Cuando se aprende la diferencia entre respetar un modo concreto de vivir –sin estar necesariamente de acuerdo con el–, y el exceso de exigir que su normalización legal, se traduzca en la renuncia de lo que cada cual cree más consecuente para el ejercicio su propia vida, también se tiene condiciones para dejar sin efecto, el vituperio de fundamentar la defensa de lo que piensa, en el ruinoso ejercicio de incitar a la agresión, la descalificación o la ridiculización.
Sin embargo, dado el tono maniqueo con el que se han ido afirmado posiciones en el tema de legalizar la unión entre dos personas del mismo sexo, diera la impresión de que, más allá de la honesta auto afirmación legal de derechos sobre la que se afinca dicha posibilidad, o la muy sincera preocupación que suscita entre algunos, por los efectos sociales que esta medida pudiera llegar a tener sobre la cultura de nuestro tiempo, unos y otros buscaran exacerbar los ánimos de un sociedad siempre ávida de escándalos.
¿Porque levanta esta cuestión tantos aspavientos? La única respuesta personal tentativa, que de momento se me ocurre, tiene que ver, con que tenemos realmente poca información al respecto, y lo que es peor, la que tenemos, no nos ha ofrecido la certeza suficiente para dirimir la multiplicidad de aspectos que un tema como la homosexualidad involucra, no sólo porque los mismos son muy amplios, sino también porque tocan fibras extremadamente sensibles de nuestro devenir histórico cultural, cuya principal consigna ha sido en términos generales, de reserva y suspicacia, frente al ejercicio de una sexualidad cuya fundamentación se halle en lo esencial, desprovista de su función biológica primordial, la de dar vida.
Lo cual ha tenido por momentos, –a merced de guerras, conflictos y problemas sanitarios–, razones por demás comprensibles en términos de desarrollo demográfico para que así sea, toda vez que llevamos buena parte de nuestra historia como civilización, haciéndonos la vida imposible unos a otros.
Es cierto, si se lleva o no a efecto la posibilidad de procrear, dependerá en todo caso de lo que cada quien decida. Porque tan válido es tener hijos, como no tenerlos.
Empero a mi juicio, es justo en este punto donde la cosa no termina de cerrar, y no lo hace, por mucho más allá de vernos en la tentativa de establecer posiciones parciales, –lo mismo a favor que en contra–, primero, porque pone el dedo en la llaga, respecto a los límites y alcances reales de nuestras construcciones legales; y segundo, porque se crea lo que se crea, hasta el momento se desconoce en lo absoluto, –por lo escabroso de la cuestión en términos político ideológicos, como porque no hay precedentes actuales de la cuestión–, los alcances sociales que esta puede llegar a tener en materia de formación personal para las futuras generaciones. En cuanto al primer punto, me parece importante decir que, nuestras leyes no pueden ser –a reserva de resultar francamente inoperantes–, fundamentadas como reservorio de todo tipo de principios moralmente aceptables. Para decirlo de forma certera, que una ley exista –por más justa que esta sea–, no es garantía de que se pueda cumplir o se tenga la real voluntad de hacerlo, mucho menos si trata de recalar en pautas socialmente aceptadas, cuya lógica se pierde en los anales de la historia.
Nuestro país es franca muestra de esto último que digo, porque si bien de acuerdo con nuestras leyes, gozamos en lo jurídico, de uno de los marcos normativos más perfectos jamás imaginados, que lo mismo pretende asegurar educación gratuita, seguridad social y hasta subsistencia alimentaria, pasando por garantías de un entorno ecológicamente protegido, lo cierto es que la incapacidad técnico material de nuestras propias instituciones, así como la muy pobre integración de nuestras leyes secundarias, deja estos y otros derechos, apenas como una ficción legal.
Por otra parte, en cuanto a la segunda consideración, cabe advertir que si ya de por sí se conoce poco y muy mal, todo lo que este tema representa en términos biológico vivenciales, se sabe todavía menos –por razón de que se halla sobre ideologizado–, de sus condicionantes sociológicas, las cuales por su naturaleza polifacética, pueden llegar a tener consecuencias insospechadas.
Sin embargo, de estos y otros temas alusivos, apenas si se habla, sencillamente porque la más de las veces, el nivel de la discusión al respecto, apenas lo permite, toda vez que por lo común, se maneja entre consignas ideológicas de todo tipo, que no hacen sino brindar notoriedad a la más endeble de nuestras posibilidades, la de la exaltación de lo que creemos y el vituperio de descalificar lo que no se ajusta a nuestras posiciones.