El Radar
Por Jesús Aguilar
Hablar de Enrique de la Madrid Cordero es hablar de un apellido que carga historia, crítica y, a la vez, expectativas. Hijo del expresidente Miguel de la Madrid Hurtado, quien gobernó México entre 1982 y 1988 en medio de la más grave crisis económica de las últimas décadas, Enrique creció en un entorno donde la política se respiraba a diario y donde los dilemas de la administración pública se vivían en carne propia. Economista de formación, abogado, exdirector de Financiera Rural, exdiputado federal, exdirector de Bancomext y secretario de Turismo durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, de la Madrid es hoy una de las voces que busca mantener vigente un discurso opositor en un país dominado por Morena y por la figura del ex Presidente Andrés Manuel López Obrador.
A diferencia de otros políticos de su generación, no rehúye el debate público. Es un convencido de que México puede ser un país potencia, aunque advierte que seguimos atrapados en una dinámica de gobiernos fallidos, instituciones débiles y una ciudadanía resignada a sobrevivir en la informalidad o en la violencia. “México no es un país condenado —afirma—, es un país mal conducido”.
Su diagnóstico, expuesto en la charla que sostuvimos recientemente, combina la memoria histórica con la observación cotidiana de un México que parece repetir viejos errores. Si en los ochenta la dependencia del petróleo y la quiebra del Estado obligaron a un viraje radical, hoy, asegura, nos encontramos en un callejón similar, empecinados en sostener a Pemex como si fuese la gallina de los huevos de oro. “Pemex es un hoyo negro que se traga los recursos que deberían destinarse a escuelas, hospitales y seguridad. No hemos aprendido que la modernidad no está en el pasado”, sentencia.
La violencia como fractura social
Uno de los puntos más duros de la conversación fue la violencia. Enrique de la Madrid no la describe con cifras, sino con escenas: la vida nocturna desaparecida en Celaya porque el crimen organizado controla bares y restaurantes, comunidades enteras que dejan de reunirse por miedo a balaceras o extorsiones. “Estamos perdiendo lo más valioso: la vida comunitaria”, dice. Y es cierto: el impacto del crimen no solo se mide en homicidios, sino en la manera en que destruye la confianza, la convivencia y el tejido social.
El exsecretario subraya un déficit que rara vez se menciona con fuerza: el de jueces. México, asegura, tiene un rezago monumental en materia de justicia. “Queremos que haya legalidad, pero no tenemos suficientes jueces para impartirla. Es como pedir salud sin médicos o educación sin maestros”. Esta visión pone el dedo en la llaga: la impunidad no solo es producto de corrupción, sino de la incapacidad institucional de procesar millones de casos.
El espejismo anticorrupción
Al hablar de la 4T, De la Madrid es enfático: la bandera anticorrupción fue traicionada por sus propios protagonistas. Lo ejemplifica con un escándalo que, a su juicio, es más grave de lo que se ha dimensionado: el huachicol fiscal. “Nunca había visto algo igual. Empresarios, marinos, políticos, todos involucrados en un fraude de medio billón de pesos”. Lo califica no solo como un golpe económico al erario, sino como un golpe moral, porque derrumba la narrativa central de Morena: la de haber llegado al poder para erradicar la corrupción.
Su crítica se extiende a la figura presidencial: “Los mexicanos tenemos un fenómeno curioso: aprobamos al presidente, pero reprobamos a los gobiernos. Nos seguimos moviendo entre el ‘¡viva el rey!’ y el ‘¡muera el rey!’, como si lo importante fuera la figura y no el desempeño”.
La oposición ausente
Enrique de la Madrid sabe que el presente político es adverso para quienes no forman parte de Morena. Reconoce que la oposición luce “flaca y pulverizada”, sin narrativa, sin músculo y sin capacidad real de competir. Sin embargo, insiste en que la democracia no puede reducirse a un solo partido. “Hasta Morena necesita contrapesos. A la presidenta le haría bien tener una prensa aguerrida y un poder judicial independiente que pusiera en orden a sus muchachos”.
Los jóvenes como esperanza
Quizá el único momento donde abandona el tono crítico es cuando habla de los jóvenes. Su apuesta no es el discurso paternalista de “ustedes son el futuro”, sino un llamado a la responsabilidad: “Soy optimista de los jóvenes mexicanos, pero necesitamos que tomen conciencia de que no hay democracia sin participación. La política no es para otros, la política es para todos”.
¿Un futuro presidencial?
No evade la pregunta inevitable: ¿aspira aún a la Presidencia? Su respuesta es cuidadosa, pero clara: “Si las condiciones se dan, claro que voy a hacer el esfuerzo”. Lo dice sin estridencias, con la serenidad de quien sabe que su apellido abre puertas, pero también genera recelos.
Entre la nostalgia y el porvenir
La entrevista deja la sensación de un político que vive entre dos tiempos: la nostalgia de un México que conoció desde Los Pinos en los años ochenta, y la convicción de que el futuro aún puede escribirse distinto. De la Madrid no se presenta como salvador, pero sí como alguien dispuesto a insistir en que este país no puede seguir navegando sin rumbo.
En un escenario político donde la polarización ocupa todos los espacios, voces como la suya resultan incómodas pero necesarias. Nos recuerdan que no basta con denunciar, hay que proponer; que no basta con criticar al pasado, hay que atreverse a imaginar el futuro. Y que, como él mismo dice, “el tiempo de cambiar se nos está agotando”.