El diccionario señala que consiste en hacer que alguien mantenga relaciones sexuales a cambio de dinero, pero es apenas el inicio de miles de actos sucedidos a lo largo de la vida de las mujeres sin importar su edad, cultura o nivel socioeconómico. Puta puede ser vuelta cualquiera siempre que un hombre o un sistema de poder como el patriarcado que dirige en todas partes; así lo decidan.
Es algo de diario en México, por cada delito de violencia sexual denunciado en las cifras oficiales hay 9 crímenes que pasan desapercibidos, en ocasiones por la distancia, por la impericia o la corrupción de la autoridad, pero también desde antes debido a la decisión de acallar las voces de las víctimas.
Hay un modus operandi de agresores sexuales abuelos, padres, padrastros, tíos, y otros parientes, generar una relación de confianza con las niñas y dar inicio bien pronto con el abuso sexual, avanzar conforme el tiempo y la oportunidad se los permite para allanarse el paso hacía la violación, allí donde nadie mira, del otro lado de la puerta de la “célula esencial de la sociedad”:
Hay varones que al cabo de violar a las niñas de su familia les dan dinero.
Eso es emputecer, un acto simbólico, político, determinante y cotidiano, innecesario de facto porque el delito ya se produjo y el bien jurídico que es la integridad de estas niñas ya fue vulnerado de por vida y entonces ¿Cuál es la necesidad de cerrarlo con pesos, con chicles, con dulces, prestando el celular, etcétera? Muy sencillo, el objeto le indica a la niña su valor en el mundo y su papel. Los hay incluso quienes abiertamente asumen y hasta proponen a los demás que ellos enseñarán a las niñas a “hacerse mujeres”.
Esto suele ser reforzado, las víctimas de violencia sexual en tanto son mayormente agredidas por hombres cercanos a ellas que forman parte de su círculo enfrentan un primer cerco y es ser creídas. Inclusive si sí esto no les conviene, las familias argumentarán la preservación de su unidad, la evitación del sufrimiento, la edad del agresor, el arrepentimiento, el consentimiento y hasta la provocación, es decir estas crías escucharán frases del tipo:
“Vas a destruir a nuestra familia”
“Ya no debes acordarte de eso”
“Debes de pensar que tu abuelo/tío’/papá está muy grande, está muy arrepentido, te quiere mucho” y no lo hará de nuevo, ¿lo perdonas?”
“¿Segura que no querías?, a lo mejor lo provocaste, los hombres son hombres”
A los 5, 6, 7 o 12 años la presión, el chantaje emocional, la advertencia de que ya no las querrán por decir la verdad, pero sí por callar y aguantarse en favor de los varones causa la primera impunidad. Es tan efectiva que aun y cuando a lo largo de su existencia sean obvias las consecuencias de la negligencia de quienes debieron cuidarlas, el sepulcro permanece con tal de que los agresores continúen como si nada, ellos conservan su lugar, su estatus de poder en el sistema familiar y sin el menor reproche.
Así “la base de la sociedad” coadyuva de modo entusiasta con la violencia feminicida, insisto, estas prácticas no son excepcionales sino cotidianas. Y si emputecen los parientes lo harán jefes, maestros, amigos, parejas y extraños, la gran mayoría con “buena suerte” hemos atravesado actos de acoso y hostigamiento sexual quienes no, están atrapadas en la explotación sexual de la prostitución y la trata porque todos coinciden en esta instrumentación.
También los Estados se suman al proxenetismo hoy maquillado de “feminismos”. Para los gobiernos es un “ganar ganar” si en lugar de que les exijan como decisores cumplir con su deber de proteger a las víctimas, intercambian el discurso para ofrecer a las jóvenes la “libertad” sobre su cuerpo hallaremos propuestas absolutamente cínicas como la de Colombia en donde el gobierno de Gustavo Petro propone una “dirección de las trabajadoras sexuales” en el propio Ministerio de Igualdad que dirige Francia Márquez Mina.
Siendo que donde pisamos, en el municipio, en la montaña, en cualquier entidad de México y más allá en otros países de la región y del mundo emputecer es un riesgo sobre el cual vivimos todas, es imposible contar con el silencio y la aquiescencia del movimiento feminista, para nosotras no hay niñas ni mujeres de segunda ni las habrá nunca. Nuestro trabajo de todos los días y el esfuerzo colectivo llama a atender dignamente a estas víctimas, a estudiar a denunciar y descubrir el engaño. Seguimos.
Claudia Espinosa Almaguer