Con más de 30 años de productor agrícola, Don Ricardo dice, tristemente: “Aquí, en la región, ya nadie quiere trabajar en el campo”.
Los peones, o jornaleros -comenta- prácticamente han desaparecido.
“Ganan 500 pesos como halcones (vigilantes) en el huachicol y 250 o 300, como ayudantes en el campo, pues prefieren el dinero fácil”, declara.
Argumenta que por eso en municipios como Tezontepec de Aldama, que está muy cerca de Tlahuelilpan –donde ocurrió la tragedia-, la agricultura tiende a desaparecer.
Concretamente en el pueblo de San Gabriel, famoso por tantas muertes relacionadas con el robo de hidrocarburo, el cien por ciento de los habitantes tienen que ver directamente con el huachicol.
“Unos participan en la sustracción, otros en el traslado, y otros más, en la venta. Aquí, el negocio es redondo”, subraya.
La vida les ha cambiado desde hace aproximadamente tres años, cuando el problema del huachicoleo se acentuó más.
También hubo gente, dice, que abandonó el comercio, lo que representó su sustento por tantos años, tal vez décadas.
“Desde los niños hasta los adultos participan en esta cadena. Hombres y mujeres, todos por igual. Saben que es dinero fácil”, expresa.
Argumenta que el pago diario de 200 a 300 pesos como jornalero, cubriendo ocho horas al día, trabajando con el sol a plomo, es en la actualidad un sacrificio.
“De eso a andar en una motito, dando vueltas por los caminos, para informar quién entra y quién sale en el pueblo, cobrando 500 pesos por un rato, pues les gana la ambición. Y suman unos cien en todo el municipio.
“Y si a eso le sumamos que venden huachicol, pues sus percepciones van a ser muy mayores, porque tan solo vendiendo un bote de 20 litros equivale a 300 pesos, y le venden de volada”, explica.