El nuestro es, por excelencia, un país de desigualdades. No sólo lo es en lo económico, sino en el ejercicio de los derechos y las libertades. Existen en México ‘ciudadanos de primera’, con pleno ejercicio, representados de forma adecuada –incluso exagerada– en el sistema político, o con capacidad de lobbing en el mismo. Y existen, por otro lado, ‘ciudadanos de segunda’, a los que varios derechos y libertades de facto les son negados por completo.
Una de las libertades a las que me refiero es la de expresión. No pienso tanto en cómo el crimen organizado la ha cancelado para muchos, como lamentablemente es. Tampoco que, fuera de estos tristes incidentes, el gobierno nos silencie a los ciudadanos, lo que tampoco descarto con casos como el de Pedro Ferriz, que prácticamente desapareció de los medios tal vez no obligado por la administración peñanietista, pero sí al menos por oportunismo y deseo de quedar bien de los consorcios informativos con los que colaboraba.
Pienso más bien en que, en general, las voces y las causas ciudadanas encuentran difusión muy diferenciada en función de qué actores e intereses se trate. Más allá de la causa que uno abandere, es muy diferente la posibilidad de difundirla si el cartelizado oligopolio informativo –Televisa, TV Azteca, Milenio, Excélsior y el Universal– nos da el visto bueno que si somos incómodos para ellos. Incluso en la más abierta y democrática de las plataformas, que es el Internet, las posibilidades son limitadas sin el aval de estos actores y sin recursos económicos.
Le propongo un ejercicio: busque ‘CETEG’ en Google. No es un tema menor, pues quiérase o no se trata de un movimiento que aglutina a miles de profesores de Guerrero. Encontrará al hacer este ejercicio que la única entrada que aparece en la primera página del buscador favorable al movimiento es el propio blog del mismo, con un diseño gráfico pobre por cierto. Si esto es en Internet, ya no digamos lo que ocurre con las coberturas en TV o en los diarios impresos. Salvo un par de medios de poca penetración –La Jornada y Proceso–, nadie les concede ni siquiera un derecho de réplica en medianas condiciones de respeto e igualdad.
Y no, no es que esté yo a favor de este movimiento en específico. A diferencia de ellos, yo no estoy en contra de la evaluación universal como medio para diagnosticar y mejorar la educación en México, ni creo que la reforma educativa pretenda privatizar a las escuelas públicas. Mucho menos me gusta su forma de presionar, secuestrando ilegalmente la libertad de tránsito de los demás mexicanos en una autopista de la mayor importancia para el país y para la economía de miles de familias, o realizando actos francamente vandálicos y sin sentido. Acaso sí les creo que debemos revisar las condiciones en que se imparten las clases en los rincones más marginados del país, y como he expresado con anterioridad soy suspicaz sobre los motivos reales de la reforma.
Pero independientemente de lo que nos parezcan sus causas, si no le damos voz a los profesores, si no les abrimos un espacio en igualdad con aquellos que los condenan día a día públicamente gracias el monopolio que ejercen del micrófono, ¿a dónde van a llevar su frustración? Si ni el sistema político ni el oligopolio de la información les hace el menor caso, si tienen esas puertas cerradas ¿no es claro por qué se van ‘por fuera’?
Cierto es, claro está, que la protesta social es un negocio en este país, que es en ocasiones mal utilizada para promover o favorecer intereses particulares y hasta perversos. Es difícil entonces distinguir entre un movimiento auténtico y uno manipulado. Pero ¿no deberíamos tener los ciudadanos el derecho de juzgar por nosotros mismos, en vez de que los juicios nos lleguen dictados por Carlos Loret de Mola y Claudio X. González?
Por ello, aquellos hacia quienes la cobertura informativa ha sido predominantemente agresiva –no sólo la CETEG, sino muchos más– hablan constantemente de la necesidad de ‘democratización en los medios’. No sé si estar de acuerdo en el término, pero sí en la idea. Ahora que en unos meses se dará la licitación de más cadenas de TV abierta, es importante para el país que se concreten en espacios que ofrezcan otra visión de las cosas, que terminen con el monopolio de las ideas del establishment mediático actual. Urge, porque mientras más mexicanos se hallen sin posibilidades ‘por adentro’, más se irán ‘por fuera’. Y este país, de radicalización, ya debería tener más que suficiente.
Carlos Leonhardt.
Twitter: @leonhardtalv