Texto y fotografías de María Ruiz
En la calidez de un día en la colonia El Morro de Soledad de Graciano Sánchez, Humberto Quintana Rosales, un hombre de manos callosas y mirada profunda, nos recibió en su parcela. Su voz, cargada de historia y esperanza, resuena entre las flores que, como llamas doradas, se alzan al cielo.
Este año, la cosecha de cempasúchil, esa flor emblemática que adorna las ofrendas de Día de Muertos, se presenta con la incertidumbre de un clima cambiante.
“Este es mi segundo año sembrando, pero la pandemia nos jugó una mala pasada. El año pasado, con todo y las heladas, logramos vender la parcela por varios manojos de 150 pesos”.
La preocupación asoma en su rostro; el riesgo de heladas amenaza su labor y la inestabilidad del mercado se siente como un peso sobre sus hombros. La tierra, que alguna vez fue un refugio seguro, ahora se siente traicionera.
“Las temperaturas han subido a 36 grados, y en mayo y junio perdimos tanto que no pudimos cosechar. Los enemigos naturales son muchos, pero seguimos adelante. Este año hemos tenido grandes pérdidas, pero también la tierra nos ha dado la oportunidad de crecer”.
Sin embargo, no todo es desánimo. La temporada de festividades de Día de Muertos se acerca y la llegada de jóvenes ávidos de capturar momentos entre las flores renueva su fe en las tradiciones.
“Es bonito ver a la gente venir a tomarse fotos en esta época. Que no se pierdan las tradiciones es lo más importante”, agrega.
A su lado, un grupo de trabajadores, también con manos de tierra y corazones de esperanza, se afana en la cosecha. “Tratamos de hacer lo mejor posible, a pesar de las dificultades”, dice uno de ellos, sonriendo a través del sudor.
En medio de esta lucha, Humberto se siente el guardián de una tradición familiar.
“Soy el único que queda aquí; mis familiares se fueron a Estados Unidos. Pero yo sigo. Esto es lo que sé hacer y es lo que quiero seguir haciendo”.
La nueva siembra de flor de mano de león, que también pinta de colores vibrantes el paisaje, es otro aliciente.
“La semilla se vende entre cinco y seis mil pesos el puño, es un buen ingreso, aunque también arriesgado”, explica.
Así, entre la fragancia del cempasúchil y el brillo del mano de león, la historia de Humberto se entrelaza con la del campo, un lugar donde el sudor es el precio de la esperanza y cada flor cosechada es un latido más de vida que se aferra a la tierra.
La cosecha de este año, con todas sus incertidumbres, promete ser un homenaje a la resistencia y a la belleza de las tradiciones que, como las flores, siempre encuentran la manera de florecer.
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