El asunto nunca fue solo el neón, ese cubista, consumista y deslumbrante voladizo sobre las calles de Hong Kong que anuncia casas de empeño y panaderías de pasteles de luna, saunas y negocios de sopa de aleta de tiburón.
El asunto nunca fueron solo los carteles brillando en las casas de té que ofrecían el mejor brebaje de la Diosa de Hierro de la Misericordia y en los hoteles que se pagaban por horas, o en los emporios de medicina china repletos de cajones de madera con caballitos de mar y en los salones de mahjong donde suena el golpeteo de las uñas con manicure contra las fichas.
Porque, si bien las medidas enérgicas del gobierno contra los letreros de neón se deben a motivos medioambientales y de seguridad, la campaña sugiere el desvanecimiento de la propia Hong Kong: la alegoría lúgubre del declive de una ciudad eléctrica, la extinción literal de su llamativo destello.
Estos días, las noches en Hong Kong se sienten como si aún estuvieran bajo el manto de una plaga, o de un profundo malestar político.
Muchos de los turistas y extranjeros residentes se han ido, los viejos lugares de fiesta se mantienen inmaculados sin sus excesos de consumo de cerveza.
Los hongkoneses también se han marchado. Más de 110.000 residentes permanentes partieron el año pasado, y la población de la ciudad formada por personas con un patrimonio superior a 30 millones de dólares se redujo un 23 por ciento, según datos del gobierno y de encuestas sobre patrimonio.
Su partida, un cuarto de siglo después de que el territorio pasó del dominio británico al chino, ha sido impulsada por el declive económico y por una aguda disminución de los derechos políticos.
Quienes permanecen en Hong Kong están polarizados. Por un lado están quienes temen que los dirigentes comunistas de Pekín están destruyendo lo que hizo especial al lugar –incluida la libertad de prensa y un poder judicial independiente–, y por el otro quienes piensan que la gente de aquí siempre ha resistido los caprichos de los que mandan.
Esos caprichos carecen de toda extravagancia.
Una ley de seguridad nacional, impuesta en 2020, penaliza los actos que se consideran una amenaza para el Estado. Estudiantes, exlegisladores y un exmagnate de los medios de comunicación están en prisión por ella. El Departamento del Tesoro de EE. UU. ha sancionado al jefe del Ejecutivo, como se conoce al máximo dirigente en Hong Kong, lugar donde los negocios son primero, por socavar la autonomía del territorio. Expresar públicamente apoyo a tales sanciones podría constituir en sí mismo un delito.
Hong Kong puede parecer hoy una ciudad de sombras y metáforas, donde un asunto tan inocuo como el neón adquiere distintos matices de significado.
El filme debut en la dirección de la cineasta hongkonesa Anastasia Tsang, A Light Never Goes Out, trata de una familia que debe sobrellevar la muerte de un fabricante de letreros de neón. La película, candidata de Hong Kong a los Oscar del siguiente año, es una elegía por un oficio en vías de desaparición que podría ser también un réquiem por algo más grande.
“La gente de Hong Kong tiene una sensación de pérdida muy fuerte”, dijo Tsang. “Todos los días tienes un amigo o un pariente que va a emigrar. Todos los días sientes como si te arrancaran un pedazo de carne del esqueleto”.
Desde 2021, cuando rodó la película, muchos de los carteles de neón que utilizó como telón de fondo han desaparecido.
“El cambio fue tan drástico y rápido”, dijo. “No hubo forma de salvarlos”.
Cardin Chan dirige Tetra Neon Exchange, un grupo dedicado a la conservación de carteles en desuso. Calcula que en la última década se han retirado decenas de miles de carteles, la mayoría de neón, desde que la autoridad que supervisa los edificios empezó a tomar medidas enérgicas contra las estructuras no autorizadas. Por otra parte, algunos comercios han sustituido voluntariamente el neón por pantallas LED más baratas.
Chan habla con las personas que han recibido órdenes de desmantelamiento y documenta la historia visual de sus oficios. Las casas de empeño se anunciaban con siluetas de murciélagos agarrando monedas porque la palabra para el mamífero alado suena como “fortuna”. Símbolos –de dientes, gafas, u hojas de té– solían ser importantes para los clientes que no sabían leer.
“El neón es como un emblema de la ciudad, una encarnación de las historias de Hong Kong”, afirmó Chan. “Pero no es sólo el neón el que está sufriendo una transformación. Es toda la ciudad, ¿no?”
Algunos de los defensores de Hong Kong, que elogian la versión actual de la ciudad, o al menos su talento para reinventarse, dicen que el paisaje urbano de neón nunca definió realmente al territorio. Era un reclamo turístico kitsch, dicen, de plató de cine de patadas de kung-fu o de mujeres vestidas con cheongsam, la prenda de origen manchú, caminando por calles lluviosas acompañadas solo por el canto de un violonchelo. La mayoría de los habitantes de Hong Kong vivían lejos del vistoso resplandor que se reflejaba en los charcos, hacinados en edificios de baldosas que se extendían hacia la frontera con China como bloques de Tetris.
El arte del neón –moldear tubos de vidrio rellenos de neón y otros gases inertes– llegó a Hong Kong, en parte, desde Shanghái. Cuando los comunistas se impusieron en el continente en 1949, y a lo largo de sucesivas décadas de agitación, los capitanes de industria y millones de otros refugiados huyeron a la colonia de la corona británica. En la década de 1970, las calles de Wan Chai y Tsim Sha Tsui, Central y Yau Ma Tei, vibraban con el comercio teñido de neón, los letreros eléctricos colgaban abundantemente como Picassos en LSD.
Parecía adecuado entonces que en la década de 1980, el mayor letrero de neón del mundo, el de los cigarrillos Marlboro, estuviera en Hong Kong. Parte del neón estaba en inglés, parte en árabe, parte en japonés. La mayoría estaba en los caracteres chinos tradicionales que se utilizan en Hong Kong, pero no en la China continental. Plasmar esa caligrafía tan complicada con tubos de vidrio –se necesitan 16 trazos para escribir la palabra “dragón”– se requirió una habilidad pictórica.
Cuando Jive Lau se interesó por el oficio, sólo quedaban unos pocos maestros del neón en activo, frente a los 400 que había en su apogeo. Aprendió el arte en Taiwán.
“Sé que el neón está muriendo aquí”, dijo, “pero es el icono de Hong Kong, así que quiero mantenerlo vivo de alguna manera”.
Lau da forma a tubos de vidrio fundidos por las llamas en un centro artístico financiado por el gobierno. Aunque algunas de las otras virtudes de Hong Kong se han erosionado, sus gobernantes, dirigidos por Pekín, han considerado que merece la pena conservar la cultura.
[Video a continuación: Jive Lau, uno de los pocos maestros del neón que siguen trabajando, dice que sabe que el neón está muriendo en Hong Kong, pero que quiere mantenerlo vivo de alguna manera]
En los terrenos recuperados de Puerto Victoria se ha construido un nuevo distrito cultural que incluye un museo de artes visuales llamado M+. El museo ha recopilado dibujos de diseños de neón, así como algunos letreros muy conocidos, entre ellos una enorme vaca Angus de un restaurante de carnes.
“Nos interesaban mucho los letreros que son puntos de referencia”, explicó Tina Pang, curadora del museo. “Pero no es ideal para un museo coleccionarlos porque realmente se les desliga de todo el contexto que les da vida”.
Pang afirmó que, por mucho que los edictos de seguridad hayan condenado al neón en Hong Kong, la tendencia mundial a la homogeneidad, en la que todas las ciudades tienen las mismas tiendas, también está poniendo en peligro el singular paisaje urbano del territorio.
En septiembre, el gobierno presentó una campaña llamada Night Vibes Hong Kong “para atraer a los ciudadanos a salir y revitalizar la vida nocturna de la ciudad”. El logotipo de la campaña, naturalmente, era de neón.
Para Peter Tse, un letrero de neón de casi seis metros de altura simbolizaba la longevidad de su panadería Tai Tung, que sobrevivió a la ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los ciudadanos hambrientos arrebataban sus pasteles a los clientes.
Durante los años de auge de Hong Kong, la panadería Tai Tung rellenaba los pasteles de luna –elaborados para celebrar el Festival del Medio Otoño– con ostras melosas, o 10 yemas de huevo, aunque, según admitió Tse, con 10, nueve salían sobrando.
Tse, que ahora tiene 90 años, ha sobrevivido al cartel de neón de la panadería, desmantelado el año pasado. Era demasiado grande y viejo, y no cumplía la normativa, según le dijeron a Tse.
“Duró más de 50 años, atravesó tifones, sin problemas”, dijo.
Tse sigue acudiendo a la panadería todos los días. Extraña su cartel de neón.
Tse planea instalar uno más pequeño, aunque le cueste hasta 80.000 dólares cumplir los requisitos del gobierno. Su hijo ha regresado de Australia para convertirse en la cuarte generación en dirigir la panadería.
“Quiero que Hong Kong sea vibrante”, dijo Tse. “Quiero que se sienta como Hong Kong”.
Hannah Beech es la corresponsal principal para Asia, radicada en Bangkok. Antes fue jefa del buró del sureste asiático. Más de Hannah Beech
– Infobae