El diagnóstico psicosocial y en salud que recoge el informe “Yo sólo quería que amaneciera, impactos psicosociales del caso Ayotzinapa”, en poder de Revolución TRESPUNTOCERO, es parte de un proceso de acompañamiento a los familiares y víctimas del caso Ayotzinapa. Su objetivo es documentar su experiencia, “y convertir ese dolor y sufrimiento en algo útil para escuchar y cambiar”, versa en el documento.
La idea del diagnóstico nació del trabajo del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, nombrado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos e invitado por México de acuerdo con los representantes de las víctimas para coadyuvar en la investigación, la búsqueda y la atención a las víctimas del caso.
El GIEI empezó a documentar la experiencia de los familiares, heridos y sobrevivientes, como una muestra de lo que se necesita hacer frente al drama de la desaparición forzada. Durante su trabajo, llevó a cabo acercamientos entre los familiares y el Estado y ayudó a tejer las primeras iniciativas de atención.
También incluyó en su segundo informe la propuesta de que se hiciera un diagnóstico que ayudara a seguir dando pasos en esa dirección, y estableció algunos criterios como la adecuación al proceso de los familiares, su participación, el trabajo con profesionales de confianza y el apego a los estándares internacionales en la atención a sus derechos, con sus diferentes urgencias y necesidades.
“El equipo que cuidadosamente lo ha realizado tuvo la ardua tarea de entrevistar, escuchar, tratar de entender, analizar y narrar algo para lo que no es fácil encontrar palabras. El trauma es inenarrable porque no entra en las categorías con las que contamos. Y la desaparición forzada es el trauma más duro porque además de la tragedia de la pérdida conlleva una dramática incertidumbre, un dolor permanente.
“Este diagnóstico acompaña y traduce, y sobre todo permite escuchar las voces de las víctimas, sobrevivientes y familiares. El compromiso acordado fue que las propuestas del diagnóstico serían la guía de las políticas del Estado en relación a los familiares y víctimas del caso. Esa es ahora la tarea”, se describe.
Además, se explicó que el trabajo psicosocial “es un método de trabajo al lado de la gente, con la convicción de que, en los casos de violaciones de derechos humanos, las víctimas y sobrevivientes son el elemento central de cualquier estrategia de transformación”.
Se señala que “la historia reciente de muchos de estos casos en México está escrita en la crónica roja que convierte a los muertos y desaparecidos en estadísticas de un abstracto problema de seguridad, que se refiere a cárteles, policías, gobiernos o la militarización, pero que no habla del sufrimiento ni de sus rostros. Los heridos, sobrevivientes y familiares del caso Ayotzinapa son parte de una persistencia que hace visible, junto con otros muchos familiares, esa profunda herida”.
El Informe de impactos psicosociales da cuenta de esa fractura. Escucharla es parte de lo que se necesita para generar acciones de atención con respeto y dignidad. En estas páginas se dibujan y proponen algunos de esos caminos que, desde la experiencia de las víctimas y familiares, pasan por la atención psicosocial, la salud, la verdad y la justicia.
“Ninguna herida se cura sin el bálsamo del reconocimiento”
Esta es una experiencia inédita en México, un ejemplo también para otros casos, para aprender y fortalecer una respuesta adecuada desde las instituciones. Este diagnóstico incluye algunos de esos caminos para hacerlo posible y está tejido de una convicción que es necesario escuchar: ninguna herida se cura sin el bálsamo del reconocimiento.
El GIEI permitió ampliar y profundizar las líneas de investigación, y el Estado creó la Oficina de Investigación para el caso Ayotzinapa, encargada de continuar la búsqueda de los estudiantes desaparecidos y la investigación de los hechos. En julio de 2016 se firmó un acuerdo para crear un Mecanismo de Seguimiento a las medidas cautelares emitidas por la CIDH para el caso Ayotzinapa y de acuerdo a las recomendaciones del GIEI.
El GIEI recomendó la creación de un equipo independiente para realizar un estudio o diagnóstico del impacto psicosocial y en la salud en las víctimas del caso Ayotzinapa:
“Como parte del proceso para poder articular un programa de atención a las víctimas que tuviera en cuenta los diferentes procesos y necesidades, así como el momento vital e impactos sufridos por los familiares, y siguiendo tanto la propuesta realizada por el giei en los criterios de atención a las víctimas proporcionados al Estado, como la recomendación realizada por la CNDH en su informe de julio de 2015”.
Además, el GIEI señaló que: “Después de la realización del estudio psicosocial se establezca una mesa de trabajo con las víctimas y sus representantes legales, con la CEAV, la Segob y la observación de la CNDH, así como que este mecanismo de atención progresiva acordada con las víctimas pueda formar parte de los mecanismos de seguimiento que pueda observar la CIDH en cumplimiento de las medidas cautelares o la evolución que tenga el propio caso. (GIEI, 2016: 338)”.
Asimismo, el GIEI considera que las recomendaciones del Informe de Impacto Psicosocial deberán tenerse en cuenta por parte de las autoridades de México, y los criterios proporcionados al Estado constituir los elementos centrales para la atención a las víctimas, como parte del seguimiento que otorgue al caso la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes propuso que dicho estudio fuera realizado por un equipo independiente, con la confianza de las víctimas y la competencia profesional adecuada.
“Este criterio es fundamental en el presente caso, considerando que por la naturaleza de los hechos victimizantes —la desaparición forzada, ejecuciones extrajudiciales y ataques por distintas fuerzas de seguridad del Estado—, se ha roto la confianza de las víctimas en las instituciones del Estado”.
A más de dos años de los ataques a los estudiantes de la Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa, se presenta el Informe de Impactos Psicosociales que determina las afectaciones de los hechos del 26 y 27 de septiembre en Iguala en los diferentes grupos de víctimas.
“A diferencia de otros eventos traumáticos cuyos impactos tienden a desaparecer con el tiempo, los hallazgos del presente informe muestran que los impactos psicosociales detonados por las graves violaciones a los derechos humanos cometidas, persisten y se cronifican con el tiempo”.
Los ataques del 26 y 27 de septiembre en Iguala, constituyen, como refiere la CIDH en su más reciente informe sobre México, “una grave tragedia en México así como un llamado de atención nacional e internacional sobre las desapariciones en México, y en particular en el estado de Guerrero. Asimismo, sobre las graves deficiencias que sufren las investigaciones sobre estos hechos y la impunidad estructural y casi absoluta en la que suelen quedar estos graves crímenes” (CIDH, 2015).
Al mismo tiempo, advierte que “el caso Ayotzinapa es un ejemplo emblemático de la colusión entre agentes del Estado e integrantes del crimen organizado, ya que según la versión oficial la policía municipal de Iguala estuvo coludida con un grupo delincuencial para desaparecer a los estudiantes. Asimismo, según el GIEI, autoridades de la policía estatal, federal y del Ejército habrían acompañado los incidentes. Por lo tanto también podrían haber estado en colusión con grupos del crimen organizado”.
Según la información recabada por la CIDH, “durante la búsqueda de los estudiantes de Ayotzinapa fueron halladas 60 fosas colectivas clandestinas en dicho municipio, donde se han encontrado hasta el momento 129 cadáveres. A la fecha, se habrían identificado a 16 de estas personas. La incapacidad institucional para atender el problema es la razón por la cual los propios familiares sean quienes están llevando a cabo sus propias búsquedas de fosas clandestinas en Iguala buscando a sus familiares desaparecidos, y desde noviembre de 2014 hasta la fecha han encontrado 106 cuerpos. Hasta el momento sólo se habría identificado oficialmente a 7 de ellos” (CIDH, 2015: 85).
La dolorosa historia de desapariciones e impunidad en el estado de Guerrero cristalizan en uno de los estudiantes desaparecidos de la Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa: Cutberto Ortíz Ramos, quien es sobrino de Cutberto Ortiz Cabañas. Ambos son originarios de San Juan de las Flores, municipio de Atoyac de Álvarez. El primero fue desaparecido en los hechos del 26 y 27 de septiembre de 2014, el segundo fue víctima de desaparición forzada durante la Guerra Sucia, se informa en el documento.
Las secuelas de los ataques en Iguala en los estudiantes normalistas
Para acercarse a las secuelas de los ataques en Iguala en los estudiantes normalistas sobrevivientes los expertos retomaron dos conceptos principales: el de “Trastorno de Estrés Post Traumático” —en el entendido de que la descripción de estos síntomas no agota los impactos psicosociales— y la “culpa del sobreviviente”.
Trastorno de Estrés Post Traumático
Algunos de los síntomas descritos en el Trastorno de Estrés Post Traumático son: repetición del evento traumático a través de recuerdos intrusivos o sueños, disociación y reacciones fisiológicas o de malestar psicológico frente a estímulos asociados al evento traumático, evitación de estímulos que recuerdan el evento traumático, irritabilidad, alerta e hipervigilancia, respuesta de sobresalto exagerada, comportamiento imprudente o autodestructivo, problemas de concentración y alteración del sueño.
Otros síntomas son: la incapacidad de recordar aspectos importantes del suceso, creencias o expectativas negativas persistentes y exageradas sobre uno mismo, los demás o el mundo, experimentar sentimientos de culpa o vergüenza, estado emocional de miedo, terror o enojo y la disminución importante del interés o la participación en actividades significativas.
La culpa del sobreviviente
El trabajo terapéutico y los estudios realizados con sobrevivientes del Holocausto llevaron a varios autores, como Krystal, Lifton y Niederland (citados en Gómez E., 2013) a profundizar y cuestionar la noción de neurosis traumática.
Estos autores plantearon el “Síndrome del sobreviviente” para describir los cambios adaptativos y los efectos a largo plazo producidos por eventos traumáticos externos. Según los hallazgos de estas investigaciones, este síndrome clínico generado por traumatizaciones severas se caracteriza por: un ánimo depresivo crónico, un severo y permanente complejo de culpa, una parcial o total somatización, estados de ansiedad y agitación con insomnio y pesadillas, entre otros.
Este síndrome generalmente se presenta tras un periodo de latencia o un intervalo libre de síntomas y emerge tras algún evento externo precipitante (Gómez E., 2013: 48).
Impactos psicosociales en los estudiantes heridos y sus familiares
Los estudiantes heridos son al mismo tiempo sobrevivientes de los ataques, por lo que las manifestaciones traumáticas coinciden con los síntomas antes descritos de estrés post traumático.
En el caso del estudiante que se encuentra en estado vegetativo, su subjetividad fue anulada por la herida de bala que recibió en la cabeza y sus familiares enfrentan una pérdida ambigua, en la que el cuerpo está presente pero no la subjetividad. Por otro lado, los estudiantes heridos enfrentan las secuelas físicas, en algunos casos repetidas intervenciones quirúrgicas y el proceso de rehabilitación que interrumpe su proyecto de vida, se informó.
Impactos psicosociales en los estudiantes normalistas sobrevivientes
En el informe se presenta un apartado que documentan los impactos psicosociales en los estudiantes normalistas sobrevivientes de los ataques del 26 y 27 de septiembre de 2014 en Iguala a partir de 5 entrevistas individuales y una entrevista grupal en la que participaron 5 estudiantes. Dichas entrevistas fueron realizadas a los normalistas que accedieron de manera voluntaria.
Es importante destacar que, si bien los estudiantes han rendido su declaración en la Fiscalía de Guerrero o frente a la Procuraduría General de la República, han dado su testimonio a medios de comunicación y participado en las actividades del GIEI —porque consideraron que era su deber para impulsar la justicia o difundir los hechos— han evitado hablar de sus sentimientos relacionados con los ataques en Iguala y la desaparición de sus compañeros.
Del mismo modo, el equipo observó reacciones de evitación al ser invitados a una entrevista para la elaboración del presente diagnóstico, lo que fue atribuido a los propios impactos post traumáticos e interpretado como un mecanismo de defensa frente al sufrimiento que les produce evocar los hechos.
“Esta impresión fue confirmada por la intensa movilización emocional que los jóvenes manifestaron durante las entrevistas. Por otro lado, los sobrevivientes solicitaron expresamente que se preservara su identidad y no se utilizaran sus nombres, por lo que se utilizan códigos de entrevista para identificar a cada uno”.
Antes, en el documento se explica que: Los estudiantes de la Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa son jóvenes de origen indígena y/o campesino. Provienen de comunidades pertenecientes a municipios del estado de Guerrero, pero también de otros estados.
Estos municipios tienen grados de marginación que varían entre medio, alto y muy alto. La marginación en sus comunidades de origen implica una situación de discriminación en el acceso a la educación y, por lo tanto, poca expectativa de movilidad social. Por esta razón, el ingreso en la Normal Rural de Ayotzinapa representa para los jóvenes una de las pocas opciones para acceder a la educación superior sin que signifique una carga económica para la familia —el internado provee a los estudiantes de lo básico para vivir— y, eventualmente, un trabajo estable con mejores condiciones salariales.
“Por ese fue el motivo porque también nos metimos aquí a Ayotzinapa, porque mi persona se metió a Ayotzinapa para no gastar tanto. Vulgarmente hablando para no darle lata a mis papás en a cada rato pedirles lo que es apoyo económico, por esa parte también mi persona comprendió que aquí nos daban de comer y fue por esa convicción de meternos aquí”, versa un testimonio.
Compartimos el cansancio, el hambre, pero también el sueño de convertirnos en maestros
Los jóvenes tienen distintas motivaciones para entrar a la Normal de Ayotzinapa. Entre ellas: acceder a un trabajo que les permita mejorar su calidad de vida y ayudar a su familia, la vocación por ser maestros rurales y llevar educación de calidad a los niños y niñas de comunidades marginadas, así como la participación en movimientos reivindicativos sociales y políticos. En algunos casos, los jóvenes se sintieron animados por el ejemplo de otros familiares que son maestros egresados de la Normal.
Para ingresar a la Normal, los jóvenes deben realizar trámites, exámenes, y pasar la “semana de prueba”. Esta consiste, entre otras actividades, en un duro entrenamiento físico y trabajo en el campo.
“A la semana de prueba, fueron como 380 y de esos 380 nada más nos quedábamos 140, 100 para primaria y 40 para bilingüe… hoy ya solo quedamos como 80 en la generación que entró en 2014”.
Durante la semana de prueba y posteriormente, en la convivencia en el internado, los jóvenes establecen fuertes vínculos entre sí:
“Quienes vamos quedando, mientras pasa el tiempo y el grande esfuerzo que nos implican las prácticas, vamos agarrando amistad, platicas tus cosas, como hermanos. Te vas llevando más con tus compañeros de sección en una relación que se vuelve estrecha, muy intensa en poco tiempo. Compartimos el cansancio, el hambre, pero también el sueño de convertirnos en maestros”.
Los fuertes lazos entre estudiantes explican por qué en el contexto de los ataques del 26 y 27 de septiembre de 2014, y las vivencias de terror, indefensión, impotencia y desesperanza, los jóvenes mostraron notables reacciones de solidaridad y apoyo mutuo.
Se observa el esfuerzo por permanecer en grupos y es una constante en los testimonios recabados la preocupación por los otros, al grado de arriesgar la vida para ayudar a sus compañeros heridos o buscar a los que se habían desperdigado durante la huida. Los vínculos entre los estudiantes también permiten comprender los impactos de la desaparición de los 43 normalistas — la mayor parte de primer año— tanto en los sobrevivientes como de manera colectiva en los estudiantes de la Normal.
“Yo he llegado aquí por mí mismo. He tenido tropiezos en mi vida pero me he alzado. Como lo del 26 y 27, que tuve dudas en regresar, pero dije “fueron mis compañeros, yo viví con ellos casi un mes completo, viví con ellos los momentos más difíciles”. Reímos juntos, trabajamos juntos, corríamos juntos, sufríamos juntos. Todo aquí lo que hacíamos al principio era juntos. Si uno se quedaba, uno regresaba por él, si todos se aventaban al pozo, todos se aventaban. O sea, todos éramos una cadena muy unida al principio. Por eso yo pensé eso, si yo estuviera muerto o desaparecido o me hubiera tocado formar parte de los 43 compañeros que actualmente están desaparecidos pues andarían aquí todavía. Por eso es que yo regresé con ese propósito y terminar mi carrera también, aunque está truncado ahorita con este movimiento que emprendimos.
“Es una gran tristeza, compañeros incluso que estudié con ellos en la primaria, que estudié con ellos en la secundaria, incluso hasta en la Prepa pues ya los conocía bastante, diría yo. Compañeros que en la semana pues también es algo que nos apoyábamos mutuamente como si fuéramos realmente una familia y ver que realmente los llegaran a desaparecer pues es una tristeza que se lleva en el alma, quizás en el corazón. En ese aspecto me pegó anímicamente, yo quiero pensar de esa manera”.
Los estudiantes entrevistados estuvieron en diferentes escenarios durante la noche del 26 y 27 de septiembre de 2014 en Iguala. Cinco estudiantes fueron víctimas de los distintos ataques de policías y civiles en la calle Juan N. Álvarez, tres son sobrevivientes del autobús Estrella Roja (o el quinto autobús) que transitaba por el Palacio de Justicia, que fueron perseguidos y sufrieron disparos de armas de fuego en la Colonia Pajaritos y 24 de febrero en Iguala (giei, 2015: 255), mientras dos de los entrevistados permanecieron en la Normal.
Cuando sentí el miedo empecé a gritar, les estaba diciendo a mis compañeros por dónde darle para salir
El informe refleja la experiencia específica de cada uno frente a la vivencia de los ataques y la desaparición de sus compañeros, e identifica los impactos psicosociales comunes frente a los eventos traumáticos de esa noche y la desaparición forzada de los 43 normalistas.
“Resulta notable que la vivencia de indefensión y la desesperanza de salir con vida motivó a algunos estudiantes a recuperar el control frente a la muerte inminente, asumiendo una actitud activa y de apoyo a otros estudiantes”:
El testimonio versa: Cuando sentí el miedo empecé a gritar, les estaba diciendo a mis compañeros por dónde darle para salir. Como yo casi no perdí la razón, yo si estaba consciente de lo que estaba pasando y les decía vámonos por acá y que entre muchos gritos y no escucharon y pues no oyeron porque nada más me dio ese ataque de pánico de ”¿Qué voy a hacer, qué voy a hacer?“.
Levanté, corrimos a hacer a un lado la patrulla, la queríamos hacer a un lado, en ese entonces vi la segunda patrulla que llegó y nos disparó a una clase de distancia como 5 o 3, 4 metros y fue donde quedó nuestro compañero Aldo.
Entonces yo me percaté de que él se cayó y lo primero que yo hice fue tirarme al suelo al lado de las llantas de la otra patrulla y al escuchar que ya no detonaron otra vez, yo me eché a correr hacia la parte trasera del autobús, del primero, a refugiarme y ya empecé a gritar que ya había caído uno pues y no me percataba de que sí era Aldo y Aldo era uno de mis compañeros de cubil. Dormía con nosotros así que no lo reconocía porque tenía su playera en la cabeza, sino que lo reconocí cuando dijeron “vamos a alzarlo” y muchos no querían salir por el temor a que nos volvieran a disparar. Yo en ese momento ya me había dado por vencido dije “si nos van a matar pues voy a morir bien, no voy a morir aquí escondido”.
Durante la entrevista se le pregunta al estudiante “¿qué significa “morir bien”?”, a lo que responde:
O sea luchando, no nada más quedarme ahí esperando que vengan hacia mí y que me maten sino por lo menos salir y lograr algo por mi compañero que estaba ahí caído. Por decir, dijeron “vamos a alzarlo” y nadie quería ir y yo dije pues yo voy, y voy con un grupo de compañeros de 5 que salimos y fuimos a quererlo auxiliar.
Pues así que yo fui y es en dónde le sacamos la playera y me di cuenta que era él, que era Aldo. Así que en un momento me asusté, me le quedé viendo, me quedé un poco pasmado de lo que le habían hecho y lo íbamos a auxiliar y no dejaron que lo levantáramos.
Fue cuando nos volvieron a disparar y de vuelta corrimos hacia la parte trasera y hubo un momento donde había un compañero con la cara del susto, estaba muy asustado que quería salir corriendo pues hacia donde estaban los policías y hubo ese momento cuando vi que ya iba a correr, yo lo logré agarrar de la parte trasera de la playera, lo agarré y lo jalé y le solté una bofetada pues en la cara para que reaccionara pues, y yo todavía estaba apoyando a los compañeros.
Le digo “Aguanta, no te vayas, no corras, no hagas locuras”. Le digo, “Todo va a estar bien”. Dándole ánimos pues, aunque yo por dentro sí sentía que ya, o sea que ya iba a valer, todo. Ya no iba a haber otra salida porque en la parte trasera había municipales, en la delantera había que nos disparaban cada vez que salíamos.
“¡No sé cómo, pero toda la ciudad se volvió una ratonera, no había para donde hacerse!”
Además, los estudiantes refieren una vivencia de impotencia por no poder ayudar a sus compañeros, en particular a los estudiantes del tercer autobús que fueron bajados y detenidos por la policía.
“Sí, nos iban a matar a todos y dije aquí nos van a matar a todos, o sea nadie se va a salvar, y pues en el transcurso de ese momento creo que fueron cuando bajaron a mis compañeros, cuando rafaguearon a la Estrella de Oro, el tercero. Fue cuando escuchamos a nuestros compañeros gritar, estaban gritando y nosotros queríamos ir en su auxilio pero no podíamos salir porque nada más nos asomábamos y nos querían disparar.
“Nos tenían a punta de fuego y fue en ese momento que se los llevaron a nuestros compañeros y todavía me acuerdo que les gritamos que vinieran corriendo hacia donde nosotros estábamos. Algunos sí se vinieron corriendo pero unos se entregaron pues y pues nosotros teníamos esa visión de que deteniéndonos nos iban a mandar a la comandancia, detenidos, nos iban a encarcelar y pues nosotros teníamos esa idea de que era más seguro irse detenido porque nos iban a ir a sacar después, pero pues nadie se imaginó eso y yo dije: ‘No me van a agarrar, yo voy a estar aquí y si me van a venir a matar aquí, pues que me vengan a matar’”.
Los estudiantes que sufrieron el primer ataque se encontraban profundamente afectados. Si bien no se sentían seguros en Iguala, pensaban que ya todo había pasado y que habían salvado la vida. Del mismo modo, los que llegaron en apoyo se dispusieron a organizar los siguientes pasos. Los testimonios a continuación narran la vivencia de los estudiantes al ser atacados nuevamente:
Nos dijeron que nos quedáramos, que ahí estuviéramos. Entonces empezaron a llamar a los periodistas, a las televisoras ahí habían llegado en ese momento. En fin, ya había mucha gente, ya había maestros, ya había personas que nos estaban apoyando, ya habían llegado. En eso que llegaron los otros compañeros que venían en nuestro auxilio pero ya había sucedido todo. Yo me fui a sentar en una banqueta.
Estaba lloviendo, me acuerdo, y todavía no me podía creer que me había salvado. Pues ahí estaba sentado, dije: “esto ya pasó”. Pero después me venía el temor de si regresan y me senté en la banqueta.
Ahí estaba con mi compañero platicando, y en eso no tardó mucho ni una media hora cuando escuché los estruendos, pues, de los otros tiros que nos arrojaron. Yo solo lo que hice fue asomarme de dónde venían las detonaciones y era del otro lado de la avenida, y no era solo tres, cuatro, eran muchos, cuando yo escuché eso me arrojé al piso y nada más vi que mis compañeros corrieron y pues las balas prácticamente iban a incrustarse a la pared.
Y cuando llegaron las Urban allá, se bajaron y llegaron los sicarios empezaron a… [se le corta la voz y llora]… Es donde todos se regaron como hormigas, cada quien corriendo por su vida. Ya fue ahí donde le dieron al compa Julio César Ramírez Nava.
En este segundo ataque fueron asesinados Daniel Solís Gallardo y Julio César Ramírez Nava, y fue gravemente herido Edgar Andrés Vargas. Los tres habían llegado en las Urban desde la Normal para apoyar a sus compañeros. Los estudiantes aterrorizados corrieron en diferentes direcciones para salvar su vida. Uno de ellos menciona: “¡No sé cómo, pero toda la ciudad se volvió una ratonera, no había para donde hacerse!”.
Este testimonio refleja la vivencia de terror e indefensión que experimentaron los estudiantes durante el segundo ataque. Además, los estudiantes de primer ingreso estaban rapados, por lo que tenían miedo por ser fácilmente identificables: “Además de todo íbamos pelones, no había manera de que no nos voltearan a ver y luego muchos íbamos con huaraches, todos sucios”.
En la huida, Julio César Mondragón Fontes se separó del grupo, y los normalistas no volvieron a saber de él hasta el otro día, que apareció su cuerpo con visibles muestras de tortura y el rostro desollado.
En este contexto destacan las respuestas de solidaridad de los maestros —algunos de los cuales también fueron heridos—, y de la población en general quienes acudieron a ayudar a los estudiantes. Varias familias abrieron las puertas de sus casas para resguardar a los estudiantes al ver que estaban siendo perseguidos.
Los primeros impactos que los estudiantes manifestaron esa madrugada mientras estaban resguardados en las casas de los maestros fueron la sensación de bloqueo o embotamiento emocional, la confusión, la percepción de falta de sentido de los ataques, vulnerabilidad y miedo. Algunos de los estudiantes que se guarecieron en casa de unos maestros durante la madrugada refieren:
“Pues todos estábamos así, tristes, todos estábamos así, ni dormimos nada más estábamos agachados, como le digo que en ese momento se te bloquea la mente no sabes ni qué hacer, porque no entiendes qué era lo que había pasado.
“Yo lo único que fue, me senté recargado sobre un sillón, estaba así, todos estábamos así, no entendíamos ni el porqué ni cómo, yo solo quería que amaneciera. La noche me hacía sentir que podrían encontrarme, sentía mucho miedo”.
La vivencia de los estudiantes del quinto autobús
Los 14 estudiantes que tomaron el autobús Estrella de Oro salieron por la parte trasera de la terminal de Iguala hacia Periférico Sur. En el trayecto recibieron dos llamadas de sus compañeros que se encontraban en la calle Juan N. Álvarez y Periférico, informándoles de los ataques y de que había muerto uno de los estudiantes. Se referían a Aldo Gutiérrez Solano, que en realidad se encontraba gravemente herido.
“En mi persona le tocó irse por la parte trasera de la central que viene siendo el autobús Estrella Roja, así que cuando recibimos una llamada en la que nos avisaron que nuestros compañeros estaban siendo atacados por policías municipales, porque así hicieron la afirmación ellos, de que estaban siendo agredidos con sus armas de fuego, por parte de la policía municipal hacia nosotros, así que nosotros empezamos a dudar, empezamos a preocuparnos, cómo estarán, cómo la estarán pasando.
“Haciéndonos esas preguntas pues, pero en su momento no fue tan inaudito pues esa llamada, porque en sí la llamada fue para decirnos que nos esperáramos y que en un momento llegaban. Así que no nos sentimos tan frustrados por esta parte así que decidimos pararnos pues en el autobús para posterior a los que será un minuto, 40 segundos, recibimos otra llamada en la que se nos informaba que un compañero yacía abatido por las balas de los policías en el asfalto, tirado al suelo”.
“Pues nosotros ahí esperando noticias, de momento paran como 3 patrullas de policías federales. El compañero que nos iba coordinando nos dice a todos: ‘Nos vamos a bajar aquí y lo que vamos a hacer de inmediato es agarrar piedras y tirárselas y correr para el cerro’.
“En eso todos nos bajamos. Nosotros estábamos muertos de miedo prácticamente por la noticia que le habían dado a él [de que un normalista había sido asesinado]. Nosotros estábamos así como en shock, no sabíamos ni qué hacer, nos bajamos y él [el coordinador] fue el único que agarró piedras, que encaró al policía. Ya le dijo que por qué habían matado a uno de nosotros, que éramos estudiantes, que por qué nos hacían eso”.
Esa noche los normalistas que tomaron el autobús Estrella Roja sufrieron una persecución por varias horas en diferentes escenarios. Después de ser obligados a bajar del autobús, los estudiantes huyeron escondiéndose entre los autos hacia un cerro cercano.
“Salimos corriendo ahí… Nosotros junto con 3 compañeros lo que hicimos también el miedo, la precaución, nos subimos. La cosa es que estaba más arriba el cerro, y cuando oímos balazos más nos subimos hacia el cerro, hasta la punta pues. Ya no supimos nada de ellos y escuchamos, se veía todo el centro ahí, desde el centro, se veía. Nosotros lo que hicimos… es escondernos más hacia arriba, pasamos toda la noche caminando. Llegamos al día siguiente como a las 10, 11 de la mañana.
“O sea que lo que hicimos por miedo y porque no entendíamos nada de lo que pasaba, es que subimos al cerro, íbamos por la carretera para venirnos según para Chilpo. Según nuestra propuesta era aventarnos caminando porque estaba bien feo y nosotros íbamos caminando así bien mojados en la carretera… Sí caminando, porque le preguntamos ¿dónde está Chilpo?, no pues para allá, y ya nos bajamos, llegamos a la carretera, caminamos, pero pasaban camionetas de patrullas, eran como unas 7, 8, y otra vez nos aventamos al cerro”.
Los cuatro normalistas que se separaron del grupo pasaron la noche caminando y escondiéndose. Bordearon por los cerros de alrededor, desde donde vieron durante toda la lluviosa noche las sirenas de patrullas rondando en todas direcciones. El miedo a ser atrapados por la policía hizo que ellos no detuvieran su paso, aun con la lluvia, la ropa mojada, el hambre y el temor profundo.
Una señora acogió en su casa a los otros 10 muchachos que huyeron de la policía:
Pues hasta el momento íbamos juntos, ya una señora de una casa estaba diciendo: “Dejen a los muchachos no les hacen nada“. Pero la señora pensaba que era su hijo, porque al momento de llegar allá, le tocamos y le pedimos hospedaje y la señora nos dijo: “Pásenle muchachos, ¿y ahora por qué andan tanto los policías tanto así? Yo pensé que era mi hijo, porque estaba allá abajo“. Y la señora llorando desesperada nos decía: ”¿Y por qué los policías les disparaban?“ y así. Aja, llorando la señora y en ese rato ya estaba lloviendo”.
Los estudiantes que se quedaron en la Normal refieren que cuando supieron de los ataques en contra de sus compañeros en Iguala vivieron sentimientos profundos de miedo, rabia, coraje y mucha impotencia. Los que cupieron se fueron en dos Urban hacia Iguala, mientras que quienes se quedaron vivieron mucha frustración a medida que se iban enterando de los hechos.
Los estudiantes no daban crédito a lo que estaba sucediendo, pues no había ningún antecedente de un ataque de esa magnitud, ni guardaba proporción alguna con las actividades de boteo y toma de autobuses que venían realizando hasta entonces. Los testimonios a continuación hablan de la vivencia traumática de los estudiantes que estaban en la Normal al recibir las noticias de los hechos:
“La llamada la pusieron con altavoz y nos decían que estaban dentro del bus y que estaban tirando, y sí se escuchaba, ruido, los balazos y una desesperación. Nosotros también espantados, con miedo, aun estando en la Normal, pasando eso, pero sí se sentía mucho coraje, ¡no podíamos creer lo que estábamos escuchando!
“En eso yo me puse mal, me sorprendí, dije: “No pues ¿a quién le dieron?”, luego pensé a quién le dieron porque habían dicho un pelón pues, ya pero los chavos. Nosotros nos agüitamos ¿qué está pasando allá?, ¿qué está sucediendo?, ya lo demás… Una desesperación horrible en esos momentos. Ya en eso como de las 12, 1, estábamos concentrados en los padres, estaban haciendo guardia en las entradas, en la cerca… en el portón, estábamos cuidando…”
Impactos traumáticos del asesinato y tortura de Julio César Mondragón Fontes
El día 27 de septiembre del 2014 por la mañana empezó a circular por las redes sociales la foto de Julio César Mondragón “el Chilango”, quien se separó del grupo de estudiantes al escapar del segundo ataque en la calle Juan N. Álvarez. Tanto la disposición del cuerpo de Julio César, en la vía pública con señales de tortura y el rostro desollado, como la difusión de esta imagen a través de redes sociales indica una finalidad expresiva.
Es decir, el cuerpo de Julio César no fue ocultado, por el contrario, fue expuesto intencionalmente para enviar un mensaje de terror.
Nosotros nos venimos de allá [de Iguala] el 27, como eso de las 6, 7 de la tarde. No sé, pero ya estaba oscureciendo y me dijeron en el trascurso de la tarde: “Es que no aparecen, ya se fue a barandilla, ya se fue al MP, se fue a todos lados y no aparecen, no los encontramos”. Y cuando en la mañana del día 27 nos enseñaron la foto del “Chilango”, de Julio César Mondragón, pues dije: “No, esto ya es otra cosa, esto no es una simple represión o sea esto ya es… o sea nos quieren mandar un mensaje, pero es un mensaje muy fuerte de muerte, de que lárgate, porque sino eso te espera”.
Para los estudiantes sobrevivientes que seguían en la Fiscalía de Iguala, la imagen generó terror y un estado de choque. Vivieron la tortura y crueldad extrema en contra de Julio César como un nuevo ataque a los normalistas y una amenaza para que se fueran de Iguala. No podían comprender por qué se habían ensañado de esa manera:
Cuando a la mañana siguiente, ya en la Fiscalía, vimos la imagen que circuló en redes de “El Chilango”, pues nos invadió el miedo. Nosotros hasta llegamos al momento de decir: “Vámonos juntos, vámonos de aquí ya, aquí nos van a matar, por qué esperábamos más tiempo”.
Yo ya sentía mucho miedo, pero ahí fue más como lo doble, lo triple de verlo, de decir: “¿Qué está pasando? ¿Qué tienen contra nosotros como estudiantes? De qué se trató esto”, entramos en shock.
Para los estudiantes que estaban en la Normal en aquel momento, la imagen también representó un impacto traumático. En ese momento no podían entender qué estaba pasando ni por qué.
Saber lo que estaba pasando allá y de saber a quién le habían dado y los demás estábamos haciendo guardia, toda la noche hicimos guardia, en diferentes puntos. Nadie durmió y ya como a las 10 u 11, ya estábamos ahí sentados en las guardias en eso y ya estaba circulando la imagen del “Chilango”, en eso me llegó en el facebook… ¡O sea cómo!, ¿pues qué está pasando?, qué le hicieron y pues ya estábamos adivinando que si quien era.
El estudiante ES8, junto con dos de los líderes estudiantiles, fue al semefo de Iguala para reconocer los cuerpos de los 3 estudiantes ejecutados.
Al principio cuando yo vi a Julio pues dije: “En la madre, ¿qué estamos viviendo?”. Hubo un momento en el que inclusive llegué a pensar que no era real lo que yo estaba viviendo, que no era real porque digo es un compañero que lo vi hace unas horas, digo y ahora qué cosas. Yo pensé que le habían echado ácido y cuando fuimos a verlo a semefo nos dimos cuenta de que no.
Encontrar a su compañero en ese estado generó en el estudiante una reacción transitoria de desrealización; es decir, la percepción de irrealidad del mundo externo. Esta es una respuesta normal frente a un evento traumático, en este caso, además, de extrema crueldad.
El estudiante ES8 sentía que era su responsabilidad ir al SEMEFO a reconocer a los estudiantes asesinados, en la medida en que sus compañeros se encontraban más afectados. A partir del relato del estudiante podemos acercarnos a los profundos impactos en los jóvenes que iban llegando a la Fiscalía tras haber sobrevivido a los ataques.
Alguien lo tenía que hacer [ir al SEMEFO] porque los demás compañeros iban llegando y, o sea, como a otro mundo, algo desconocido, como otra dimensión… También lo era para mí [detiene el relato, presenta llanto, llevándose las manos al rostro para cubrirlo, respira y continúa].
Sí, el médico forense nos dijo que le habían quitado el rostro. Antes de que lo viéramos, porque el médico como que nos quiso preparar y nos dijo: “Está muy fuerte lo que van a ver, le quitaron el rostro a su compañero, prácticamente lo hicieron cuando él estaba con vida todavía”.
Dice: “Lo torturaron, fue una tortura muy tremenda”. El médico nos dijo que había sido tortura, que le habían quitado el rostro, le habían desprendido la piel. Ya después la pgr sale con esas chingaderas que fue fauna nociva. Ahí nos dijeron eso, los médicos pues, que no tenían nada que ganar, ni nada que perder.
La impresión que le causó ver a sus compañeros asesinados en el semefo, y en particular a Julio César Mondragón, generó un profundo impacto traumático, que se confirma en el carácter inenarrable de la vivencia:
“El hecho de que yo pasara a ver a mis compañeros, sí, afectó. Esa imagen que nos mostraron en la fiscalía yo no la quería ni contar a nadie porque era demasiado dura… luego empezó a circular en el face, en internet. Para entonces yo ya no la podía ver. Nomás de pensar lo que pasó al compañero me hace revivirlo todo de nuevo”.
Según los testimonios recogidos para el presente diagnóstico, los estudiantes experimentaron miedo intenso de sufrir un nuevo ataque a partir de los hechos. El estudiante ES9 refiere que el miedo lo llevó a esconderse en la casa de sus familiares en Iguala durante un mes:
“Tenía más temor que me encontraran y yo mis pañuelos que llevaba los escondí en la bolsa porque iba manchada de sangre del compañero Aldo y mi pantalón también. Así que yo corrí, seguí corriendo con esa lluvia y llegué a la terminal.
“Ya me dirigí hacia donde estaba mi tía, ya estaba muy sola la calle. Empecé a tocar, no me abrían y tenía miedo que me fueran a encontrar. Empecé a tocar, media hora, no me abrían. Toqué hasta que una de mis primas despertó y me fue a abrir la puerta y ellos no tenían idea de lo que estaba pasando. Mi hermano que vivía ahí ya se había dado cuenta, me había ido a buscar. Así que yo me metí, me senté”.
Mis primas me estaban hablando pues de que qué tenía y yo no podía hablar, nada más decía “No, estoy bien, no pasa nada”. Y ahí estaba con el temor de que a lo mejor me vieron por donde fui y que me fueran a sacar. Mis primas me hablaban y no, no les respondía. Después llegó mi tía, me empezó a hablar también, hasta que hubo un momento que sí supe sacar las palabras y les dije lo que había sucedido que había venido de un lugar donde nos dispararon y solo entonces estuve hablando […].
Pues salí de la casa como en a finales de octubre, todavía logré salir porque es que lo que pasa, como todos llevábamos el cabello corto, estábamos pelones o sea nos reconocían a simple vista, y yo no salía por esa razón, estaba esperando que creciera mi cabello, porque me daba miedo ser reconocido.
Los estudiantes que salieron juntos de la Fiscalía el 27 de septiembre de 2014 relatan su vivencia de terror tras los ataques. Partieron hacia la Normal en dos autobuses, las dos Urban que habían llegado en la madrugada y una caravana integrada por maestros, periodistas y personas solidarias, además de las patrullas. Uno de ellos comenta:
Eran dos, porque un autobús venía bien lleno y dice: “Pásense para el otro autobús” y nadie se quería pasar. No nos queríamos separar, teníamos mucho miedo de salir de la Fiscalía, de estar de nuevo en las calles. Ya nos pasamos con miedo algunos porque sí veníamos bien apretados. “Que se pasen para allá”, nos decían los coordinadores, nadie se movía. Nos fuimos como 10 en el otro autobús, iba bien vacío. No habíamos comido, sin comer, sin dormir, cansados pero pues íbamos agachados todo el tiempo… [respira profundo para poder continuar] Esa sensación de ver las sirenas de las patrullas, es algo que no me puedo quitar, hace que me esconda hasta la fecha.
Como señala el testimonio anterior, algunas reacciones de estrés agudo, como las respuestas de terror frente a estímulos asociados a los eventos traumáticos se prolongaron en el tiempo. Estas respuestas se abordan más adelante en la sección sobre reacciones de estrés post traumático.
A las reacciones de estrés agudo se suma un nuevo evento traumático: la desaparición forzada de sus compañeros. Los días que siguieron en la Normal fueron difíciles para los estudiantes sobrevivientes. La Escuela se llenó de gente que iba a apoyarlos, periodistas que los buscaban para tomar el testimonio directo de los sobrevivientes, estudiantes de otras escuelas normales del país, además de los padres de los estudiantes desaparecidos que se fueron a vivir permanentemente a la Normal.
Los estudiantes sobrevivientes entrevistados refieren diferentes reacciones en los días posteriores derivadas de los eventos traumáticos en Iguala. En general se observa una tendencia al aislamiento y a la evitación de hablar de lo sucedido.
Tampoco querían comer. Mientras algunos se refugiaron en la Normal, otros se fueron a sus casas al otro día de haber regresado a la escuela. En el caso de los que se fueron a sus casas, lo único que querían era estar con su familia, sin hablar de lo sucedido. Uno de ellos menciona haberse ido de la Normal hasta por un mes, mientras otros pocos que se fueron ya no volvieron. Los siguientes testimonios ilustran estas reacciones:
“Yo no salí 8 días de la Normal para nada, ni a Tixtla salíamos para nada. No queríamos ver a nadie, ni a nuestras familias. Más reporteros y más reporteros, era horrible, no queríamos ver a nadie, solo queríamos estar en silencio, entre nosotros… y les abríamos y cerrábamos por dentro, no queríamos ver a nadie prácticamente y en ese momento nos metíamos al comedor. Y pues mi abuelita falleció el 5 de octubre. En ese lapso, pues fue la primera vez que me tuve que ir a mi casa y salí obligado. Luego ya regresé, no me sentía bien estando en mi casa”.
Otros síntomas de estrés agudo tienen que ver con la dificultad para dormir y mantener un sueño reparador por la persistencia de imágenes intrusivas de los hechos ( flashbacks).
“Esa noche yo no dormí, hubo como 3 semanas que no dormía muy bien porque cogía el sueño y me venían esas imágenes de mi compañero [Aldo] o me venían esas detonaciones que nos dieron y no, estuvo muy pesada durante un mes. No estuve bien y yo me resguardé en Iguala, ya no salí de Iguala, ahí me quedé…
“Pues del compañero Aldo pues se me venía el rostro y me iba durmiendo, entre sueños se me venía eso y despertaba y ya no me volvía a dormir y del otro compañero el que estaba pidiendo ayuda pues, pues prácticamente murió al instante porque le traspasó la bala, al cuello, se desvaneció, nada más esos recuerdos que se me venían y no me dejaban dormir”.
“Fue una barbarie lo que hicieron con nosotros”
Hasta la fecha de las entrevistas, los estudiantes no lograban encontrar sentido frente a la desproporcionalidad de los hechos:
Fue una barbarie lo que hicieron con nosotros. Tal vez nos merecíamos que nos reprimieran con fuerza antimotín, tal vez nosotros pudimos responderles. Ellos nos pudieron haber llamado la atención, decirnos que ya nos fuéramos, los autobuses se quedaran ahí y nosotros nos fuéramos.
Nosotros tal vez pensamos en eso de que a lo mejor se pudo haber dado un enfrentamiento con la fuerza pública pero nunca debieron haber hecho eso, porque ni hasta el más peligroso narcotraficante lo persiguen a balazos, lo persiguen lo que es accionando sus armas de fuego, matando a sus demás compañeros.
Nos persiguieron como los peores humanos que puedan existir sobre la tierra, como que hayamos hecho un delito de suma responsabilidad que nosotros deberíamos atender pues. Así que nosotros no merecíamos eso, como vuelvo a repetir nos pudieron haber mandado a la fuerza pública, los antimotines.
Pero pues no procedieron a hacer eso, ellos procedieron a usar la fuerza armada, lo que viene siendo la fuerza bruta. Pues en su momento nosotros pensamos en eso de que no nos merecíamos un golpe tan trágico pues para nosotros, y no solamente para nosotros, sino también para México porque la sangre derramada pues nunca se olvida.
Reacciones post traumáticas: la marca de los ataques en Iguala
Los estudiantes normalistas manifiestan una serie de síntomas que se prolongaron más allá del primer mes después de los ataques en Iguala, o que iniciaron de manera diferida (después del primer mes). Entre estos síntomas destacan el estado de hipervigilancia, sobresalto y reacciones fisiológicas de preparación frente a nuevos ataques, así como reviviscencias del trauma frente a estímulos externos (patrullas, policías, sirenas o ruidos semejantes a detonaciones de armas de fuego, truenos, cohetes, azotes de puertas, ruidos al caer cosas pesadas, alarmas, etc.).
Además, los estudiantes narran que son invadidos por imágenes intrusivas de los ataques, que aparecen tanto en sueños como en estado de vigilia y dan cuenta de la dificultad para conciliar o mantener el sueño.
Estas reacciones corresponden con la sintomatología descrita en el Trastorno de Estrés Post Traumático. En algunos casos los síntomas persistían hasta la fecha de la entrevista, mientras que en otros habían disminuido o los sobrevivientes aprendieron a manejarlas. Además, durante las entrevistas se observaron respuestas de hipervigilancia y sobresalto, así como llanto al narrar los hechos que vivieron.
“Mira, yo dormía con mi compañero y en la ciudad de Tixtla, es la ciudad donde hay muchas fiestas hasta donde no se imagina y si nomás escucho un cuetón hasta nos parábamos. Estábamos fuera las 12, las 6 de mañana, nos parábamos de inmediato y salíamos. Cualquier ruido así como si fuera de una detonación nos asustaba”.
“No hace mucho, una vez tiraron una bomba no sé en ese momento… El miedo se metió en mi cuerpo, lo abracé, abracé a mi compañero, me dio mucho miedo. Luego supe que habían sido cuetes, no disparos ni bomba, pero yo así lo sentí.
“O un ruido así, te alerta, te espantas, o quieres esconderte. Como a mí una vez me pasó en mi casa, tiraron un balazo así cerca y lo que hice estaba viendo la tele, lo que hice fue tirarme al sillón. Estaba toda mi familia ya nada más me quedé así, después ¿qué hice? Por instinto lo haces”.
Alguien más dijo: “Hasta Morelos, al ver patrullas me daba miedo, aún así yo en mi caso veo patrullas y me da miedo, temor más al ver las torretas… Donde sea, de hecho luego vamos en el autobús, dicen lo van resguardando [policías] y nada más vamos viendo ubicando las patrullas y más en Iguala”.
Las reacciones de estrés post traumático y la evitación de estímulos asociados a los eventos traumáticos limitaron las actividades cotidianas de los estudiantes, como salir a la calle.
“Tenía eso cada vez que escuchaba una sirena de una patrulla me venía ese temor de que “otra vez va a pasar”. Tenía ese trauma que no me dejaba salir a la calle”.
Los estudiantes refieren reacciones post traumáticas que se detonan al visitar la ciudad de Iguala:
Al momento de ir entrando a Iguala, en todo el cuerpo así, sientes el frío en las manos, ves a alguien así que más o menos tiene su cara desconocida así te da pánico. Siento presión en el cuerpo, el corazón me late más fuerte.
Tuve que volver con los papás y compañeros. O sea yo ni siquiera conocía ese pinche lugar [donde quedó el cuerpo de Julio César Mondragón] y yo no sabía que, por ejemplo, fue la primera vez también que vi que hay un monumento ahí donde cayeron los dos compañeros. Yo no lo había visto, y pues estar ahí, todavía están las marcas de las balas, están encerradas en círculos rojos, pues se vienen esas imágenes que incomodan de una u otra forma te molestan.
Cuando estuve donde encontraron al compañero Julio César, pinche lugar desolado, unas cuantas casas por ahí cerca. O sea, ver pues muchas cosas, sentir muchas cosas, que vengan a tu mente imágenes o hay momentos hasta en los que como si pasara la pinche película de lo que posiblemente le pasó a los compañeros por aquí, o sea en tu cabeza como que se reproduce una pinche película de lo que posiblemente les pasó y pues está canijo.
Para los sobrevivientes los hechos continúan sucediendo a nivel subjetivo a través de la revivencia del trauma. La repetición del trauma a través de los síntomas antes descritos señala la existencia de un núcleo traumático que no puede ser representado por el lenguaje. De ahí que los sobrevivientes refieren la imposibilidad de transmitir su vivencia:
Pues yo siento que como para relacionarse más sería como entre nosotros mismos, ¿no? Porque pues ahí hablas así, como que más pues hablas bien de todo, porque se entiende uno y pues sí hablas con otras personas, por decir con nuestros familiares, pues te entienden pero no saben del todo pues cómo pasó y pues no les cuenta uno todo así tal cual. Porque haga de cuenta que empiezas a contar y se van malinterpretando las cosas, ¿no? Se van distorsionando y yo termino mejor por ya no contarle a nadie.
El documento señala que: Frente a lo no representable y comunicable, los sobrevivientes se inhiben de hablar de su experiencia, a no ser con otros estudiantes que vivieron los hechos. Esto repercute en la poca visibilidad de los normalistas sobrevivientes como víctimas y dificulta el apoyo social.
Al mismo tiempo, en los testimonios aparece un mecanismo de defensa a partir del cual se desconoce los ataques en Iguala como el origen de los síntomas de manera consciente:
Nunca me habían pasado cosas así, pero después de un mes del 26 de septiembre de 2014 empezaba. Dormía en el suelo, estaba durmiendo en el suelo y nada más de repente me despertaba y me sentaba, muy agitado y sudando, respirando muy fuerte.
Pero no soñaba nada, solamente me despertaba así. Así que en un principio no sabía qué era, preguntaba y no sabía qué era, pero ya luego me estuvieron diciendo que era por lo que había pasado el 26 de septiembre. En un principio no quería aceptarlo porque no sentí que me haya por así decirlo traumado así tanto, así llegar a ese punto.
La culpa del sobreviviente: “no hubo quien los defendiera”
Los estudiantes normalistas vivieron una situación inesperada y de total indefensión durante los ataques en Iguala, frente a la que pensaron que no saldrían vivos. Sin embargo, como narra el siguiente testimonio, “no les tocó” y sobrevivieron a las agresiones:
Pero se ensañaron, estuvieron disparando, por una u otra razón no me tocó pues ninguna bala. Lo que hice fue tirarme al suelo y aventarme hacia donde estaba el autobús, levantarme y pues ya, de cierta forma me salvé pues. Pero mientras alcanzaba a entrar al autobús pensé que no viviría.
Pese a las circunstancias objetivas que indican que los perpetradores de los ataques son los responsables de los asesinatos y desapariciones, el proceso de elaboración psíquica toma otro camino. Frente a la experiencia de indefensión total e impotencia se echan a andar mecanismos defensivos a través de los cuales se genera la fantasía de control sobre los hechos a un alto precio: atribuyéndose la culpa de lo sucedido.
Los sentimientos de culpa se manifiestan frente a los familiares de los estudiantes desaparecidos y les confronta nuevamente con la impotencia de no haber podido defenderlos:
En muchas ocasiones pienso en ellos, pero es más el tormento cuando se acercan los papás a preguntar lo que pasó hasta la fecha. Los últimos días me han dicho: “Oye pero por qué no agarraste los chamacos que no se los llevaran”.
Como si yo hubiese podido haber hecho algo […] Lo lógico indica que si yo hubiese podido hacer algo, pues lo hubiese hecho… “¿Por qué no los agarraste que no se los llevaran, que se quedaran contigo?”. Pero yo qué pude haber hecho, cabrón, no me sentía más que una pinche piedra en la mano. Aquellos tenían sus pinches armas y pues cada quien corrió para donde se le hizo fácil.
Impactos psicosociales de la desaparición de los 43 normalistas en los estudiantes sobrevivientes
Los estudiantes toman consciencia de que un grupo grande de sus compañeros se encuentra desaparecido cuando todavía estaban en la Fiscalía en Iguala. Fue difícil establecer cuántos estudiantes estaban desaparecidos y quiénes eran.
Al principio se habla de 70 estudiantes, luego de 57, y finalmente cuando llegan los padres a la Normal se esclarece que son 43 los estudiantes normalistas desaparecidos. Sin embargo, es con el paso del tiempo que los estudiantes empiezan a dimensionar la desaparición de sus compañeros:
“Días anteriores nosotros pues seguíamos pensando de que los tenían, al momento de que los dimos por desaparecidos llegó una noticia en la que dijeron que ya era seguro que los tenían en un cuartel militar y que nuestros compañeros, nosotros íbamos a ir por ellos y en ese momento salió un autobús hacia ese cuartel militar, para ir a buscarlos, pues para meternos y exigir su presencia.
“Pero eso ocurrió ya casi cuando no teníamos esperanzas, de encontrarlos, o sea para darlos desaparecidos, ya perdiendo la esperanza que el Gobierno los tenía, así que volvieron esas esperanzas pero cuando volvieron los compañeros que fueron sin nada, sin los compañeros pues volvió a recaer pues esa esperanza pues de que nosotros pensar que las fuerzas policiacas los tenían, así que nosotros nos percatamos de que esto iba para más tiempo porque íbamos a seguir luchando”.
Pues ese día que pasó el caso yo estaba en mi casa, había pedido permiso con los del Comité porque realmente no había estado con mi familia, fui y pues estando en mi casa yo pensé que todo iba normal y pues yo no me daba cuenta, ya hasta cuando me llegó un comunicado que habían atacado a los compañeros y que en ese entonces había como 45-47 desaparecidos, pues realmente quizás a mi me asustó, pues me puso en que pensar “¿Por qué?”.
Porque los compañeros pues todos eran de mi academia, conocidos, y pues la neta en este aspecto pues yo, pues sí me asusté. ¿Por qué? Porque digo creo que ese golpe ya fue exagerado, fue mucho, no sé.
Pero pues yo no pensé que sería esta tragedia sería a tan alto nivel, a tal grado de que los compañeros hasta ahorita no aparezcan. Yo pensé que pues sí, los habían detenido, pero al día siguiente tenía la esperanza que los iban a soltar, nos iban a dejar libres, y cada quien más o menos tranquilo porque no se puede quedar contento porque fueron heridos, fueron asesinados […] y nosotros teníamos esa esperanza que realmente al día siguiente los íbamos a encontrar en la Normal pero pasó el tiempo y hasta la fecha no sabemos nada de ellos.
Tras los ataques ocurridos la noche del 26 y 27 de septiembre del 2014, los familiares de los estudiantes sobrevivientes reaccionaron con justificada preocupación. Como se señaló antes, uno de los impactos traumáticos de los hechos tiene que ver con la pérdida del sentimiento de seguridad básica frente a la brutalidad de los ataques.
En algunos casos los familiares pidieron a los sobrevivientes que no continuaran con sus estudios en la Normal motivados por el miedo. En algunos casos los sobrevivientes refieren que su decisión de continuar en la Normal ha generado tensiones en la familia.
Se concluye que:
Los ataques del 26 y 27 de septiembre en Iguala son eventos traumáticos por su carácter inesperado, no guardaban ninguna proporción con sus acciones e intenciones, ni tenían antecedentes para pensar que serían objeto de ataques de agresiones de tal intensidad, magnitud, brutalidad y extrema crueldad.
Los estudiantes sobrevivientes entrevistados experimentaron vivencias de incredulidad, confusión, choque o pasmo, temor intenso, desesperanza e indefensión frente a las amenazas contra su vida. Los ataques sucesivos profundizaron la vivencia de terror y desamparo, y configuran una situación traumática.
Se observa una secuencia traumática en la que a los ataques en Iguala se suman los impactos traumáticos derivados de la exposición a la imagen de Julio César Mondragón, con signos de tortura y crueldad extrema; la desaparición de los 43 estudiantes normalistas; el manejo de las investigaciones por las autoridades, la estigmatización y la impunidad que persiste en el caso.
Frente a los ataques se detonaron en los estudiantes respuestas de defensa o escape: el objetivo era regresar a la Normal. Asimismo, los normalistas desplegaron reacciones que privilegian dinámicas grupales y de solidaridad que favorecieron respuestas colectivas relativamente organizadas en medio de la experiencia caótica de las agresiones.
Los estudiantes que se encontraban en la Normal igualmente vivieron impactos traumáticos al conocer los hechos.
Las víctimas mostraron reacciones de estrés agudo durante el primer mes posterior a los hechos: hipervigilancia, sobresalto, reviviscencia del trauma frente a estímulos externos y en sueños, imágenes intrusivas, imposibilidad de dormir que limitaron sus actividades cotidianas.
En algunos casos estos impactos se observan posteriormente y constituyen síntomas de estrés post traumático.
El trauma, que no puede ser simbolizado a través del lenguaje persiste en los sobrevivientes a través de repetición de los síntomas y la vivencia de una parte muerta de sí mismos.
El carácter inenarrable del trauma afecta la posibilidad de compartir la experiencia y hay una tendencia al aislamiento que afecta la posibilidad de apoyo social y atención de las secuelas que viven los sobrevivientes.
Se padece impotencia por no haber podido salvar a sus compañeros asesinados y desaparecidos, culpa del sobreviviente y búsqueda de sentido.
Existe compromiso con la búsqueda de sus compañeros desaparecidos, verdad y justicia como forma de afrontamiento. Exposición a nuevos ataques en el marco de su participación en movilizaciones y protestas (riesgo de victimización secundaria).
Hay sentimientos de rabia y desconfianza hacia las autoridades, y pérdida del sentimiento de seguridad básica en los normalistas sobrevivientes.
Se deterioró la confianza en las autoridades derivado de los ataques y el manejo de las investigaciones.
Los estudiantes tienen vivencias de pérdida ambigua y duelo alterado en relación a la desaparición forzada de sus 43 compañeros.
Ocurre una afectación del proyecto académico y tensiones a nivel familiar derivadas del miedo. “A través del presente informe se determinan daños graves a nivel psicosocial en los estudiantes normalistas sobrevivientes que incluyen los impactos traumáticos de los hechos y las reacciones post traumáticas que desencadenan una serie de síntomas que interfieren en el desarrollo de sus actividades cotidianas y afectan diversas esferas de su vida.
“Al mismo tiempo, los estudiantes se debaten por encontrar sentido a los hechos y continuar con su vida frente al duelo por sus compañeros asesinados y la pérdida ambigua de sus compañeros desaparecidos. La falta de esclarecimiento sobre el paradero de los 43 normalistas desaparecidos y la situación de impunidad cronifica los impactos traumáticos y dificulta la elaboración de la experiencia”.
REVOLUCIÓN 3.0