Javier Solís ganaba 17 pesos al día: estas fueron sus vivencias en Tacubaya y su última voluntad

Javier Solís fue despedido por 60 mil seguidores que llegaron desenfrenadamente al Panteón Jardín para darle el último adiós a su ídolo; hace 56 años cuatro mujeres que lo habían amado lloraron su ausencia: Blanca Estela Sáenz, Socorro González, Concepción Ponce y Enriqueta Valdés. 

En esta multitudinaria despedida, los granaderos acompañaron a los fans del nacido en la Ciudad de México en 1931, pues el descontrol entre la gente se hizo presente durante todo el adiós a Solís, desde que sus restos salieron de la calle de Sullivan y llegaron al Panteón Jardín, espacio en donde descansan otros grande de la música mexicana como Jorge Negrete y Pedro Infante.

La sorpresiva muerte de Solís, a los 34 años, conmocionó a sus fans, muchos de ellos provenientes de Tacubaya, barrio de la ciudad en el que Javier vivió gran parte de su vida, y del cual atesoró muchos recuerdos que compartió en una entrevista que le hizo la XEW en 1962, cuatros años antes de que falleciera a consecuencia de una operación que se le practicó en la vesícula biliar. 

Su amor por el barrio de Tacubaya

A pesar del éxito y la fama, Javier Solís nunca olvidó su humilde origen que incluyó trabajar como mecánico, repostero, matancero y carnicero; él no se asumió como lo que era, un artista, decía que era un cancionero y que gracias a sus amigos del barrio, había logrado triunfar en una “humilde carrera artística”. 

“Muchas personas me criticaba porque decía que había sido carnicero, lo cual yo no creo que sea malo; antes de ser cancionero, porque no soy cantante, soy cancionero, como hay muchos, primero fui ayudante de mecánico, después fui panadero, mejor dicho repostero, y después trabajé 10 años en el oficio de la carne, primero fui matancero seis años, cuatro años trabajé en diversas carnicerías, la que más recuerdo es una que se llama La Providencia. Para mí es un orgullo decir que vengo de muchos empleos, y que ya que me tocó la suerte, ahora soy un cancionero, pero el recuerdo más grato de mi infancia fue haberme criado en Tacubaya, en ese barrio tan bonito, con un grupo de amigos, a los cuales estimo mucho y sigo queriendo más que antes, ya que ellos han ayudado a mi humilde carrera artística”, detalló en una charla en la estación de radio XEW.

Antes de alcanzar las grandes ligas de la fama, el intérprete de “Esclavo y amo” vivió sus mejores experiencias en Tacubaya, donde combinó el oficio de carnicero con uno de sus deportes favoritos: el boxeo, disciplina que admitió, le gustaba por tratarse de “moquetazos”, y en la que le hubiera gustado triunfar profesionalmente, sin embargo siempre supo la disciplina que tenía que tener para ello, por lo que sólo lo practicaba por gusto y para mantenerse bien físicamente.  

“Yo me eduqué en la escuela Estado de Oaxaca que está en la avenida Observatorio, o sea en Tacubaya; mi barrio fue en Observatorio, me crié en todo el barrio de Tacubaya, El Chorrito, El Rastro, tú sabes que mi oficio de antes fue ser carnicero, ese es mi oficio.Eso de boxeador no fue precisamente un boxeador profesional, sino pues me dedicaba al boxeo porque me gustaba mucho, a veces hace mucha falta, además siempre me ha gustado el deporte, los moquetes, eso lo alternaba cuando era carnicero precisamente, salía del rastro de trabajar y en las tardes me iba a entrenar a una arena que está situada en Tacubaya en la calle general Cano, que ya no existe, ahí entrenaba y combinaba el boxeo con la carnicería, claro que yo mi ilusión más grande era llegar a ser un boxeador profesional, con nombre, pero sabes que para eso es un deporte muy duro, bastante desagradable”, admitió. 

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Javier Solís fue admirado por el pueblo y por artistas de la talla de Frank Sinatra. Archivo EL UNIVERSAL. 

El llamado “rey del bolero ranchero” contó que una vez que en el box le abrieron una ceja y una oreja, su padre, el señor Francisco, le pidió que ya no volviera, pero era tanto su afición por esta actividad, que no le pudo hacer caso y siguió boxeando; a la par de este amor por el deporte de los “moquetazos”, estaba su amor el béisbol y su sueño de aprender a patinar sobre hielo.

“El box ha sido uno de los deportes que más me ha gustado y que lo seguiré practicando quizá hasta que me muera. Siempre me han gustado todos los deportes, lo único es que no he podido aprender es a patinar en hielo, pero todos los deportes me gustan y antes yo era un aficionadazo, pero de hueso colorado del béisbol; sigo siendo aficionado para ir a verlo”. 

Tacubaya le dio todo a Javier Solís, incluidos sus primeros pasos en el mundo artístico, pues con amigos de este barrio integró un grupo musical llamado El Trío México, el cual formó por la necesidad económica, pues en ese entonces ganaba 17 pesos al día por su trabajo en la carnicería llamada La Providencia, ubicada en la colonia Condesa. 

“Formaba parte de un trío, cuando estaba más chamaco, formé un trío con mi compadre, de aquí del barrio de Tacubaya, El Chorrito, formamos un trío que se llamó El Trío México. Mi vocación artística se inició por hambre, yo trabajaba en una carnicería que se llama La Providencia, en la colonia Condesa y entonces yo ganaba 17 pesos diarios y los gastos en mi casa habían aumentado, había que sufragarlos y no encontraba la salida”, contó.  

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Javier Solís probó su talento nato en Garibaldi y fue un éxito. Archivo EL UNIVERSAL. 

La suerte de Javier Solís cambió cuando sus amigos lo animaron a ir a cantar a la plaza de Garibaldi, lo alentaron tanto que se animó a ir y las cosas salieron mejor de lo que pensaba, pues sus colegas le dieron la oportunidad de cantar con ellos, y desde entonces comenzó a subir como la espuma. 
 
“Conocí a unos amigos mariachis que me dijeron ‘por qué no te vienes a Garibaldi ahí a la plaza de Garibaldi’, dije yo ‘bueno, a ver si me dan chance’, corrí con tan buena suerte que todos sin excepción, todos los grupos de ahí me dieron oportunidad de cantar con ellos, entonces yo ya me echaba mis canciones en los coches, que llega un coche y que le canto en el coche y en menos que te cuento me ganaba 30, que 40, y dije ‘aquí está la papa’”.

Cuando Javier murió, el 19 de abril de abril de 1966, se calculó que la fortuna que le dejaba a su familia, integrada por 15 hijos, oscilaba en un millón de pesos.   

La última voluntad de Javier Solís

“Quisiera abrir lentamente mis venas, mi sangre toda verterla a tus pies, para poderte demostrar que más no puedo amar y entonces, morir después; la canción “Sombras”  fue entonada por las miles de voces que se congregaron para darle el último adiós a otro de los ídolos de la canción mexicana, apenas nueve años antes, también en el Panteón Jardín, el público se despedía de Pedro Infante, y 13 años atrás, de Jorge Negrete. 

El 20 de abril de 1966 fue un día esplendoroso, el sol brillante resguardó la tumba del cantante que pidió, como última voluntad, que su tumba fuera regada con agua, mucha agua fría, así lo relata la crónica de EL UNIVERSAL.

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Fototeca EL UNIVERSAL. 

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Despeida en el Panteón Jardín. Fototeca EL UNIVERSAL. 

Alcatraces blancos adornaban lo que sería su última morada; ese mediodía el mariachi entonó varios de sus más de 350 temas, tales como  “Payaso”, “Esclavo y amo” y “Entrega total”; las “Golondrinas” sonaron dos veces y fueron entonadas a todo pulmón entre fanáticos que hicieron de todo para conseguir el mejor lugar, mujeres lloraban desconsoladas la muerte de su galán, porque Javier Solís también fue un galán.

Una noche antes, Mario  Moreno “Cantinflas”, Ramón  Armengod  y el  cómico Gaspar Henaine “Capulina” hicieron guardias ante  el féretro que fue resguardado por la policía  que tuvo que intervenir para  que  la gente no  destro­zara los  grue­sos  cristales  que  estaban  a  la entrada de la funeraria; los granaderos montaron guardia hasta  las  tres  de  la  ma­ñana,  cuando el río  humano  dejó de  fluir. Nadie quería quedarse sin darle el último adiós a Javier Solís, el gran Javier Solís.

El Universal

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