Hay historias épicas cuyo desenlace culmina en tragedia, derrota o fracaso, “causas perdidas” se piensa; no obstante, siempre queda alguna huella para las siguientes generaciones. Hay otras grandes historias, muchas veces olvidadas, que lograron su propósito y fueron hechas de pequeños actos y de decisiones individuales, tomadas por héroes anónimos que muchas veces pasan desapercibidas. Pocas veces, la fortuna corona esas acciones y permiten que uno las pueda recordar con una sonrisa, al tiempo que uno recupera un poco la confianza en el género humano.
“Gracias, Compañero, gracias/ Por el ejemplo. Gracias porque me dices/ Que el hombre es noble./ Nada importa que tan pocos lo sean:/ Uno, uno tan sólo basta/ Como testigo irrefutable/ De toda la nobleza humana”, escribió en su poema 1936 Luis Cernuda, uno de los españoles que se refugiaron en México después de la Guerra Civil, hace 75 años, gracias a la generosidad del presidente Lázaro Cárdenas y del pueblo mexicano que los acogió.
Uno de esos casos de nobleza humana de los que habla el poeta español, que ha trascendido naciones y pueblos, fue el valiente trabajo de Gilberto Bosques, cónsul de México en Francia, entre 1937 y 1942.
Fue tal su invaluable labor humanitaria y de solidaridad incondicional, que incluso se ganó que le llamaran el Schindler mexicano. Pero si el empresario alemán Oskar Schindler salvó a más de mil 200 judíos durante el Holocausto, empleándolos como trabajadores de sus fábricas, el cónsul mexicano firmó 40 mil visas para que muchos perseguidos por el nazismo pudiesen cruzar el Atlántico para escapar de la muerte.
El consulado ocultó, documentó y dio visas a muchos judíos, pero era mucho más difícil sacarlos de Francia, como la filósofa alemana Hannah Arent, quien pudo escapar del nazismo con una visa mexicana, extendida por Bosques, hacia Estados Unidos. Dentro de la lista de miles de mujeres y hombres salvados por el maestro Bosques están figuras artísticas o científicas como María Zambrano, Carl Aylwin, Manuel Altolaguirre, Wolfgang Paalen, Max Aub, Marietta Blau, Egon Erwin Kisch, Ernest Röemer o Walter Gruen. Pero lo mismo dio protección a filósofos que a obreros, a escritores y a campesinos, a poetas y a carpinteros, judíos, alemanes, franceses, catalanes, vascos, españoles…
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el general Cárdenas envió al embajador Gilberto Bosques como cónsul de Francia, su misión real era convertirse en enviado personal del presidente de México en Europa. En 1939, tras la caída de la República española bajo fuerzas fascistas del general Franco y cuando la guerra amenazaba a toda Europa, el presidente Cárdenas lo nombró cónsul general en París.
Cuando la “Ciudad Luz” estaba a punto de ser tomada por las tropas alemanas, Bosques salió para restablecer el consulado primero en Bayona, al norte de Francia, pero los alemanes ocuparon la región y entonces se trasladó con su familia y el consulado entero a Marsella, frente a las costas del mar Mediterráneo, dentro de la zona controlada por el gobierno francés de Vichy, formalmente independiente de Alemania, aunque en los hechos era un protectorado del nazismo.
La primera preocupación de Bosques fue defender a los mexicanos residentes en la Francia no ocupada, pero pronto extendió su labor protectora a otros grupos, sin importar nacionalidad, religión, clase social, ocupación o ideología. En 1937 el presidente Cárdenas abrió las puertas de México a los refugiados españoles que huían de la persecución nazi y franquista. Había decenas de miles de ellos en campos de concentración en Francia y otros se escondían huyendo del terror, la única opción que tenían era obtener la visa mexicana para salir de Europa.
Bosques alquiló dos castillos en los alrededores de Marsella (Reynard y Montgrand), donde dio refugio y protección a mil 350 hombres y mujeres (la mayoría españoles). Muchos de ellos salvaron la vida por la intervención directa de Gilberto Bosques, quien encaró a la Gestapo y plantó la bandera mexicana en los castillos al declararlos territorio mexicano y convertirlos en refugio de los perseguidos (incluidas 500 mujeres y niños), mientras se arreglaba su salida hacia México. Poco a poco fueron saliendo los exiliados clandestinamente por Marruecos o en barcos alquilados por el gobierno mexicano, a todos ellos el gobierno de Cárdenas les ofreció la nacionalidad mexicana en caso de que quisieran adoptarla.
En medio del horror de la guerra y la muerte, en ese pequeño paraíso utópico del castillo de Reynard, Bosques pudo arrancar a cientos de las garras de la Gestapo, de la brutalidad y penuria de los campos de concentración, de donde provenía la mayoría de sus inquilinos. Hambre extrema, frío, maltrato y una muerte segura para los niños. Los dos castillos fueron rehabilitados por los mismos asilados y lo adaptaron para recibir clases, sembrar frutas y verduras, disfrutar de una alberca veraniega, bailar y asistir a conciertos –“los domingos de la Reynard”–, a los que asistían incluso familias de Marsella. Esos refugios fueron cerrados en 1941 y 1942.
Cuando los españoles y otros más le agradecían a Gilberto Bosques todo lo que había hecho por ellos, él solía contestar: “… no fui yo, fue México”.
Existe un documental, Visa al paraíso, hecho por Lillian Liberman en 2010, en el que se cuenta cómo Bosques ayudó a miles de perseguidos durante la Segunda Guerra Mundial salir de Francia rumbo a México.
En Marsella, el diplomático mexicano enfrentó el hostigamiento de las autoridades francesas pro alemanas, el espionaje de la Gestapo, de los agentes franquistas y de Japón, cuya misión diplomática tenía sus oficinas en el mismo edificio de la delegación mexicana. Pero el embajador mexicano nunca se intimidó, al contrario, arriesgó hasta la vida.
Cuando México rompió relaciones diplomáticas con la Francia ocupada, Gilberto Bosques presentó la nota de ruptura ante el gobierno de Vichy. Entonces el consulado fue tomado por tropas de la Gestapo, que confiscaron ilegalmente el dinero del consulado. Gilberto Bosques, su familia (su esposa María Luisa Manjarrez y sus tres hijos: Laura María, María Teresa y Gilberto Froylán) y el personal del consulado, 43 personas en total, fueron trasladados hasta Amélie-les-Bains. Después, violando las normas diplomáticas, se les llevó a Alemania, al pueblo de Bad Godesberg y se les arrestó durante más de un año en un “hotel prisión”.
Allí siguió destacando la dignidad y entereza de Bosques, quien en sus memorias recordaba lo que le dijo a un funcionario alemán: “Le manifesté que todo el personal mexicano se sometería al reglamento que acababa de leernos, porque México estaba en guerra con Alemania y por ello éramos prisioneros de guerra. Que podía estar seguro de que no pediríamos ninguna excepción, ninguna gracia sobre esas disposiciones, pero que tampoco aceptaríamos ningún trato vejatorio, como acostumbraban ellos con los prisioneros”.
Regresó Bosques a México en abril de 1944. Miles de refugiados españoles y judíos lo esperaron en la estación de trenes de la Ciudad de México para recibirlo como un héroe y lo cargaron en hombros. “Era al México generoso y libre al que ellos exaltaban en Gilberto Bosques”, escribió un periodista en una crónica de la época.
Gilberto Bosques encarnó la tradición solidaria del pueblo mexicano con otros pueblos hermanos de otras latitudes; llevó a cabo un trabajo intenso, desinteresado, lleno de riesgos y amenazas en su contra. Por los alcances de su tarea y las dimensiones de su ejemplo, hoy tiene un lugar, poco conocido, entre los héroes de la humanidad. Así pues, Gilberto Bosques se volvió un mexicano universal.
Milenio