pasado quemó vivo a un bebé de tres días.

El miércoles en la tarde la policía peruana encontró el cuerpo de Castillo colgado en una casa abandonada de Cusco, cerca de la Plaza de Armas.

Se había suicidado, luego de que el caso saliera a la luz la semana pasada y sus súbditos fueran encarcelados.

De músico a iluminado

Miembro de una familia de clase media, Castillo estudió para ser profesor de música. Tenía facilidad para los instrumentos de viento y se convirtió en miembro del grupo folclórico Amaru.

Fue en una gira con ellos a China en 2006 cuando comenzó a explorar su “espiritualidad”. Volvió renovado y hablándole a sus conocidos sobre las bondades de descubrir su yo interno.

Participó de encuentros de meditación, retiros y talleres de conocimiento interior. Estuvo varias veces en Perú y Bolivia y se convirtió en aficionado a la ayahuasca, una planta alucinógena que Castillo usaba como base de sus “terapias” que desarrollaba en su “centro de autosanación”

A poco andar, su grupo se convirtió en una secta. Se describía como la encarnación de dios en la tierra, “un ser interno iluminado”.

Eso sí, no cualquiera entraba al selecto grupo de los preferidos de Castillo.

“Para postular había que presentar una especie de currículum vitae. Enviar una foto y además acreditar solvencia económica. Si no cumplían los requisitos, no eran aceptados”, explicó el subprefecto Miguel Ampuero, jefe de la Brigada de Investigaciones Policiales Especiales, citado por la prensa chilena.

De hecho, todos los integrantes de la secta –aparentemente cuatro mujeres y tres hombres- contaban con una buena situación económica, la que les permitía mantener a Castillo y financiarle sus retiros de meditación y purificación en distintas localidades de la zona centro-norte del país.

El grupo hacía rituales de sanación y purificación con evidente aroma a ayahuasca en los cuales Castillo mantenía relaciones sexuales con las mujeres del grupo, maltrataba físicamente a los hombres –incluso a palos- y lideraba sacrificios que partieron con una gata y terminaron con un bebé: el propio hijo de Castillo.

Jesús arde en llamas

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Pablo Undurraga y Natalia Guerra llegaron en busca de los poderes curativos de Castillo. Eran pareja, pero rápidamente Castillo dejó claro que el único “macho alfa” del grupo era él.

La pareja terminó, pero ambos siguieron siendo parte de la secta, Natalia como una de las parejas del líder y Pablo como su mano derecha.

Pero en 2012 sucedió algo que cambiaría el curso de la historia de la secta: Guerra quedó embarazada. De dios, creía ella.

El 21 de noviembre, un mes antes del supuesto fin del mundo anunciado por los algunos esotéricos, Natalia dio a luz al hijo de Ramón Castillo en una acomodada clínica de Viña del Mar, ciudad de la costa central chilena.

Dos días después sus amigos del grupo la llevaron al fundo “Los Culenes” en Colliguay, un sector al interior y uno de los centros de operación de la secta.

Hay versiones encontradas sobre cómo se tomó la decisión de quemar al niño de dos días.

Algunos de los miembros de la secta declararon que lo llamaron “Jesús”. Sin embargo las voces internas de Antares le dijeron que el niño era el Anticristo, según le manifestó a sus súbditos.

Sin embargo el fiscal del caso, Juan Emilio Gatica, aseguró que la decisión era anterior.

“Desde que se tiene noticia del embarazo de una miembro del grupo, se tomó la decisión, compartida y aceptada por los demás, en cuanto a dar muerte al bebé una vez que naciera”, le dijo el fiscal a Radio Cooperativa.

Según consta en declaraciones judiciales de los seguidores de Castillo, Antares les ordenó amarrar de manos y pies al niño. Le insertaron un calcetín en la boca cubierto por una cinta, le taparon los ojos y “después de dirigirse a los espíritus, arrojaron a esta guagua (bebé) viva a una hoguera”, le explicó a los medios el subprefecto Ampuero.

Undurraga le contó a la Justicia chilena los detalles de ese momento, cuando Castillo le ordenó echarle fuego a la hoguera para terminar con el “karma”.

“Descendí de la camioneta y obedientemente me dirigí (a la pira) y comencé a llenar de palos la hoguera (…) En ningún momento miré si es que estaba el bebé, pero sabía que estaba muerto”, dice la declaración judicial publicada por el diario El Mercurio.

De drogas al asesinato

Los miembros de la secta prometieron un pacto de silencio, pero algunos no pudieron con el secreto y se lo contaron a sus cercanos.

Fue la hermana de uno de los involucrados quien insistió en acercarse a la Justicia.

Pero la Justicia chilena ya tenía algunos antecedentes.

Según le contó a BBC Mundo el fiscal regional de Valparaíso, Pablo Gómez, la investigación la iniciaron la semana pasada, tras el requerimiento de sus pares en la capital, quienes estaban siguiendo una investigación por tráfico de drogas.

En una de las escuchas telefónicas autorizadas se toparon con el relato de la quema del menor.

Seis integrantes de la secta –incluidos Guerra y Undurraga- fueron detenidos. Sin embargo el líder no apareció. Había huido a Perú.

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