En el año de nuestro señor de 2015, ante la acechanza del Maligno sobre la muy real ciudad de San Luis Potosí, tuvo lugar en los interiores de la catedral de su plaza mayor, la conglomeración de los hombres buenos, que con las herramientas necesarias y teniendo como sola defensa la fortaleza de su fe, llevaron a cabo el antiguo ritual preservado para el destierro de aquel y sus huestes.
¿Parece una burla? No lo es. Soy una persona que cree. Pero al estar frente a frente con personas que han cometido actos execrables, los que violan, golpean, abusan o asesinan, no vi demonio alguno, ni lo he observado nunca. Aunque digan que la mayor fuerza que tiene el Diablo es que nadie cree ya en él, luego me pienso que se ha jubilado desde que cada persona se encarga de hacer de su vida un infierno, o de hacerlo en la de los demás. Al fin y al cabo nadie escapa de sí mismo, no hay exorcismos para sacar el alma de esta carne, ni funciona para dejar de pensar que hay un Dios que desde el cielo respalda nuestros odios.
Algo faltó entonces para que a pesar de tanto rezo, de la mentalidad eclesiástica no se salieran los prejuicios. Luego de que la Suprema Corte cimentará su criterio a favor de los matrimonios homosexuales en relación al principio de igualdad, considerando inconstitucionales las construcciones jurídicas de esa figura civil que continúen definiendo dicha unión como solo reconocible en hombre y mujer; la Iglesia, en voz de Juan Jesús Priego, ha manifestado que eso lesiona la soberanía de los estados.
Que si, que la institución “respeta” a las parejas homosexuales pero… que dos hombres o dos mujeres no están hechas para vivir como un matrimonio, que ellos creen que el enlace solo puede producirse de forma heterosexual. No es una novedad, a pesar de que en sus primeras declaraciones el papa Francisco señalara que no es nadie para juzgarlles, el asunto no ha trascendido ni se ha decantado hacía la mentalidad de sus funcionarios como tampoco se ha establecido ningún acto que haga manifiesta la transformación de sus discriminaciones.
Apenas en Mayo, el sí de Irlanda a estas uniones, desató declaraciones ominosas, como la del secretario del Vaticano, Pietro Parolin que asumió esa aceptación como una derrota de la humanidad, dando cuenta de la lejanía que persevera en la entidad a ratos Estado y a otros ente evangelizador, un anfibio que influye de manera permanente en aquellos países donde cuenta con mayor número de creyentes, como lo es éste.
Pero hay que aclararse, la decisión de la Corte no es una imposición caprichosa, es una argumentación sostenida en la Constitución Mexicana, que a pesar de sus vuelcos integró a los derechos humanos, a sus principios como eje central del resto de las leyes. Haría bien el vocero de agendarse una copia, leerse el 133, comprender, que la soberanía no es un libertinaje jurídico, que siendo ser humano y estando en este territorio que es nuestro país, ese documento es ley, suprema y que Don Benito hace rato que tuvo a bien hacernos la venia de dividir la religión de la gobernanza.
Tal vez así deberían de hacerlo, quienes permanecen ralentizando este proceso, como tantos otros, siguen existiendo los legisladores, los jueces, los oficiales, que pretenden hacer su labor con la cruz por delante, o más bien con el prejuicio justificado detrás del símbolo. Aquí hay derecho a creer, pero no derecho a limitar a otros por hacerlo. Nadie les ha pedido hasta ahora que las uniones entre personas del mismo sexo se realicen con sus rituales, aunque igual sea triste esa acción separatista para quienes habiendo sido formados como católicos son despreciados por su iglesia.
Pienso que hablo en nombre de muchas personas que siendo también humanidad no consideran que esto sea un apocalipsis, dije que creía, en amar a mi prójimo como a mí misma, en aceptar, en asumirle como un igual, en esperar que se beneficie de los derechos que en común habríamos de vivir, en que se aprecie a su familia como espero que con la mía sea, en protegerla de la violencia reconociéndola.
Es mucho menos dramático que un exorcismo… se llama respeto y no es rezo es acción. A más ver.
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