Silvio Berlusconi, el multimillonario de los medios de comunicación que fue el primer ministro de Italia que más tiempo estuvo en el cargo a pesar de los escándalos por sus fiestas cargadas de sexo y por varias denuncias de corrupción, falleció este lunes a los 86 años.
Sus seguidores aplaudieron cuando su cuerpo llegó a su villa en las afueras de Milán desde el Hospital San Raffaele de la ciudad, donde había sido tratado por leucemia crónica. Habrá un funeral de Estado el miércoles en la catedral Duomo de Milán, anunció la arquidiócesis de esa ciudad.
Berlusconi, que alguna vez fue cantante de cruceros, usó sus cadenas de televisión y su inmensa riqueza para lanzar su larga carrera política, inspirando tanto lealtad como aversión. Para sus admiradores, el tres veces primer ministro era un estadista capaz y carismático que buscó elevar a Italia al escenario mundial. Para sus críticos, era un populista que amenaza con socavar la democracia ejerciendo el poder político como una herramienta para enriquecerse a sí mismo y a sus negocios.
Otro ex primer ministro, Matteo Renzi, recordó el legado divisivo de Berlusconi con un tuit: “Silvio Berlusconi hizo historia en este país. Muchos lo amaban, muchos lo odiaban. Todos deben reconocer que su impacto en la vida política, pero también económica, deportiva y televisiva, no tiene precedentes”.
Las investigaciones en su contra acabaron en sobreseimientos al vencer los plazos de prescripción en el lento sistema judicial italiano, o cuando ganaba apelaciones. Las investigaciones se centraron en las llamadas fiestas “bunga bunga” del magnate, que involucraban a mujeres jóvenes y menores de edad— o sus negocios, que incluían el equipo de fútbol AC Milan, las tres cadenas de televisión privadas más grandes del país, revistas y un diario, y empresas de publicidad y cine.
Sólo una de esas causas penales condujo a una condena que se mantuvo: un caso de fraude fiscal derivado de una venta de derechos cinematográficos en su imperio comercial. La condena fue ratificada en 2013 por el máximo tribunal penal de Italia, pero se salvó de ir a prisión debido a su edad, 76 años, y se le ordenó hacer servicio comunitario ayudando a pacientes con Alzheimer.
Aún así, fue despojado de su escaño en el Senado y se le prohibió postularse u ocupar un cargo público durante seis años, en virtud de las leyes anticorrupción. Permaneció al frente de Forza Italia, el partido de centro-derecha que creó al ingresar a la política en la década de 1990 y que recibió su nombre de una ovación de fútbol, “Vamos, Italia”. Sin un sucesor preparado a la vista, los votantes comenzaron a abandonarlo.
Eventualmente volvió a ocupar el cargo, al ser elegido para el Parlamento Europeo a los 82 años y luego el año pasado para el Senado italiano. El partido de Berlusconi fue eclipsado como la fuerza dominante en la derecha política de Italia: Primero por la Liga, dirigida por el populista antiinmigrante Matteo Salvini, luego por el partido Hermanos de Italia de Meloni, con raíces en el neofascismo. Después de las elecciones de 2022, Meloni formó una coalición de gobierno con su ayuda.
Silvio Berlusconi: “No soy un santo”
La Iglesia católica, que en ocasiones simpatizaba con su política conservadora, se escandalizó por sus excentricidades, y su esposa durante casi 20 años se divorció de él, pero Berlusconi no se disculpó y declaró: “No soy un santo”.
El papa Francisco envió sus condolencias por Telegram, recordándolo como un “protagonista de la vida política italiana, que desempeñó sus responsabilidades públicas con un temperamento enérgico”.
Berlusconi insistía en que los votantes quedaban impresionados por su descaro “en el fondo, a la mayoría de los italianos le gustaría ser como yo y verse reflejado en mí y en cómo me comporto”, afirmó en 2009 durante su tercer y último mandato como primer ministro.
El Heraldo de México