Hasta aquí llegaron…

Uncategorized

Con la frontera norte más vigilada que nunca, miles de migrantes centroamericanos están apostando a quedarse en México. Encuentran en ciudades como Guadalajara y Monterrey la oportunidad de establecerse

La férrea seguridad de Estados Unidos en la frontera con México, el Programa Frontera Sur y la oportunidad de echar raíces en un lugar que ofrece oportunidades de trabajar han redibujado el mapa de la migración en el país.

Ciudades que históricamente permanecían ajenas a este problema se ven ahora inundadas por una oleada de expatriados ilegales que –orillados por el desencanto de lograr el sueño americano- deciden quedarse en México. Algunos encuentran trabajo y otros prefieren no arriesgarse a regresar a sus países de origen en donde la violencia es peor aún.

Monterrey y Guadalajara son tan solo dos muestras de este nuevo fenómeno en el que miles de migrantes se vuelven parte del paisaje urbano.

Sentado sobre la ardiente acera en el centro de Monterrey y a más de 2 mil kilómetros de distancia de su hogar, Lalo ya no piensa con claridad, se deja llevar y sobrevive en la gran urbe.

El muchacho de apenas 21 años llegó el 3 de abril de la Ciudad de la Seiba, en Honduras y, como muchos, sólo venía de paso, pero la tragedia reescribió su historia.

Aún no bajaba del tren que circulaba a la altura de García, cuando uno de sus dos hermanos con los que viajaba, el de 23 años, murió electrocutado.

 “Veníamos ahí por García, pero mi hermano venía así parado, y tocó un cable y se electrocutó”, recuerda Eduardo.

El joven de cuerpo menudo y cabellos rizados dice apellidarse Rosales.

Los ojos color miel se le cristalizan cuando cuenta la muerte de su hermano en el Hospital Universitario.

Recibió el apoyo del Consulado para el traslado del cuerpo a su país y hospedaje en la Casa de Migrante Casanicolás. Fue en el albergue que su otro hermano le anunció que seguiría su camino a Estados Unidos.

“Yo no quise ir, no tenía ánimos y le dije que me quedaría más tiempo aquí para ver después cuándo me iba”.

Pero esa desesperanza lo salvó de vivir la suerte de su familiar, quien al llegar a Tamaulipas fue entregado a Los Zetas, por el pollero que lo llevaba.

Pidieron rescate a sus parientes en Honduras y después de liberado, regresó a Honduras.

Lalo sigue en Monterrey, viviendo de la caridad ciudadana en cualquier crucero vial.

No trabaja desde hace 15 días porque en el último empleo que tuvo, su patrón no le pagó la quincena trabajada.

En cada palabra de Lalo se percibe lo que él llama “el ánimo enfermo”. Le han pasado tantas cosas que no tiene resuelto qué va a pasar con su futuro.

“La verdad ya no sé ni qué pensar, tengo los ánimos demasiado feos y no sé ni qué hacer”, confiesa.

Argumenta que no puede regresar a su país, porque los “Mareros” que lo desterraron, no se lo perdonarían.

Trabajaba como pastelero y repostero, con un salario fijo y prestaciones. Su sueldo era suficiente para sostener a su pareja y a la bebé de ambos, de apenas tres años.

Pero continuamente era acosado por los miembros de la Mara Salvatrucha, quienes lo asaltaban y molestaban. Un mal día le quitaron todo lo que traía, lo corrieron de su ciudad y le dijeron que no volviera.

La incertidumbre es grande, mientras su mujer le pide que la traiga a Monterrey, la ciudad que él le describe tan grande y pacífica, su calidad de indocumentado no le permite complacerla.

El peligro que acecha al largo camino en tren, refuerza la decisión de Lalo, para no traer a su pareja y a su hija.

Durante el viaje sobre “La Bestia”, el joven vivió cosas que sólo había escuchado como historias de terror. Sobrepasaron su imaginación.

En el trayecto la marcha del convoy fue interrumpida por los miembros de una banda del crimen.

Los delincuentes abusaron de una joven que viajaba junto a ellos e intentaron abusar de una segunda.

“Mis hermanos y yo las defendimos lo más que pudimos, y logramos sólo proteger a una, a la otra sí la violaron.

Y así todo el camino las cuidamos de los compas que venían en el tren, que también andaban acosándolas”.

Las mujeres llegaron con bien a su destino, una de ellas se quedó a vivir en Monterrey y la otra, ya radica en Estados Unidos.

Después de salir de la Casa del Migrante, a Lalo le han dado posada algunos amigos hondureños que ya están establecidos en el centro de Monterrey y en Guadalupe.

“Ellos ya trabajan aquí, en carnicerías, en mercados, cargando cosas o de lo que sea, y ya tienen un tiempo aquí, y es que aquí la gente sí nos apoya.

“Monterrey es una de las más tranquilas (ciudades) de las que he pasado en este país. A mí ya hasta me saluda la gente en donde me ve, y por mi nombre”, dijo mostrando una corta sonrisa.

Lalo dice que ya hizo una solicitud de regulación de su estadía en el País, ante el Instituto Nacional de Migración, pero que aún no tiene respuesta.

Su situación anímica no le provoca ideas claras, añade Lalo, pero sí está considerando la posibilidad de quedarse a radicar en Monterrey, esta ciudad que ha venido a ocupar el “sueño americano” y se muestra a él como el “sueño regiomontano”.

Aumenta paso de migrantes

La cantidad de migrantes rescatados por el Instituto Nacional de Migración en Nuevo León en lo que va del 2015, se ha duplicado en comparación con años anteriores, declaró el Delegado Regional, Luis Gerardo Islas González.

“Históricamente en los últimos tres años, 2012, 2013 y 2014, esta Delegación rescataba un promedio de mil 400 migrantes al año, y según el corte que tuvimos al mes de junio de este año, ya rebasábamos los 3 mil”, detalló.

Islas González explicó que a raíz de los “Operativos Intermodales” que se realizan diariamente por el grupo de Coordinación, integrado por las fuerzas federales, estatales y municipales, el número de migrantes rescatados no tiene precedentes.

Al estado de Nuevo León arriban migrantes que van en tránsito al estado de Tamaulipas, por donde buscan ingresar a Estados Unidos, en busca del sueño americano.

“La mayor concentración de migrantes que tiene Nuevo León, son digamos aquellos que forman parte de los países centroamericanos conocidos como el Triángulo Norte, que son Honduras, El Salvador y Guatemala”.

La percepción de seguridad en el estado, sí es un factor influyente para la llegada y estadía de personas migrantes, aseguró, pero éstas no tienen permitido trabajar en el territorio nacional.

“Hay migrantes que nos hemos encontrado trabajando hasta en casas, porque la gente que es buena y se propicia esa aceptación.

“Pero en todos los casos sin excepción, se necesita que quien esté irregular en el país, se regularice, porque además esto le da certidumbre a todos y es seguridad nacional”, precisó.

Su nueva casa

Estados con mayor número de recates de migrantes por orden de importancia:

> Chiapas
> Veracruz
> Tabasco
> Oaxaca
> Tamaulipas

Más que una ciudad de paso

Monterrey ya no es sólo una ciudad de tránsito para los centroamericanos, ha pasado a ser una metrópoli atractiva para echar raíces.

El padre Jesús Garza Guerra, quien es fundador de la Casa de migrantes del Forastero “Santa Martha” y coordinador del Departamento Pastoral de Movilidad Humana, asegura que muchos indocumentados se están quedando en la ciudad.

“Ya Monterrey es una ciudad en la que muchos migrantes se quedan, deciden no seguir su camino y buscan trabajo”, precisó el sacerdote.

Al albergue del padre Garza llegan diariamente entre 30 y 50 migrantes, dependiendo de la temporada del año.

En éste se les permite quedarse tres días sin posibilidades de salir, se les da alimento y techo, pero pasado ese tiempo deben abandonar el lugar para seguir su camino.

Aunque sí hay la excepción a esta regla. Algunos de ellos consiguen empleos temporales en el día y regresan por la noche, hasta que consiguen en dónde vivir.

“Aquí tenemos dos migrantes que ya han estado colaborando como meseros con un señor que tiene banquetes para fiestas”, explicó Garza.

Alejandro Rodríguez, de 45 años, llegó a la ciudad junto a un amigo de Honduras hace poco más de una semana. No pretenden quedarse, sino llegar hasta el estado de Tennessee, en la Unión Americana, que es donde ya ha estado antes trabajando en el ramo de la construcción.

Cuando el tren en el que viajaba llegó a García y bajó la velocidad, su compañero no midió el riesgo, sin esperar a que se detuviera por completo, intentó bajar, lo que provocó que cayera y se lastimara una pierna.

Desde entonces viven en las calles de Monterrey, durmiendo debajo de un puente.

Viajó un mes y tres días para llegar a Monterrey.

“Sí se batalla (en el tren), se batalla para comer, para dormir y sólo se baja uno a comer, pero tienes que estar viendo que no se vaya a ir y te deje”, describió.

Cada vez que ha recorrido esa ruta, ha sido una pesadilla ver los cuerpos de los migrantes accidentados en el camino, asegura.

“Lo más peligroso es caerte del tren, de repente ves una pata por allá, un  brazo, la cabeza por allá o la mitad del cuerpo para un lado. Eso te impacta, te quedas así – hace una mueca de tristeza-.

“¿Y cómo uno los levanta? Si el tren va bien recio, ahí se quedan. En el olvido”.

Algunos de los migrantes con los que llegó a la ciudad ya tomaron el tren para Estados Unidos, pero Alex esperará una semana más, hasta que su compañero esté en condiciones para seguir el éxodo.

Mientras que Lalo califica a los policías locales como respetuosos con él y sus connacionales, Alex sí ha tenido malas experiencias, en las que le han quitado todas sus pertenencias.

“Esta vez no, peor la vez pasada que estuve acá, aquí me quitaron el dinero. Los policías te roban, llegan de repente y te llevan a la esquina, en donde no haya mucho trafico y te quitan lo que traigas”, afirmó el hondureño.

El tren lo tomará por la madrugada o al atardecer, porque es el que va al norte, es el que lo llevará a Tamaulipas, por donde cruzará nadando el río Bravo,  cuidándose de los remolinos y los cocodrilos.

Nicolás tiene dos años de radicar en Monterrey, procedente de Veracruz, en donde vivió por algunos años.

Está habituado a este país y su apariencia y acento es como el de cualquier mexicano.

Cuando llegó a la capital regia hace dos años, venía recomendado para trabajar con el administrador de una Feria, de las que se ponen por semanas en las colonias metropolitanas.

Lo que le pagaban no le alcanzaba para nada, dice. Su patrón le daba comida y hospedaje, pero él quería más y al cabo del tiempo, se independizó.

Ahora trabaja como albañil, por su cuenta o bajo las órdenes de algún contratista, pero asegura que es lo mejor que ha encontrado hasta ahora.

Los rostros de Nicolás, Lalo y Alejandro son de personas en busca de una oportunidad, del Sueño Americano, que se ha convertido en el Sueño Regiomontano.

Fuente: Reporte Índigo.

Compartir ésta nota:
Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp